El Antiguo Testamento no se invalida a sí mismo; cuando Cristo dice que con sus tradiciones el judaísmo había invalidado la Ley de Dios, está dándonos el mapa de ruta para interpretar adecuadamente tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento.
El judaísmo no es una estructura religiosa basada en el Antiguo Testamento, pero sin el Mesías, el Cristo. A veces se ha aceptado esta situación, pero es contraria a la verdad de la Escritura y de los caminos de la Historia.
El judaísmo es la construcción de una entidad contra el Antiguo Testamento. No se necesita “tener” el Nuevo Testamento para descalificar al judaísmo como contrario a la Ley y los profetas; eso se puede, y se debe hacer, con el Antiguo Testamento.
Las “fábulas judaicas” y las “genealogías interminables acerca de la ley”, no son el Antiguo Testamento, sino el judaísmo. Por tanto, éste ha expulsado de su seno las Escrituras y ha ocupado su lugar con sus tradiciones. Aunque es verdad que esas Escrituras también las mantiene y las conserva, no son, sin embargo, los fundamentos, sino las “excusas” y justificaciones humanas para sus tradiciones. (Un modelo hermano es el que luego se produce con la iglesia Vaticana.)
Cuando digo “Antiguo” o “Nuevo Testamento”, simplemente estoy aceptando el uso cultural del lenguaje, pero son términos equívocos y muy dañinos. En las Escrituras nunca se mencionan partes de la misma con esos nombres.
Luego está la forma de edición; pocos podrían intuir el daño producido cuando se les ocurrió editar la Biblia con unas hojas separando una parte de otra, y colocando la indicación de que ahora se iniciaba el “Nuevo Testamento de nuestro Señor Jesucristo”. (Error que no cometió Casiodoro de Reina, al poner simplemente “El Nuevo Testamento, que es los escritos evangélicos y apostólicos”, aunque le dio el nombre, no lo separa como “otra” clase de lectura.) Ahora algunos usan para referirse al Antiguo Testamento las letras
Tanaj, que si no se explican no sirve para mucho.
Cuando Pablo señala la buena circunstancia de Timoteo por haber conocido desde la niñez las Escrituras, es evidente, que no se refiere al judaísmo, sino al texto propiamente (de lo que llamamos Antiguo Testamento). Los de Berea podían cotejar las enseñanzas de Pablo, para ver si estaban de acuerdo a las Escrituras, con lo que tenían, que no era precisamente lo que llamamos Nuevo Testamento. Es decir, y esto es algo chocante para algunos, que la “Iglesia del Nuevo Testamento”, es precisamente la Iglesia del Antiguo, pues no tenían otra Escritura.
Por eso, cuando algunos pretenden enfrentar el Nuevo con el Antiguo están en un proceso semejante al que produjo la creación del judaísmo.
El judaísmo no puede reconocer al Mesías, porque no tiene realmente a Abraham, los Padres, los Profetas, o al mismo Moisés. Al revés también, no podemos tener al Mesías sin tener al mismo tiempo a Abraham y los Profetas y a Moisés. Otra cosa es que la Ley, sin la obra del Redentor, es siempre para el ser humano un código de condenación, pero lo que condena es la Ley de Dios, de ninguna manera el judaísmo. Cristo cumplió con una sola ofrenda todos los requisitos de la Ley, individuales y sociales, pero en absoluto nada del “judaísmo”. No nos confundamos al pedir por la bendición de Jerusalén, no sea que estemos pidiendo a favor de lo que ya Cristo aniquiló en su cruz.
Con todos sus pasos en la Historia, la comunidad que regresa del exilio, y se junta con la que existía en la tierra a la que vuelven, donde reconstruyen de nuevo el Templo y la ciudad de Jerusalén, lo que al final queda es la Jerusalén “terrena”, conformada como la obra religiosa del hombre alejado de Dios, en el modelo cainita. No importa mucho donde miremos, siempre nos encontramos con el mismo proceso, aunque a veces se puedan ver luchas y oposiciones internas, con ortodoxos, liberales o conservadores buscando la identidad judaica, y esto llega hasta hoy, con el Estado de Israel y el sionismo.
Por ejemplo, en el proceso de lo que se llama la dinastía hasmonea, con sus luchas a favor de unas minorías contra otras; con su asunción de Sumo Sacerdote por quien fuese rey; con el rechazo a esa pretensión por otros; con su acción proselitista por la fuerza contra los vecinos; con su rechazo de un grupo, los fariseos, contra otro, los saduceos; con su búsqueda del favor político unos, su rechazo a la política y la acción terrena otros. Terminando con la implantación de un rey, Herodes, fuera de la línea judaica, favorecido por unos, odiado por otros.
No importa, todos, al final, contra el Mesías. Contra el Mesías unos construyen su “reino” en un mundo propio, separado (esenios, fariseos), sin rozar siquiera a los gentiles, el “mundo”; otros lo elaboran como poder político secularizado. Da igual, el reino de Cristo no es de esa clase, ni de unos ni de otros.
La próxima semana, d. v., nos acercamos al asunto de la expulsión de las mujeres no judías y sus hijos, por los que han llegado del exilio.
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