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La iglesia y los lugares de culto (10)
 

El ministerio terrenal de Jesús y el templo (II)

A diferencia de los escribas y maestros de la Ley, Jesús enseñaba en el templo usando preguntas, para inducir a sus oyentes a usar la razón.
AGENTES DE CAMBIO AUTOR Óscar Margenet Nadal 24 DE AGOSTO DE 2012 22:00 h

DE CARPINTERO A MAESTRO
Recordemos, una vez más, que Jesús creció ayudando a José en el oficio de carpintero; y que tuvo que esperar a tener treinta años para dejar atrás el negocio de su padre terrenal y ocuparse de lleno en el ministerio para el cual había sido enviado por su Padre celestial.

¿Por qué mencionó Jesús “negocios de mi Padre” cuando estaba en el templo, siendo aún niño?

Analicemos el término negocio comenzando por su opuesto: ocio.

Andar ociosamente es relajarse, despreocuparse del tiempo que transcurre mientras no hacemos nada o nos entretenemos en alegres pasatiempos. Si aceptamos esa definición para ocio, el tiempo en el que se trabaja con el fin de producir un resultado material viene a ser negocio o sea negación del ocio.

¿Qué relación había para Jesús entre negocios y templo?

En estas notas intentamos descubrir juntos esa relación, en la esperanza de interpretarla y aplicarla correctamente en nuestro contexto actual.

¿CUÁNDO Y DÓNDE SE PRESENTABA JESÚS EN EL TEMPLO?
Recordemos que Jesús nació en un reino teocrático en el que los asuntos religiosos y de Estado estaban íntimamente ligados. También, que ese reino rígido en lo religioso estaba grandemente influenciado por el poderío político–militar del Imperio Romano y la cultura y pensamiento helénicos. El griego y el hebreo se hablaban en las clases altas; y varios dialectos del hebreo y arameo en las clases bajas.

Lucas nos informa que estando Jesús en Jerusalén enseñaba cada día en el templo (1). Según él Jesús estaba en el templo de día y luego se apartaba al monte de los Olivos donde pernoctaba(2). Al siguiente día salía del monte de los Olivos e iba al templo; allí todo el pueblo acudía para oírle desde la mañana (3). Juan nos dice que Jesús enseñaba en el Pórtico de Salomón y Lucas agrega que todo el pueblo iba al templo sólo porél (4).

Jesús, ese desconocido que venía de Nazaret -un lugar sin nivel para la época- era la mayor atracción de todo el pueblo en la ciudad real. La noticia corría como reguero de pólvora: un nazareno estaba revolucionando la rutinaria actividad del templo regida siempre de manera verticalista.

Los escritores diferencian con claridad la reacción de la gente común, el pueblo, de la de los líderes del templo y oficiales del rey: la aristocracia de la época. También relatan cronológicamente la escalada de presiones que el poder reinante ejerció sobre el pueblo con el fin de volverlos en contra de Jesús.

JESÚS Y EL PUEBLO EN EL TEMPLO
Las referencias que se hacen del ministerio de Jesús son puntuales y coherentes. Entre otras, Juan narra el encuentro que Jesús tuvo en el templo con el hombre a quien había sanado en Betesda de una parálisis que lo tuvo inválido por treinta y ocho años, a quien Jesús le dice: “Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor” (6).

Por su parte, Mateo cuenta que en su última entrada en Jerusalén, ciegos y cojos vinieron a Jesús en el templo y que él los sanó (5).

Imaginamos que los milagros y prodigios realizados por Jesús en el templo no fueron pocos. Juan nos advierte que si fuera posible contar todo lo que hizo Jesús en esos tres años no habría lugar en el mundo para los libros que de él se escribirían(7). No nos parece una exageración la de este testigo presencial si pensamos que fueron miles los que recibieron enseñanza y sanidad completa de parte del Hijo de Dios.

Bástenos saber que lo que lo que nos ha sido revelado por gracia acerca de Jesucristo y de su obra es más que suficiente para nuestra salvación. Podemos confiar que las señales y prodigios que hacía daban testimonio verdadero de que él era aquél de quien las profecías mesiánicas pre anunciaban su venida.

JESÚS Y LOS LÍDERES DEL TEMPLO
Recordemos que el rey Herodes, tras la visita de los magos de oriente, había indagado entre los doctores y sacerdotes del templo dónde debería nacer el Mesías anunciado por los profetas. Si por los líderes de su época hubiese sido Jesús no hubiese sobrevivido a la matanza ordenada desde el palacio, pues cuando el infanticidio llenó de llanto y luto a Belén fue el Espíritu quien guió a José, María y Jesús al exilio.

El odio de la aristocracia a cualquier interrupción del status quo no había desaparecido; por el contrario, se incrementaba día a día por la insatisfacción de la gente. Los hipócritas enriquecidos exigían el cumplimiento de una larga lista de ordenanzas arbitrarias e inhumanas que hacían a la justicia inaccesible.

En esta atmósfera donde la aplicación de la fuerza era custodiada por guardias armados, se vivía un endeble equilibrio político. Por eso, cualquier acto que desviase a la multitud de cumplir con sus pesadas obligaciones y rituales era considerado un acto sedicioso, una subversión contra el orden impuesto.

Jesús dirigiéndose a la gente que de buena gana le escuchaba dijo: “¿O no habéis leído en la ley, cómo en el día de reposo los sacerdotes en el templo profanan el día de reposo, y son sin culpa? Pues os digo que uno mayor que el templo está aquí.”(8)

A diferencia de los escribas y maestros de la Ley, Jesús enseñaba en el templo usando preguntas, para inducir a sus oyentes a usar la razón. Como cuando les propone esta otra difícil cuestión: “¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David?”(9).

Este estilo nuevo desestabiliza a la crema religiosa, que no cesa de buscar la manera de deshacerse de Jesús. No debe sorprender, entonces, que cuando Jesús entra en Jerusalén para enfrentarse con su hora crucial, la multitud lo reciba entre aclamaciones. Por esa causa: “… los principales sacerdotes y los escribas, viendo las maravillas que hacía, y a los muchachos aclamando en el templo y diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! se indignaron” (10).

Es casi imposible llegar a sentir lo que habrán sentido los líderes religiosos al ver los milagros y oír la verdad de boca de este nazareno ignoto, sin estudios ni reconocimientos públicos.

Quizás era un odio nacido de esa mezcla explosiva que junta a la impotencia de saberse en el error y no poder negarlo sin mentiras, con la pesada certeza de no poder responder a derecho las justas denuncias, ni tan siquiera poder disimular la envidia mortal que se genera en los déspotas cuando la gente los abandona para seguir a alguien que todo lo hace por el bien de los demás sin pedir nada a cambio.

Dedicado a los negocios de su Padre, Jesús se presenta en el templo de Jerusalén como el agente de cambio enviado por Dios para reunir a las ovejas esparcidas de Israel. La gente viene a él sedienta de buenas noticias; los muchos para zafar de un momento crítico; los menos para acceder a la vida verdadera que sólo Dios puede dar. Todo el pueblo parece quedar satisfecho con sus obras. Menos los líderes.

Los líderes del templo heredaban sus funciones y ostentaban su historia para justificar su manera de obrar como si fuesen los propietarios de los edificios del templo. Habían convertido el lugar de culto en un fructífero negocio terrenal, abusando del pueblo y ofendiendo a su Arquitecto y Constructor. Más de una vez se habrán preguntado: ¿Quién es éste para desafiar nuestra posición y autoridad?

Jesús mismo les responde:“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros.” (11)

Ayer, como hoy, Jesucristo es el único con autoridad para responderles a los que someten a su grey a una servidumbre indigna de la libertad que Él vino a conquistar para los escogidos del Padre.

Esos líderes que ejercen funciones sin ser investidos por el Espíritu, lejos de arrepentirse se sienten ofendidos por la Palabra de exhortación que reciben. El Señor les recuerda que nadie quedará sin su debida retribución. Aquellos no lo entendieron. ¿Cuántos habrá hoy que tampoco lo entienden?

El desenlace está próximo, a la indignación de los religiosos le seguirá la santa ira divina.

En nuestra próxima nota terminaremos con la serie: El ministerio terrenal de Jesús y el templo (3). Hasta entonces, si el Señor lo permite.

1. Lucas 19:47
2. Lucas 21:37
3. Juan 10:23
4. Juan 8:2; Lucas 21:38
5. Mateo 21:14
6. Juan 5:14
7. Juan 21:259.
8. Mateo 12:6
9. Marcos 12:35
10. Mateo 21:15
11. Mateo 23.15
 

 


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