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Bárbara Newman, en la Casa del Padre

En memoria de Bárbara Newman
EL ESCRIBIDOR AUTOR Eugenio Orellana 19 DE OCTUBRE DE 2012 22:00 h

Roberto y Bárbara Newman


Bárbara Newman, 84 años, esposa de Roberto Newman, acaba de fallecer en el hospital de Indianápolis, Indiana, Estados Unidos.

Su deceso podría no ser más que un número que viene a incrementar las estadísticas mortuorias a las que poca importancia les damos, siempre sobrecargados de preocupaciones más importantes que cifras doblemente frías. Su caso, sin embargo, sale de lo común, si se toman en cuenta algunos factores que no se dan en todas las personas que fallecen. Aunque, a fuer de ser veraces, cada individuo tiene su propia historia con características muy particulares y a veces cautivantes.

Bárbara, y le decimos así, simplemente Bárbara por la amistad que distinguió nuestra relación y, un poco, para alejarla de la Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, había nacido en Indianápolis que nunca dejó de ser su ciudad aunque planes superiores la llevaron por diversas regiones del mundo. A los 18 años, mientras hacía sus estudios de secundaria, conoció a un muchacho que, coincidencialmente, había nacido el mismo año que ella, 1928: Roberto Edwin Newman Webster. Se enamoraron y aguantaron así, de novios, un año. A los 19 se unieron en matrimonio y, en su caso, se dio literalmente aquello de «hasta que la muerte los separe». Nunca se separaron, hasta ahora, que ella se le adelantó un tanto a su esposo, mi querido Roberto.

Con toda una vida por delante, pudieron haber elegido un camino más productivo económicamente.(*) Tenían todas las posibilidades en las palmas de sus manos: Jóvenes, enamorados, provenientes de familias estables, inteligentes y estudiosos. Había algo, sin embargo, que marcó su destino. Eran creyentes y ambos, casi al mismo tiempo que sus corazones empezaron a latir el uno para el otro, sintieron que lo mejor que podían hacer era dedicar sus vidas al servicio del Evangelio. Se matricularon en el Instituto Bíblico Moody, de Chicago y luego completaron sus estudios en el Instituto de la Alianza Cristiana y Misionera, en Nyack, New York.

Vinculados ya con la Alianza Cristiana y Misionera yuna vez graduados, se les asignó como misioneros a Chile. Tenían 24 años cuando llegaron a nuestro país después de un viaje en barco que duró casi un mes.

Nosotros teníamos apenas seis años menos. Eran casi como nosotros.

Poco a poco fuimos descubriendo la pasión de Roberto. Aunque formaban un dúo musical muy armonioso, ni Roberto ni Bárbara eran grandes expositores en el púlpito. La pasión de Roberto iba por otro lado: iba por la ruta de los libros pero más que producirlos o leerlos, era venderlos. Desde un comienzo, Roberto se reveló como un colportor nato. Cuando se trataba de armar una mesa en alguna calle, en algún parque o en el estacionamiento de una iglesia, trataba el mueble y los libros con una delicadeza que otra persona habría usado para acariciar a un bebé. Su oferta a los que se acercaban a su mesa era tan convincente que casi nadie se retiraba sin llevar un libro en la mano.

No tuvieron hijos, de modo que los muchachitos más jóvenes de nuestras iglesias se transformaron en una especie de hijos suyos. Roberto y Bárbara amaban a los niños así como amaban sus libros. No tardaron mucho en adoptar a un chilenito de pocos días de nacido al que pusieron por nombre Miguel. O Michael. Miguel es ahora un hombre, casado, con familia, con una situación laboral y económica estable pero, más que todo eso, es el apoyo que sus padres tanto han necesitado en estas etapas finales de sus vidas.

Las demandas del ministerio, sin embargo, habrían de llevar a Roberto, un día cualquiera, a asumir la gerencia de la Imprenta y Editorial Alianza en la ciudad de Temuco. Hasta allí llegamos nosotros, invitados por ellos para meternos entre libros de donde nunca más hemos salido.

Trece años trabajaron en Chile. Al completarse el treceavo año, se desvincularon de la Alianza Cristiana y Misionera y se unieron a la Misión Latinoamericana en San José, Costa Rica. Allí habríamos de encontrarnos de nuevo, cuando la MLA nos levantó a nosotros de Chile para traernos a Centroamérica.

Después de un periodo relativamente breve sirviendo con la desaparecida Editorial Caribe, los Newman se integraron a la Asociación de Literatura Cristiana de Costa Rica, APROLIC. Bárbara sirvió como gerente de la Librería Caribe en el centro de la ciudad en tanto que Roberto inició lo que se llegó a conocer como Distribución Libros Caribe. La estrategia de DLC era llevar Biblias y libros por todo Costa Rica, abriendo puestos de venta donde se lo permitieran: carnicerías, zapaterías, verdulerías, farmacias, tiendas de ropa, iglesias, restaurantes. Con su pequeño automóvil cargado de libros primero y luego con un cómodo van donado por una iglesia de Macon, Georgia, Roberto recorría el país dejando libros, recogiendo el dinero producto de las ventas y reabasteciendo los puestos hasta la próxima visita.

En este trabajo, consiguió, entre muchas otras, dos cosas: Una, ser puesto de patitas en la calle por el dueño de una tienda que había accedido a dejar libros motivado por uno que trataba sobre los Testigos de Jehová. Cuando dentro de un mes Roberto volvió, se encontró con un señor furioso que le devolvió todos los libros y lo echó de la tienda. ¿Qué había pasado? Que el caballero era Testigo de Jehová y había creído que el libro que Don Roberto le había dejado exaltaba la doctrina de ellos. Pero al leerlo, se dio cuenta que desenmascaraba sus errores. De ahí su enojo. Y otra cosa que consiguió en estos viajes por caminos polvorientos tanto en Chile como en Costa Rica fue una afección a los pulmones que lo mantiene conectado a un cilindro de oxígeno que lo acompaña a dondequiera que va. Me decía un día que hablamos por teléfono: «¡Qué cosa! Yo, que nunca me llevé un cigarrillo a los labios, terminé padeciendo la enfermedad de los fumadores».

Después de 15 años de trabajo en Costa Rica, la voluntad de Dios respecto de ellos se manifestó en el sentido de que se fueran a España. En la ciudad de Sevilla armaron su tienda y recorrieron el sur de la Península divulgando la fe cristiana a través de la página impresa. Después de 13 años en España, y cuando completaron 41 de servicio misionero, los mejores 41 años de sus vidas, se cerró su ciclo ministerial, retornando a la ciudad de la que nunca se desvincularon: Indianápolis, Indiana.

Varias personas me han preguntado cuál fue la causa de la muerte de Bárbara. Podría decirse que fue un cáncer que había invadido todo su cuerpo; sin embargo, la respuesta más exacta es la que resume el apóstol Pablo en Segunda de Corintios capítulo 5. El «hombre» exterior, y uso la expresión «hombre» entre comillas pues aquí tiene sentido genérico, aplicable indistintamente a hombres como mujeres. El «hombre» exterior de Bárbara se había desgastado tanto como se había vivificado su ser interior.

Ha surgido una anécdota que en el fondo es verídica aunque el escritor de esta nota pueda darle cierto carácter de ficción. Se dice que en uno de los últimos exámenes que le practicó el médico que la atendía, les dijo a ella y a su esposo: «Tienen dos alternativas: una, que la paciente se someta a un tratamiento intensivo de quimioterapia con lo cual se le prolongará algo la vida. Y la otra, dejar las cosas como están y esperar». Roberto y Bárbara no pensaron mucho antes que Bárbara dijera: «¿Prolongar un poco mi permanencia aquí, cuando en la Casa de mi Padre celestial me espera una vida incomparablemente mejor? No. Dejemos todo como está». No pasaron muchos días antes que ocurriera su promoción.

En la historia de la Alianza chilena ha habido unos pocos colportores sobresalientes que han dejado un testimonio vibrante a las nuevas generaciones. Uno fue Don Adalberto Schubert.Hombre callado, impresionante con su estatura, cabello entrecano, su abrigo que le cubría hasta media pierna y su maletín con libros casi tan pesado como la maleta que cargaba por las calles de Nueva York Ángel Bonilla cuando era colportor de la Sociedad Bíblica Americana. Iba y venía sin mostrar cansancio pero sí con una determinación irrenunciable. No sabemos cuántos conocieron al Señor por su trabajo. Tampoco sabemos respecto de los otros dos que mencionamos en este párrafo. Pero eso no tiene mayor importancia, pues sabemos que el registro fiel se lleva en los libros celestiales. Allí es donde cuentan estas cuentas. Otro fue nuestro recordado y querido amigo, el pastor Atilio Ramírez. Con su mirada apacible y su sonrisa de hombre bueno no se detenía con nada. Su prédica estaba en su afán por poner en manos de gente necesitada el mensaje salvador de su Señor. Y un tercero es Roberto Newman. Estos tres especialmente. Hay otros, pero estos tres especialmente, no descansaban en su pasión por difundir la Palabra de Dios y la buena literatura bajo el calor del sol o el frío de la lluvia; a la luz del día o alumbrándose con una linterna. Eso hizo Roberto en Chile, en Costa Rica y en España con el apoyo siempre fiel de Bárbara.

Aprovechando la circunstancia de esta nota, rendimos un homenaje a estos tres distinguidos siervos del Señor que recorrieron calles y caminos llevando la Palabra. Y con ellos, a sus esposas, mujeres igualmente fieles y abnegadas.

«Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos» (2 Corintios 5.1). Y «Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria» (2 Corintios 4.16). Y «En la casa de mi Padre muchas moradas hay… voy, pues, a preparar lugar para vosotros» (Juan 14.2).

(*) Con ahorros y esfuerzos, lograron construir una casa en Costa Rica. Cuando se retiraron, la vendieron para comprar un departamento donde vivir en los Estados Unidos. Cuando ya decidieron que lo más conveniente era irse a vivir a un home, vendieron el departamento en Indianápolis para pagar su residencia en este lugar. Es todo lo que lograron acumular después de más de 40 años de trabajo. Es mejor acumular bienes en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen ni donde ladrones no minan ni hurtan.
 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Yo
21/10/2012
09:16 h
1
 
Que linda nota; me hubiera gustado conocerla!. Seguro hoy está en los brazos de su Señor
 



 
 
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