A diez mil metros de altura, de regreso a España desde México, leo el periódico y al borde de las lágrimas debo admitir que mi país se rompe. Parece que la crisis económica (y debería añadir, de la clase política, carente de respuestas y de capacidad de consenso para abordar la problemática) es el escenario ideal para promover los cambios que muchos han estado pretendiendo por años.
Los hay que piden que se disuelva el Parlamento, y se manifiestan simplemente para protestar por lo mal que se gestionan las cosas. Sin embargo, así, sin propuestas, parecen más bien movimientos populistas y antidemocráticos (que no hay que dejar de oír, pero... mal vamos por ese camino). Y luego están los nacionalistas catalanes, que lanzan a la calle su independentismo y piden ser una cosa aparte, un estado más de Europa, sin importarles el hecho de que España sin ellos ya no será lo mismo, y probablemente ellos tampoco lleguen a ser lo que sueñan. En un tiempo en el que hay que sumar, la tendencia que se impone es dividir. No lo entiendo.
Mientras, y a pesar de los cambios que se avecinan (probablemente una reforma de la Constitución, un Estado federalista o prolongar la agonía de lo autonómico), las viudas y los huérfanos ven recortadas sus ayudas, la pobreza infantil se agrava (con niños que no pueden formarse como otros por falta de libros, de material escolar o de una buena alimentación -¡quién nos lo iba a decir!-) y la sanidad, cultura o educación perderá irremisiblemente calidad con menos recursos económicos.
España se desmembra, y la única esperanza humana que nos queda es que las cosas sólo mejoren cuando están peor. Quién sabe si los cambios que abren el camino de una nueva época son provocados por el colapso del sistema. Sin embargo, yo le pido a Dios que reaccionemos a tiempo y nos pongamos manos a la obra, y en la dirección correcta, porque también es cierto que se puede estar peor; que puede crecer la crispación y la decadencia.
CRISIS DE LIDERAZGO
Las pancartas de la calle rezaban "Que se vayan todos". Martes negro para los parlamentarios, este 25 de septiembre. Y, muy lejos de aquí, Carmen Lúcia (presidenta del Tribunal Supremo de Brasil), hace un llamamiento a los jóvenes para que se involucren en política. Es su forma particular de combatir la angustia que le produce tener que juzgar a una treintena de políticos por el mayor escándalo de corrupción de la historia democrática en Brasil. "O política o guerra", esgrime como argumento la jueza para movilizar sangre nueva en el liderazgo de su país.
¡Qué contrastes, Señor! Unos pidiendo a los políticos en España que se vayan, y ella en Brasil que, por favor, vengan a ella los jóvenes.
No sé qué país van a recoger mis hijos. Quizás les tenga que contar con añoranza de cuando éramos diecisiete comunidades autónomas, y el Estado del Bienestar nos cobijaba a todos por igual. Quizás les tenga que explicar qué hicimos o qué no hicimos (o cómo reaccionamos demasiado tarde) para llegar a una situación tan poco halagüeña. ¡O me equivoco! ¿Será que al echar la mirada atrás les pueda contar una historia de final feliz, en la que la crisis solo nos impulsó a una nueva y mejor etapa?
NECESITAMOS REFORMA
Lo que sí tengo claro es que mientras mi país se rompe, Dios vuelve a ser nuestra mayor fortaleza. Necesitamos Reforma. Una nueva generación como la de Josías. Que no se abrume por todo lo que hay que cambiar, ni se conforme con la España que herede. Que mire adelante con fe y valor, rompiendo con los modelos desgastados, partidistas y tan cortos de miras que abundan hoy día (por cierto, también dentro de las filas del cristianismo).
Es hora de renegar de aquellas posturas destructivas que plagan la historia de este viejo país altanero. Y de encontrar otros modelos, dignos de imitar, capaces de traer renovación en todas las esferas.
Conozco uno que sigue siendo la respuesta. Me estoy refiriendo al Reino de Dios. David, lleno de temor de Dios, pudo gobernar con justicia y paz, porque le dejó al Señor ser el Rey. Josías creyó que podía hacer lo mismo: Cuando Josías comenzó a reinar era de ocho años, y reinó en Jerusalén treinta y un años... E hizo lo recto ante los ojos del Señor, y anduvo en todo el camino de David su padre, sin apartarse a derecha ni a izquierda (2 Reyes 22:1-2).
Ese espíritu de los reformadores es de carácter inconformista, luchador, hasta me atrevería a decir que revolucionario.Pero, en última instancia cree en un mañana mejor y en el valor de la vida humana, y en la dignidad de la Democracia cuando ésta es administrada por hombres dignos de ella.
Vengo de un país en el que hace 200 años soñaron con la independencia, y con cambiar las cosas. Y aunque fue una causa teñida de sangre, marcó el camino hacia la libertad del pueblo azteca.
Nuestro enemigo ahora no es una ideología, lengua, bandera o nacionalidad. Es mucho más universal de lo que nos imaginamos: impiedad, codicia, falta de integridad, ignorancia... el pecado del ser humano en definitiva. Y el antídoto pasa, más que por autodeterminación, por una determinación en cada uno:
la paz con Dios a través de Jesucristo.
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