Alicia me ha impuesto una tarea que no he podido ni he querido eludir. A raíz de que en mi artículo pidiendo oración por nuestro perro Toby dije que los animales no tienen un alma que salvar, me pide que escriba otro centrándome en eso de las almas de los animales.
En mi artículo
no dije que los animales tienen alma o no la tienen; lo que dije es que no tienen que preocuparse por salvar su alma, si es que la tienen, porque si bien el destino eterno lejos de Dios cayó como maldición ineludible sobre la raza humana, no tuvo el mismo efecto en los demás seres vivientes aunque sí los sujetó a deterioros e imperfecciones, a gemidos y anhelos por la liberación que aun no llega (véase Romanos 8..2-23).
En la parábola del rico (Lucas 12.13-21) que invierte su vida acumulando bienes y almacenándolos en graneros, Jesús dice: «Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?» En la parábola, pareciera que el rico no solo acumulaba riquezas sino que era un avaro, de esos que guardan, guardan y guardan, que se pasan la vida acumulando bienes hasta que los granos se les pudren, la ropa se les enmohece y la polilla y el orín corrompen todo lo susceptible de degradarse.
La Nueva Versión Internacional usa un lenguaje algo diferente. Dice: «¡Necio! Esta misma noche te van a reclamar la vida. ¿Y quién se quedará con lo que has acumulado?» Se aclara un poco la idea aunque se mantiene eso de que «esta noche vienen a pedirte tu alma» expresado ahora como «esta noche te van a reclamar la vida». «Vienen a pedirte tu alma», «Te van a reclamar la vida». ¿Quién viene a pedirla, quién a reclamarla?
No sabemos que exista en este mundo una instancia en la que seres angelicales o extraterrestres por sí y ante sí o enviados por una entidad superior anden por la vida pidiéndole el alma a la gente. Quizá en otras religiones las halla pero hasta donde sabemos, no la hay en el cristianismo.
De modo que tenemos que concluir que esto de que «vienen a pedirte tu alma» o «te van a reclamar la vida» es una forma de decir que el individuo deja de existir.
En el caso de la parábola de Jesús ya citada «vienen a pedirte tu alma» se refiere a que el rico, por la razón que sea: un paro cardiaco, una indigestión provocada por una gran comilona o un ataque repentino de pie plano, se muere. Tenemos, entonces, que alma equivale a vida.
El que tiene alma, tiene vida. Y el que no tiene vida, no tiene alma porque el alma se ha ido del cuerpo aunque, como afirman algunos estudiosos, volverá a él el día de la resurrección, sea para vida, la vida eterna con Dios o sea para muerte, la segunda muerte de la cual habla el Apocalipsis (2.11; 20.14; 21.8) con Satanás, el diablo.
«Hay que recordar» me decía un amigo a quien le hice una consulta sobre el tema, «que en la Biblia, muchos versículos que usan la palabra
alma en realidad están mal traducidos, pues la palabra más propiamente significa
vida».
A este amigo escribí diciéndole, entre otras cosas: «Mi creencia, quizá bien parada en la sana interpretación del texto bíblico aunque no con la deseada profundidad filosófica es que todo ser vivo tiene un alma, que es el principio de vida. Pero que los seres irracionales no tienen que salvarla pues no razonan y, por lo tanto, no tienen la facultad de elegir, voluntariamente, un determinado comportamiento. Actúan por instinto.
El ser humano, en cambio, con su capacidad de discernimiento, tiene la potestad de elegir entre lo bueno y lo malo y eso, precisamente, lo pone ante la disyuntiva de salvar o perder su alma. Jesús murió para salvar el alma de los hombres y mujeres pero no para salvar el alma de los animales; de ahí que yo haya dicho, y sostenga, que los seres irracionales «no tengan un alma que salvar».
El Diccionario Enciclopédico Larousse define alma como el principio sensible de los animales y el principio vegetativo de las plantas.
Si entendemos, entonces, que «alma» es «vida» podemos entender que hasta los seres vivos del reino vegetal tienen alma.
Mencionaba unas líneas más arriba el instinto. Los seres animales actúan bajo la tremenda influencia del instinto. El instinto les permite sobrevivir cuando otros seres más poderosos que ellos se los quieren comer o cuando por algún fenómeno natural sienten que sus vidas peligran. A los perros especialmente, el instinto los identifica con sus amos al punto que algunos optan por permanecer al lado de su amo muerto hasta que la muerte hace presa también de ellos. El instinto les permite reconocer a amigos y a enemigos; a brincar y a mover la cola cuando están contentos y a humillarse y esconder la cola entre las piernas cuando las cosas no van del todo bien con ellos.
Alguien hacía la observación que el único ser vivo creado a imagen y semejanza de Dios fue el hombre lo que podría hacer pensar que el nivel de su alma es superior al nivel del alma de los seres irracionales, o de los seres que pertenecen al reino vegetal. Puede ser. ¿Alguien lo sabe con certeza?
En cuanto a que el ser humano tiene un alma, no hay duda. Y en cuanto a los demás seres vivientes, algo puso Dios dentro de ellos —llámese como se llame— que les permite vivir, disfrutar a su manera la existencia, multiplicarse y expresar sus estados de ánimo o las distintas reacciones que se originan dentro de ellos. Y, quizás lo más importante aunque menos perceptible al ojo humano, sea su capacidad de mantener un diálogo permanente con Dios a través del canto.
Mencionaba, en un artículo anterior, el canto del zinzonte. De vez en cuando se para en uno de los árboles que rodean el condominio donde vivimos un zinzonte que canta, yodiría, «desesperadamente». Canta con una urgencia tal que pareciera que sabe que si no canta todas esas notas que van naciendodentro de él terminarán explotando haciéndolo saltar por los aires convertido en un amasijo de plumas, piel y huesitos. El zinzonte no canta para que los demás lo admiren; no canta para ser el número 1 de las aves canoras, no canta por vanidad, canta porque necesita, a través del canto, mantener un vínculo de amor y de relación creativa con Dios, que lo hizo como lo hizo. Porque si bien el salmista declaró que «los cielos cuentan la gloria de Dios y la expansión denuncia la obra de sus manos» nosotros podríamos agregar que no solo el cielo y la expansión dan fe de un Creador maravilloso sino que también lo hacen las aves. «Mirad las aves del cielo», dice Jesús en Mateo 6.26, «que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta». Y las flores del campo: «Considerad los lirios, cómo crecen; no trabajan, ni hilan; mas os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Y si asi viste Dios la hierba que hoy está en el campo...»
Concluyamos, entonces, diciendo que sea lo que fuere o llámese como se llame, Dios ha dejado establecida su impronta en cada ser viviente, sea humano, animal o vegetal; sea terrenal o celestial; sea su vida consciente, como la de los seres pensantes o inconsciente, como las pléyades, el Orión y la Osa Mayor con sus hijos de que habla Job (38.31). Nadie, a no ser que tenga su mente física y espiritual obnubilizada por conceptos, teorías y aproximaciones materialistas podría dejar de ver en el planeta en el que vivimos o en el universo que nos rodea, la mano creadora de Dios.
Y, por favor, no dejen de orar por Toby que sigue mal de su patita.
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