En la nueva época tras la cautividad babilónica aprendemos mucho sobre los errores que salen de nuestras manos. Regresan para edificar la casa de su Dios y terminan en la suya propia. Al final se inicia el camino para edificar una casa de Dios donde no cabía el Cristo. En los cimientos del nuevo templo luego se asentará el templo de los principales sacerdotes, escribas y ancianos que condenan a Jesús. ¡Y todo esto queriendo ser separados y diferentes a los paganos!
En las reflexiones sobre este tiempo pretendo incorporar nuestro presente, tan variado en las diferentes situaciones actuales en el mundo, pero con una mirada a nuestro contexto inmediato aquí en España, y con una perspectiva de reconstrucción y reforma que sea útil para otros lugares.
Lo primero con que debemos contar es con un trazo suficiente de los hechos. Hay que reconocer que tenemos secciones oscuras, es decir, existen años de esta historia de los que no sabemos nada, podemos deducir algo con otros datos, pero poco más. Zacarías, el profeta de este tiempo, en más de una ocasión ve visiones, tiene delante situaciones o figuras, las describe, pero no sabe qué significan, por eso pregunta.
Quedémonos en su estadio: describiendo lo que tenemos delante, y reconociendo en muchos casos que no sabemos su significado.
Incluso a la hora de describir, vamos cortos. Un ejemplo, de nuestra situación actual: ¿cuántos evangélicos hay en España? Es evidente que, sin ser fundamental (no dependemos de números), y aceptando el nombre de forma muy genérica, sí es útil a para recabar colaboraciones o trasladar responsabilidades.
Yo he escuchado cifras muy al alza. Si tenemos, según datos reconocidos, 3000 iglesias (templos o lugares de culto), ¿cuántos miembros ponemos de media?; si tiramos alto, 100, pues seriamos 300000. Y sabemos que la media de 100 hay que rebajarla mucho. Somos los que somos. Empecemos por ahí. La lección aprendida de las enseñanzas de los profetas a los que volvieron de la cautividad es también para nosotros: debemos hacer todo lo que podamos con todo lo que tenemos. Si tengo cinco, con cinco; las burbujas estadísticas o inmobiliarias terminan con muchos desahucios.
Simplificar trazos tampoco ayuda. No hubo una sola deportación ni un solo retorno. De Egipto salieron todos un día señalado, de esta cautividad lo hacen en etapas. Además, lo que aparece chocante, en la cifra que da Esdras de retornados (Esd. 2:64), 42360, traen consigo 7327 siervos, es decir, ¡unos siervos que, en pocos años, se habían apañado para tener esclavos! Ciertamente leer esta época es colocarnos ante interrogantes para la nuestra.
No todos vuelven, algunos, los más pobres, ni habían sido deportados (Jer. 52:16). Ahora están todos juntos, pero se dan de nuevo las injusticias de opresión del menesteroso que tanto señalaron los profetas como causa de la ruina del reino. Los que vuelven, ¿a qué vienen? No en todos se percibe un propósito concreto, ni sano. Luego está la manera en que se llevará a cabo la reconstrucción de la sociedad, que requiere la reconstrucción del templo como paso previo. Pero ese previo requiere una comunidad doctrinalmente unida, es algo paralelo, y no parece que esto sea muy evidente. El profeta Hageo tiene que reprenderlos: no pueden construir su casa y vivir felizmente sin hacerlo con la de Dios. El trabajo en el Señor nunca es en vano, pero es vano todo trabajo contra el Señor, y esto lo hacía su propio pueblo. Esta figura nos la encontramos en todas las páginas siguientes de la Historia, hasta hoy.
El aspecto de las colaboraciones es de interés, porque es lección también para nosotros aquí y ahora, en nuestro tiempo. Rechazan la de los deportados de la conquista asiria del reino del norte que ocupaban el lugar. Eso parece correcto. ¿Cómo se aplica? Los que querían construir juntamente el templo con los judíos eran gente que confesaba servir también al mismo Dios, pero los judíos no lo entienden así, no todo vale. Pero en el rechazo a esa colaboración (Esd. 4:1-5) se aduce precisamente la “colaboración” del rey persa, “como nos mandó el rey Ciro, rey de Persia”. Efectivamente, el mandato para reconstruir el templo es responsabilidad expresa del rey persa, que da libertad para que otros judíos colaboren económicamente, y él mismo aporta subvenciones del tesoro público. Es decir, ahora el “protector” del templo es un rey pagano, por el que debían elevarse oraciones. Todo correcto, vale, pero en el momento que alguien se descuide un poco esto acaba mal. Y acabó mal.
No parece muy distinta nuestra época, después de 2500 años. Aprendamos, reconozcamos nuestra torpeza para construir, confiemos en nuestro Señor, el Mesías, que ha construido un templo perfecto.
Con su palabra y presencia por su Espíritu, aprendamos de este tiempo del retorno de la cautividad babilónica, y publiquemos que él nos ha liberado y llevado a sí mismo, y al estar en él nos ha traído a “nosotros” como libres, y ahora vivimos en él y él en nosotros.
Si quieres comentar o