ACCESO AL TRASCENDENTE Y RELACIÓN CON EL PRÓJIMO
En la poesía de Armando Rojas Guardia, Dios siempre está presente, siempre está como a la cabecera de su lecho.Pero Dios no es un tema o un asunto para estar en contienda perenne u obligando a seguirle a quienes descreen de Él. En su poema “Spiritual”, el caraqueño es concluyente:
“Dios no es asunto, no es tema,/ sino pasión donde arder”. Rojas Guardia, lector admirado de Juan de Yepes, tituló uno de sus libros con un verso del abulense:
Del mismo amor ardiendo(1979).
¿Y qué decir de sus lecturas?Baste anotar que en su obra poética completa, entre otras muchas citas de autores queridos, el poeta pone un epígrafe del pastor protestante Dietrich Bonhoefer: “El cantus firmus, la melodía central en torno a la cual cantan las otras voces de la vida”.
Hablando de Dios, es a
Franklin Fernández a quien mucho revela Rojas Guardia su pertenencia a ese Dios de amor y compasión, “Porque ese es el Dios cristiano. Y la definición clásica del Dios cristiano está en la primera carta de Juan, incluida en el Nuevo Testamento:
‘Dios es ágape’, ‘Dios es amor’. No hay mejor definición de la naturaleza de Dios para el cristianismo, que esa. Por eso, el Dios al que yo me aproximo tiene esa característica
fundamental, el ser compasivo. La experiencia religiosa cristiana tiene un matiz diferente a la experiencia religiosa en otros tipos de institucionalidades religiosas. Para el cristianismo, a Dios, a la trascendencia no se accede por la vía del templo, es decir; no es una relación vertical de la tierra al cielo pasando por el templo, sino que la religiosidad cristiana pone el énfasis en la relación ética con el otro, con el prójimo. De modo que es en el seno de esa relación horizontal con el prójimo donde ocurre la experiencia de Dios. Y eso se debe, en que la naturaleza misma de Dios, es amorosa. De modo que la compasión es la manifestación divina por excelencia”.
Respecto al prójimo, es interesante dejar constancia de sus reflexiones impregnadas de Evangelio. Así, en una entrevista que le hiciera mi amigo Miguel Márquez, poeta y editor venezolano, Armando concreta aún más este sentimiento cristiano hacia el prójimo: “En toda mi poesía y en mi obra ensayística yo he tratado de desplegar la experiencia radical del otro como un dato insoslayable de la propia conciencia. Es decir, creo que no puede darse una conciencia adulta dentro de la mismidad del yo entendido como una especie de espacio clauso, cerrado, que tenga bloqueado el sentido y el sentimiento de la alteridad. Creo que es ese el mensaje de Jesús de Nazaret, tomando lo esencial de él. Por supuesto que la experiencia radical del otro nos conduce a la vivencia de nuestra vinculación con los oprimidos, porque sencillamente donde el otro se expresa más desnudamente como otro que juzga e interpela la mismidad del yo, es en el pobre y el oprimido”.
IMPORTANCIA DE DIOS
Pero debemos a la insistencia de Franklin Fernández la mayor destilación de su pensamiento y sentimiento de Dios.Al margen, claro está, de los propios ensayos ya publicados por Rojas Guardia. Me refiero a una entrevista que puede ser consultada libremente y, por lo tanto, de un alcance ilimitado en cuanto a la irradiación de su decir.
Y en ella, Armando dice sintiendo: “Dios es fundamentalmente el trascendente. Aquel que está… Dios es el corazón, el eje del ámbito de lo sagrado. El ámbito de lo sagrado; en ese ámbito, Dios es el orden de realidad que trasciende nuestra vida ordinaria, es la órbita de la satisfacción de nuestras necesidades inmediatas. Porque Dios es el corazón y el eje del ámbito de lo sagrado. El ámbito de lo sagrado no está situado en un trasmundo, es el último extracto de realidad de este mundo. Ernesto Cardenal, en
‘Coplas a la muerte de Merton’, tiene unos versos que a mí me han impresionado mucho siempre:
‘Morir no es salir del mundo, es hundirse en el’. En ese sentido, Dios como eje y corazón del ámbito de lo sagrado, envuelve y penetra toda la realidad del mundo. Es también la realidad ontológicamente suprema. Es el valor y el bien absoluto. Es la santidad, también absoluta. Y es el que posibilita esa misma vía ordinaria, trascendiéndola”.
UN POEMA QUE VALE POR MUCHOS
Terminemos esta entrega con lo que debí poner al principio. El poema “Dios es pequeño” merece estar en un lugar privilegiado de cualquier antología de poesía dedicada al Creador. Es un texto que vale por muchos.
DIOS ES PEQUEÑO
Dios es pequeño, cabe íntegro en un grano de sal
que podemos pisotear, y de hecho pisoteamos
con la altanera suela del zapato,
gigantesco peso sobre lo mínimo paciente,
invisible para los ojos desatentos.
La gloria de Dios se epifaniza, menuda,
como una hoja de árbol, una simple brisa,
un solo botón, una única letra,
bajo el ala del pájaro, junto al corto cuento
con el que la madre se despide del niño
al acostarlo, dentro de la llama frágil
de algún fósforo, cifrada por la punta
del bolígrafo, por las dimensiones de una copa,
por la gota de lluvia, por una escama de pez,
por el dedo meñique y su uña breve.
Dios prolifera ínfimo. Su omnipotencia
resulta centimetral si recordamos
que padece el sufrimiento con nosotros,
voluntariamente maniatada ante el dolor
que quiere compartir en su impotencia:
solidaria contestación a la pregunta
de cómo permite el mal incongruente.
Su infinitud se encoge en la estrechez
autoceñida para dilatar, ilimitada,
la libertad del hombre, la que puede reducir
aún más el infinito cuanto guste,
hasta el tamaño de un dedal ignorado e inservible.
Esta reducción divina también se nos ofrece
contemplarla en el acto mismo que creó
todas las cosas: el Todo, que todo lo ocupaba,
se contrajo a fin de abrirte lugar al universo
expandiéndose autónomo en su afuera.
Dios no tuvo miedo de mostrarse
dentro de la estricta pequeñez de un hombre
paupérrimo, marginado, perseguido,
quien comparó el supremo estado de gracia,
que anunciaba como posibilidad accesible
inminente, a la mínima de todas las semillas,
grávida de su fertilidad oculta.
La grandeza es un equívoco. Aparece aplastante
para aquél que, rendido de cansancio
tras el trajín de siempre, la percibe sobre sí.
No es que la deseche. Pero lo intimida
desde el principio ese modo del ser nunca medible
por la fatiga de sus ojos. Ello viene a explicar
que la menudeante numinosidad de Dios
se multiplique en detallismos, filigranas,
acaeceres a la mano, sacramentos
que se llaman sonrisa, palabra, reposo,
movimiento, árbol, abrazo, luz, ritmo, deleite
y muchos otros más con los que él nos agasaja revelándose,
no esperando gratitud, sino, al contrario,
la fatuidad de nuestra antropocéntrica grandeza.
Sí, definitivamente Dios es pequeñito,
y a esa sacrosanta cabeza de alfiler
que en su modestia no se impone
como poder ladrón de servidumbres
se alude con metáforas humildes,
intentadas por este poema irrelevante
pero, a la postre, salmo arrodillado.
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