ALGUNOS DATOS SOBRE EL POETA
Fernando Vallejo, uno de los más consagrados narradores colombianos de este tiempo, ganador en 2011 del Premio Feria Internacional del Libro de Guadalajara, dotado con ciento cincuenta mil dólares, dedicó largos años a reconstruir la biografía del notable poeta Miguel Ángel Osorio (Santa Rosa de Osos, Colombia, 1883 – Ciudad de México, 1942). En una reciente entrevista volvió a sentenciar sobre el poeta de los muchos seudónimos, entre ellos el de Barba Jacob, el más conocido: “Lo que nadie sabe es que Barba Jacob es uno de los grandes poetas de Colombia, aunque no el más grande, pues nadie mejor que José Asunción Silva, o tal vez León de Greiff. Pero después de ellos está Barba Jacob”.
El poeta, nacido en la región de Antioquia,
fue un hombre polémico, errabundo, periodista, director de publicaciones culturales, azote de dictadores, etc… Vivió en Costa Rica, Honduras, Estados Unidos, El Salvador, Guatemala, Perú, Cuba o México, donde murió en la más extrema pobreza.
Publicó sus poemas en revistas y periódicos de América Latina, pero nunca quiso recogerlos en libro. No obstante, y a pesar de él, algunos amigos publicaron recopilaciones de sus versos cuando todavía vivía. Así, están
Rosas negras (1932, Guatemala),
Canciones y elegías (1933, México) y
Canción de la vida profunda y otros poemas (1937, Colombia).
Aún hoy el poema titulado Canción de la vida profunda continúa siendo el poema más leído y recitado de Colombia. Hace 17 años el escritor y filólogo Hernando Cabarcas Antequera, grande amigo colombiano, me trajo a Salamanca un precioso regalo: la poesía completa de Porfirio Barba Jacob. De dicho volumen extraigo la
Oración de Barba Jacob y algunos otros versos con anclaje cristiano, como éstos, tan rotundos y tan profundamente impregnados de Evangelio:
¡Oh paz de Cristo, fraternal aurora
en que del cielo del Amor descienda
justicia al mundo que justicia implora!
UNA INFANCIA SIMILAR A LA PERFECCIÓN EVANGÉLICA
De las pocas entrevistas que le hicieran en vida, hay una muy especial, pues se la hizo el periodista Neftalí Beltrán unas semanas antes de su muerte, y por encargo del director del periódico Noticia, de Colombia, dirigido por el poeta Germán Pardo García. El recorte de dicha entrevista se encontró entre los papeles de León de Greiff. No por coincidencia supongo, pues los espíritus afines se juntan y protegen.
La entrevista se hizo en el Hotel Sevilla, en la calle de Ayuntamiento, comenta el periodista. Barba Jabob estaba en cama, muy enfermo. A la pregunta sobre su salud, no sólo física, sino también moral, el poeta, que fue un hombre díscolo, controvertido… responde: “He sido siempre una persona que ha gustado de la vida a través de los sentidos, y ahora me siento incapacitado para todo. Me ha gustado comer, me ha gustado beber. Nada de eso puedo hacer ahora. El otro día, sabe usted, he vuelto a descubrir lo maravilloso de lo sencillo. Me trajeron, a la hora de la comida, un caldo, nada más que un caldo. Con zanahorias, con nabos. ¡Qué delicia! ¡Qué banquete extraordinario! Y es natural que haya sido así porque yo, en el fondo, soy nada más que un campesino
. Mi infancia fue feliz en Antioquia viviendo en medio de rancheros, de hombres del campo que son, como usted sabe, gente sencilla y ruda pero de una bondad extraordinaria.
Sí, de una gran sencillez y muy cercanos a la perfección evangélica. A pesar de esta felicidad, o quizás por ella, viví una vida de muchacho un poco en desacuerdo con lo que mis abuelos querían que yo fuera: agricultor. No vaya usted a pensar por esto que haya sido intelectualmente un niño precoz. Llegue a los catorce años inocente, quizá un poco retardado por la falta de escuelas, de maestros y mi afán de vagar por el campo: ¡Pero qué maravilla! Qué maravilla mis abuelos, otros dos nietos y yo. Allí no necesitábamos de nada. Todo lo teníamos a la mano. Los productos de aquellas tierras de mis abuelos iban a venderse en el mercado, los domingos. Era realmente extraordinario, créamelo”.
UN POEMA QUE LO DICE CASI TODO
En la misma entrevista hay otro testimonio magnífico, esta vez sobre la dignidad del poeta por encima de todas cosas materiales. Merece reproducir su respuesta: “He sacado la poesía de mí mismo y ha sido, durante toda mi vida, un ejercicio desinteresado no sólo en cuanto a lo económico sino que nunca me he preocupado siquiera de hacerme publicidad alguna. El hecho de haber llegado a los cincuenta años sin publicar un libro, lo demuestra. Y es que la poesía ha sido para mí la mejor recompensa. Recompensa de haber nacido, de tener que morir, de sufrir y de encontrarme dentro del mundo. Esa es la angustia humana, sabe usted, la eterna pregunta de Hamlet. ¿Soy? ¿No soy? ¿A dónde voy a ir? ¿Por qué he venido? Y sin embargo la poesía ha sido para mí la presea, la corona de todos mis esfuerzos, de todas mis luchas en la vida. Usted lo ve, estoy pobre, enfermo, y aún así, si en mi mano estuviera el poder volver a nacer y cambiar el panorama de mi vida, no lo haría”.
Y aquí les dejo, con la plegaria que anota un hombre angustiado, marcado por el desgarro la vida entera. Aquí el texto de un poeta que en otra creación suya dice: ¡El suspiro de Dios, que armonizaba el viento,/ iba en mi pensamiento por el viento de abril!”. Aquí la Oración de Miguel Ángel Osorio, más conocido como Porfirio Barba Jacob.
ORACIÓN
¡Que cantaré de noche ni de día
sino tus alabanzas,
oh Divino Poder que me creaste,
oh Sagrada Bondad que me sustentas!
¡Qué he de hacer con mis manos
sino alzarlas a Ti continuamente
mientras la sangre cálida discurra
por la red de mis venas!
¡Qué he de hacer con mis ojos
sino mirar con íntimo deleite
las cosas que me sirven y me adulan
en la gran claridad que las alumbra!
¡Qué ha de tener mi espíritu
por obra justa y noble y adecuada
sino la comprensión del gran misterio
que en torno me rodea!
¡Oh tierra generosa
que abres ante mis ojos tus caminos
y que me das las frutas bien maduras
y las suaves fragancias de tus árboles!
Toda la hirviente sangre que me nutre
tus no cegadas ánforas me dieron;
la arcilla en que me animo proviene de tus légamos
y de tus hondos valles y de tus claros ríos.
Pero tú no eres la sombra de ti misma:
eres un eslabón de la cadena,
eres nueva merced con que regala
el Divino Poder a su criatura.
Gracias a Ti, Señor, que me la diste,
gracias por su milagro renovado,
gracias por el reposo de sus valles
y por el laberinto de sus montes.
Gracias por las colmenas rumorosas,
por el agua intranquila que discurre,
por el agua salobre de los mares
y por las cataratas de la lluvia.
Gracias por la mujer en cuyo vientre
incúbase el misterio de la vida,
gracias por el laurel que al genio apremia,
gracias por los rosales y los lirios.
Gracias por la inquietud que se difunde,
gracias por el dolor y por el gozo,
gracias por la limosna de mis versos,
gracias por mi riqueza y mi pobreza.
Gracias por las encinas y los robles,
gracias por el relámpago celeste,
gracias por los maizales frutecidos,
gracias por el concierto de los pájaros.
Gracias por la medusa submarina,
gracias por el azul de las montañas,
gracias por el puñal de la tragedia,
gracias por el diamante y por el oro.
Gracias por el incendio del crepúsculo,
gracias por el rumor de los jardines,
gracias por el cariño de los perros,
gracias por las estrellas. ¡Muchas gracias!
Gracias por la candela,
gracias por el carbón y la ceniza,
gracias por el caballo diligente,
gracias por el silencio de la noche.
Gracias por el concierto
de bien y mal y sombra y luz preclara,
gracias por la alegría y la tristeza,
gracias por el dolor y por la muerte.
Gracias por la oración y por la música,
gracias por el amor y por el odio,
gracias por los halagos maternales,
y gracias por los niños. ¡Muchas gracias!
Gracias, Señor, por todo
lo que fue ayer, lo que será mañana;
por todo lo que es hoy en agua y tierra,
por toda ley, por todo alumbramiento.
Gracias por el misterio
que el hombre sabe y no comprende nunca,
gracias por la inquietud del alma mía...
¡Gracias a Ti, Señor, por ser quien eres!
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