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Alejandra Pizarnik: 40 años de ausencia (I)

Era ya una de las escritoras más reconocidas en Argentina luego de vivir algunos años en París y de obtener dos de las becas literarias más importantes
GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 28 DE SEPTIEMBRE DE 2012 22:00 h

ya comprendo la verdad
estalla en mis deseos
y en mis desdichas
en mis desencuentros
en mis desequilibrios
en mis delirios
ya comprendo la verdad
ahora
a buscar la vida[1]
A.P., “Solamente”, de La última inocencia


El 25 de septiembre de 1972, hace exactamente 40 años, la poeta argentina Alejandra Pizarnik ponía fin a su vida con una sobredosis de seconal en su departamento de la calle Montevideo, en Buenos Aires. Había salido de la clínica psiquiátrica donde estaba internada para estar con su familia el fin de semana.

En la pared de su cuarto dejó escritas estas líneas: “No quiero ir/ nada más/ que hasta el fondo/ oh vida/ oh lenguaje/ oh Isidoro”. Nacida el 29 de abril de 1936, miembro de una familia judía venida de Europa oriental y con estudios de letras en la Universidad de Buenos Aires y de pintura con Juan Batlle Planas, era ya una de las escritoras más reconocidas en su país luego de vivir algunos años en París y de obtener dos de las becas literarias más importantes.

Contar de esta manera lo sucedido en sus últimos días no le hace la más mínima justicia a la autora de una obra que, lastimosamente, es señalada por ser la preferida de jóvenes y adolescentes argentinos, cuando en realidad estamos ante una gran labor lírica iniciada en 1955 con La tierra más ajena, seguida de La última inocencia y Las aventuras perdidas, en 1956 y 1958, respectivamente. En 1962 dio a conocer Árbol de Diana, con prólogo de Octavio Paz que, para muchos es su libro más logrado. Después de su viaje a Francia, publicó: Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de locura (1968) y El infierno musical (1971). Hasta 2001 apareció su Poesía completa, luego de varias recopilaciones fallidas. Más tarde se publicarían Prosa completa y su Diario.

Durante sus cuatro años en Francia, Pizarnik trabajó en la revista Cuadernos, publicó poemas y ensayos, además de que tradujo a Antonin Artaud, Henri Michaux, Aimé Cesairé e Yves Bonnefoy. En la Sorbona estudió historia de la religión y literatura francesa. En su afán de fundir la poesía con la vida, siguió al pie de la letra los dictados de la estética surrealista, aunque su obra derivó en una personalísima manera de expresión.

Con todo, el abordaje sigue siendo externo, tangencial, y esto es así porque a la hora de situarse ante los poemas mismos se derrumba
cualquier intento por apresar en categorías estrechas no la experiencia inabarcable que en efecto traslucen, sino más bien, la fuerza con que “expulsan” la ya mencionada tensión entre poesía y vida.

En la única antología accesible durante mucho tiempo en México (aparte del ejemplar de La última inocencia que envió dedicado a Alfonso Reyes y con el que este lector se encontró en El Colegio de México en los años noventa), y que producía un acercamiento aún más fragmentario a este trabajo literario, Miguel Ángel Flores apuntó con singular exactitud:

Uno es el nombre, Alejandra Pizarnik, conocido en el ámbito de la lengua española. Otro, el conjunto de una obra dispersa, publicada en breves volúmenes que nunca se reeditaron. La poesía de Alejandra Pizarnik es la secreta posesión de unos cuantos lectores que supieron ver en ella una de las voces más personales de la poesía escrita en nuestra lengua. […]
Alejandra Pizarnik casi no tuvo biografía. Los datos más importantes de su vida están en sus libros. […]
Había en Alejandra una fragilidad que la ponía en riesgo de sucumbir ante los embates de una feroz realidad. Su poesía es la búsqueda de una identidad, de una afirmación que le concediera sentido al caos existencial en que se debatía.[2]

Las palabras de Paz, al jugar con la alquimia poética de la autora argentina en Árbol de Diana, la describen puntualmente también. Su poesía, escribió el Nobel mexicano, es una “cristalización verbal por amalgama de insomnio pasional y lucidez meridiana en una disolución de realidad sometida a las más altas temperaturas. El producto no contiene una sola partícula de mentira”.[3]

Y Flores abunda en el intento de caracterización, fruto de una familiaridad muy minuciosa:

La cualidad más notable de los versos de Alejandra Pizarnik es la tensión a la que somete las palabras, esa tensión deriva de una intensidad poética quemante. Lucidez para mirar dentro de sí misma, lucidez para advertir los signos de un mundo amenazante, lucidez para elegir la palabra exacta y su contorno. La poesía es una máscara que nos defiende, nos presta identidad y nos revela el lado oscuro de la vida. […] Para Pizarnik el lenguaje tiene una doble función: es revelación pero también es ocultamiento. La máscara y el poema. El mundo sensible de Pizarnik participa de un agudo conflicto: los elementos de la realidad son inasibles. El poema sólo rescata algunos fragmentos que expresan un yo fragmentado. Quizá por ello Alejandra Pizarnik buscó la concentración, elaborar con esencias los símbolos que expresaran su drama personal.[4]

De un tiempo para acá infaltable ya en cualquier muestra de poesía latinoamericana, Juan Gustavo Cobo Borda escribe en la que reunió en 1985: “La utopía de Alejandra Pizarnik […] era volverse una con el poema. Pero el silencio salvaje que aún se escucha en sus últimos textos prueba también que dicha utopía era asimismo dañina. Sin embargo, estos poemas hablan por sí mismos. Al clausurar un ciclo, al llegar a un punto muerto, nos siguen alumbrando con su negra incandescencia”.[5]

Hoy, ya pasado el improbable boom mediático sobre su extrañeza como escritora, y cuando algunos críticos como César Aira han “denunciado” la acumulación de mitos en torno a su persona, la poesía de Pizarnik ha alcanzado ya su estatus de obra imprescindible pero sin la obligación de encasillarla en la rarezao de ser leída lado a lado con una “interpretación tanatológica” por causa de su aparente suicidio, pues incluso los estudios que la sitúan al lado de otros poetas que se quitaron la vida la colocan aparte, ha comenzado a valorarse su obra de otra manera. Aira es particularmente agudo:

Casi todo lo que se escribe sobre ella está lleno de ‘pequeña náufraga’, ‘niña extraviada’, estatua deshabitada de sí misma’, y cosas por el estilo. […] Lo cual no sería más que anecdótico si no apuntara, como siempre que se usa la metáfora, a una reificación, y como tal hace obstáculo a la visión del proceso. Reduce a un poeta a una especie de bibelot decorativo en la estantería de la literatura, y clausura el proceso del que sale la poesía […] Y entonces no importa que el trabajo del escritor haya sido justamente descongelar el mundo, hacerlo fluir en una operación sin fin…[6]

Quizá algunos de sus textos más “emblemáticos” (y no necesariamente los más famosos) sean aquellos en donde su lírica encuentra el punto más alto de una tensión que puede calificarse de místico-religiosa, aunque a la inversa por momentos, pero que le devuelve a la palabra el don de vehicular no solamente el sufrimiento personal de la hablante, pues es capaz de atravesar la realidad en pos de otra más entrañable y desgarradora.

El yo, ciertamente, se retuerce entre las fauces del lenguaje y éste es forzado a trascenderse mediante una transgresión que rebasa ampliamente los condicionamientos estéticos. Y la hablante se encuentra, enmascarada y encapsulada por la realidad inhóspita:

alejandra alejandra
debajo estoy yo
alejandra
(“Sólo un nombre”, La última inocencia)

La poesía de Pizarnik, escrita por momentos, “contra el miedo”, no procede de un sujeto que solamente veía sombras o se refugiaba en una irrescatable infancia, como han dicho algunos críticos. Es eso y más que eso, también, es un sumergirse en las brumas del deseo ignorante que busca, no respuestas, sino afinar las preguntas:

COLD IN HAND BLIES
y qué es lo que vas a decir
voy a decir solamente algo
y qué es lo que vas a hacer
voy a ocultarme en el lenguaje
y por qué
tengo miedo.
(El infierno musical)

TIEMPO
a Olga Orozco

Ya no sé de la infancia
más que un miedo luminoso
y una mano que me arrastra
a mi otra orilla.
(Las aventuras perdidas)

La vertiente aludida, místico-religiosa, se aprecia bien en esta oración sui generis, dedicada a su analista:

EL DESPERTAR
a León Ostrov

Señor
la jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios

Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo

Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos

Señor
el aire me castiga el ser
Detrás del aire hay monstruos
que beben de mi sangre

Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada

[...]

Señor
Arroja los féretros de mi sangre

Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón

Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglos

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y ha devorado mis esperanzas

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo
(Las aventuras perdidas)

Y su filiación romántica es innegable, también:

NOCHE
Quoi, toujours? Entre moi sans cesse et le bonheur!
G. de Nerval

Tal vez esta noche no es noche,
debe ser un sol horrendo, o
lo otro, o cualquier cosa…
¡Qué sé yo! ¡Faltan palabras,
falta candor, falta poesía
cuando la sangre llora y llora!

¡Pudiera ser tan feliz esta noche!
Si sólo me fuera dado palpar
las sombras, oír pasos,
decir “buenas noches” a cualquiera
que pasease a su perro,
miraría la luna, dijera su
extraña lactescencia, tropezaría
con piedras al azar, como se hace.

Pero hay algo que rompe la piel,
una ciega furia
que corre por mis venas.
¡Quiero salir! Cancerbero del alma:
¡Deja, déjame traspasar tu sonrisa!

¡Pudiera ser tan feliz esta noche!
Aún quedan ensueños rezagados.
¡Y tantos libros! ¡Y tantas luces!
¡Y mis pocos años! ¿Por qué no?
La muerte está lejana. No me mira.
¡Tanta vida Señor!
¿Para qué tanta vida?
(La última inocencia)

Con todo, y en medio de la desolación, Pizarnik cree que la relación amorosa es también un espacio de revelación:

REVELACIONES
En la noche a tu lado
las palabras son claves, son llaves.
El deseo de morir es rey.

Que tu cuerpo sea siempre
un amado espacio de revelaciones.
(Los trabajos y las noches)

Una serie notable de cuatro videos sobre ella puede verse aquí.



[1]A. Pizarnik, Poesía completa. Ed. de Ana Becciú. Barcelona, Lumen, 2001, p. 59.
[2]M.Á. Flores, “La máscara y el poema. Breve nota sobre la poesía de Alejandra Pizarnik”, en Breve antología. 2ª ed. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2010, (Material de lectura, poesía moderna, 93), pp. 4-5,www.materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/alejandra-pizarnik.pdf.
[3]O. Paz, “Árbol de Diana”, en A. Pizarnik, Poesía completa, p. 101.
[4]M.Á. Flores, op. cit., p. 5.
[5]J.G. Cobo Borda, Antología de la poesía hispanoamericana. México, Fondo de Cultura Económica, 1985, p. 54.
[6]C. Aira, Alejandra Pizarnik. Rosario, Beatriz Viterbo, 1998, pp. 9-10.
 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Luis N. Rivera Pagán
06/10/2012
12:47 h
1
 
Como todos sus escritos, ¡una excelente contribución de Leopoldo Cervantes-Ortiz!
 



 
 
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