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Montes escogidos (XVII)
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Gilboa, el monte del juicio de Saúl

Hemos visto que con brillantez comenzó Saúl su carrera y de manera progresivamente fatídica la acabó. Físicamente estaba vivo, pero interiormente estaba dos veces muerto (Judas 12).
LA CLARABOYA AUTOR Félix González Moreno 10 DE AGOSTO DE 2012 22:00 h

Los días de gracia llegaban a su fin para Saúl e irrumpía la noche del juicio. Su propia impenitencia le había cerrado el acceso al corazón de Dios. El que menosprecia constantemente la luz, la palabra y la exhortación divinas aboca en las tinieblas más oscuras, peor aún, en el poder de los demonios.

Al principio de su carrera se decía popularmente con admiración y sorpresa: “¿Saúl también entre los profetas?”, pero al final de su vida Saúl no está entre los profetas de Dios, sino entre los adivinos y espiritistas que sirven al demonio. Es el triste final de un creyente que deja de creerse instrumento y medio y opta por convertirse en centro y fin.

En medio de la negrura del final de la vida de Saúl nos ocurre como a los magos de oriente, de los cuales se dice que “al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo” (Mateo 2:10). De 1 Samuel 28 no sólo nos viene luz procedente de una estrella. De aquí sobre todo nos viene luz de la palabra de Dios. Y es que una sola palabra de Dios contiene más luz que todas las estrellas del universo juntas. Se trata de la palabra que Samuel dice a Saúl: “Jehová te ha hecho como dijo por medio de mí; pues Jehová ha quitado el reino de tu mano; y lo ha dado a tu compañero, David” (1 Samuel 28:17).

CONSUMACIÓN DE LA TRAGEDIA
Dios desecha, pues, a un siervo inútil y en su lugar se procura un hombre de corazón humilde y creyente. Dios construye su reino. Y como se verá en la vida del mismo David, no lo construye con instrumentos perfectos y dechados de virtudes, sino aun con las faltas y errores de sus siervos.

@MULT#IZQ#52823@El negro capítulo 28 del primer libro de Samuel comienza, sin embargo, con luces en la vida de Saúl. El monarca aparece como un rey piadoso que libra a Israel de un pecado de especial gravedad. Israel tiene una piedra de toque que revela a todo piadoso que es “un verdadero israelita, en quien no hay engaño” (Juan 1:47): Se trata de la actitud hacia el primero de los diez mandamientos de la ley de Dios, la actitud hacia los dioses ajenos, y relacionado con esto, la no poca importante actitud hacia la muerte. Uno revela si es un verdadero israelita o un gentil pagano revelando cuál sea su comportamiento hacia los muertos.

El pueblo de Dios compartía, en principio, con las demás naciones la visión de que los muertos llevaban una existencia en sombras allende la vida. Pero lo que distinguía a Israel en relación con los demás pueblos era que le estaba estrictamente prohibido todo esfuerzo o idea para superar la muerte y entrar en contacto con el mundo de los muertos. La doctrina griega de la inmortalidad del alma o la hindú de la transmigración o reencarnación de las almas con un final feliz es una imposibilidad desde la revelación dada a Israel. El pueblo de Dios había sido severamente instruido en relación con la muerte, y esto se observa en su actitud hacia los muertos. Este pueblo había sido elegido para ser más tarde depositario de la revelación del triunfo sobre la muerte que sólo Dios es capaz de realizar: la superación del problema de la muerte por medio de la resurrección de Jesucristo.

No existe la inmortalidad del alma ni la transmigración o reencarnación de la misma; lo que existe es ¡resurrección de los muertos! E Israel no debe ser seducido y engañado por filosofías y especulaciones fantasiosas acerca de la muerte con el fin de hacer a ésta más llevadera.

Especialmente le está prohibido a Israel todo traspaso de la frontera de la muerte. La ley divina es clara y severa con este tipo de transgresión: “Y el hombre o la mujer que evocare espíritu de muertos o se entregare a la adivinación, ha de morir; serán apedreados” (Levítico 20:27). La invocación de los muertos, el espiritismo, es el intento de entrar en contacto con el más allá, superando así el problema de la muerte, y es tenido en la Biblia como pecado de lesa divina majestad. Ahora, en el negro capítulo 28 de 1 Samuel, se dice expresamente que Saúl fue fiel en este mandamiento: “Y Saúl había arrojado de la tierra a los encantadores y adivinos” (v.3).

La mención de la muerte de Samuel en el mismo versículo y contexto puede apuntar a que con la muerte del sacerdote y profeta se reavivaron en el país las prácticas ocultistas, de manera que aún el mismo Saúl, que antes las combatió tan radicalmente recurre a ella en su desamparo, contraviniendo así el mandamiento divino en cuya observancia más destacó. De esta manera, el mismo Saúl apaga al final de su vida la luz que le alumbró al principio de su reinado.

Ante la visión de las tropas filisteas Saúl fue asaltado por un miedo paralizante: “Saúl… tuvo miedo, y se turbó su corazón en gran manera” (v.5). En su angustia Saúl oró a Dios, pero el Señor no le respondió ni por sueños, ni por el servicio de los sacerdotes, ni por profetas (v.6). Un desesperado clama de Dios una palabra, pero Dios no responde. ¿Es que no responde Dios al que le invoca? ¿Cómo se explica esto? ¿Dónde está el error? ¿Dónde la falta? ¿Por qué calla Dios? Estas son las preguntas de los desesperados de todos los tiempos. Y la respuesta es esta: Dios calla porque no calló antes. Dios ha hablado desde el principio, pero Saúl no quiso oír. Cuando Dios le comunicó que había sido desechado, y que David ocuparía su lugar, Saúl se tapó los oídos, no quiso escuchar. Se empecinó en continuar reinando y persiguió a muerte al nuevo escogido de Dios. Ahora Saúl invoca a Dios, está dispuesto a oír, pero sólo oirá, como siempre, lo que quiera y procederá como le convenga personalmente. Saúl quiere oír a Dios selectivamente. Cuando la palabra de Dios le resulte desagradable, cerrará sus oídos. La consecuencia de esta notoria desobediencia perenne será que la comunión con Dios se corta.

Pero Saúl no quiere reconocer su desobediencia. Ensoberbecido y desesperado insiste en que Dios le hable ahora, inmediatamente, ahora o nunca, y le muestre una salida. Como un terrorista suicida arremete contra su último obstáculo, contra Dios mismo. El desgraciado rey sucumbe a la diabólica idea de obligar a hablar a Dios. Pero pretender obligar a Dios es la última blasfema rebelión. Se la define con el término sumarial de “adivinación”.

Y ahora, el hombre que sacaba a todos en Israel una cabeza, el fotogénico, diríamos hoy, se disfraza, echa a andar por un camino de deshonra que le lleva a la casa de la “adivina de Endor”, se hace acompañar por dos guardaespaldas y se desplaza al amparo de la noche. Vencida la primera resistencia de la adivina, ésta hace su obra de “médium espiritista”. De la narración no se desprende con claridad si de verdad fue el espíritu de Samuel el que se manifestó tras la invocación de la espiritista o si el grito de estupor de ésta (v.12) fue debido a una repentina intervención de Dios, que provocó algo que se les escapó de las manos a todos, incluso a la adivina. Este sería entonces un caso semejante a aquel de Balaam, cuando tenía que maldecir a Israel, pero de su boca sólo salían bendiciones. Finalmente, Dios habló a Saúl las palabras de su juicio: Mañana Israel será entregado en manos de los filisteos, y Saúl y sus hijos se juntarán a Samuel en el mundo de los muertos. Es la confirmación del juicio final.

El reino será de David. Dios no construye su reino en la tierra con personas como Saúl, sino con hombres como David. Esto significa que Dios edifica su reino al estilo de Belén y Gólgota, al estilo del pesebre y de la cruz: “Jehová ha quitado el reino de tu mano, y lo ha dado a David”. A David, de cuya casa y descendencia nacerá el Cristo.

El rey Saúl morirá al día siguiente de la visita a la adivina de Endor. Con él morirán también sus hijos varones. Murió Saúl la muerte de un valiente. Se enfrentó en debilidad a sus poderosos enemigos y cuando todo estaba perdido se quitó la vida arrojándose sobre su espada (capítulo 31). Recibió la información divina con gran horror y espanto; cayó a tierra cuan grande era (1 Samuel 28:20). Después comió algo a instancias de la espiritista; y a continuación dice el texto: “Y después de haber comido, se levantaron, y se fueron aquella noche” (1 Samuel 28:25).

Muchos años después el evangelista Juan utilizará casi las mismas palabras al hablar de Judas Iscariote: “Cuando él, pues, hubo tomado el bocado, luego salió; y era ya de noche” (Juan 13:30). De manera que no existe un simple paralelismo formal entre el Saúl del Antiguo Testamento y el Judas Iscariote del Nuevo. Ambos se hunden por causa de la resistencia de sus corazones endurecidos contra la voluntad salvífica de Dios. Sus vidas desaparecen en la noche. No hay estrellas que iluminen la noche de los endurecidos.

Pero desde el oscuro viernes de pascua, desde la madrugada de la resurrección y desde la Navidad no hay ya más noches sin estrellas para los hombres. La luz del rey David, es decir, la luz de la estrella de Belén que anunciaba el nacimiento del hijo de David y la luz del glorioso resplandor de la resurrección de Jesucristo quieren iluminar el camino de todos los hombres. Nada ni nadie pueden impedir a Dios edificar en este mundo extraño el reino de los cielos. Dios edifica su reino bajo la señal de Belén y bajo la señal del Gólgota. Y Dios nos permite y nos manda orar de todo corazón, ya sea de día o de noche, diciendo: “Venga tu reino”.

La historia continua. Y tú y yo, nosotros, tenemos que desempeñar en ella nuestro papel. ¿Con qué personaje nos vamos a identificar, con el desechado Saúl o con el obediente David?


(*) Los artículos de esta serie se corresponden con un extracto del libro del mismo nombre y autor (Montes escogidos, Félix Gonzáles Moreno), donde además acompañan el final de cada capítulo preguntas que lo hacen útil como herramienta para el estudio en grupo.

Quien desee adquirirlo enformato impresopuede escribir a[email protected]

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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Abraham
13/08/2012
09:40 h
1
 
Buen texto. Me ha servido de ayuda en tiempo difícil de rebeldía. Ahora es tiempo de volverse en humildad hacia el Señor para servirle con todo el corazón. Saludes!
 



 
 
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