Vimos la pasada semana que la impaciencia, la incredulidad y la desobediencia constituyeron tres rasgos de Saúl en su relación con Dios que dieron comienzo a su decadencia espiritual y política en el mismo momento en el que celebraba su gtran victoria en Jades sobre los amalecitas.
Pero junto a estos rasgos, decíamos, existen también otros detalles de carácter que contribuyeron a la ruina espiritual de este monarca que había sido elegido por Dios y que vamos a tratar en el presente artículo, observando cómo se produce el triste y progresivo deterioro y decadencia espiritual, y material, del rey Saúl.
Resaltamos tres aspectos negativos de su carácter:
1.
La avaricia. Dios había ordenando la destrucción total de los amalecitas junto con todo el botín de guerra. ¿Por qué perdonó Saúl a lo mejor de los animales? (1 Samuel 15:9). Porque le dolió a él y al pueblo deshacerse de tan preciado botín. ¿Pretendían usarlo acaso para el sacrificio cultual en lugar de sacrificar sus propios animales?
La avaricia ha conducido a muchos a deslizarse por la senda de la perdición. Entre estos lamentables ejemplos figuran Judas Iscariote, Acán (Josué 7) y Giezi (2 Reyes 5).
2.
La soberbia. Tras la victoria, Saúl se llevó consigo a Agag, el vencido rey de los amalecitas, para magnificar su triunfo. Además, hizo levantar un monumento en su propio honor (15:12). Ante estos afanes de grandeza, Samuel le reprendió, diciéndole: “Aunque eras pequeño en tus propios ojos, ¿no has sido hecho jefe de las tribus de Israel, y Jehová te ha ungido por rey sobre Israel?” (15:17). Sí, al principio se consideraba pequeño, ¡pero después dejó de considerarse tal y se creyó grande!
3.
La hipocresía. Saúl simula delante de Samuel.
“Bendito seas tú de Jehová; yo he cumplido la palabra de Jehová” (15:13). Pero esto era mentira. Es cierto que algo de verdad había en estas palabras, pues Saúl había cumplido en parte las indicaciones divinas. Pero en su conjunto no fue sincero. Por eso se esforzaba en causar delante de Samuel una impresión que no se correspondía con la realidad. Con excusas humildes disfrazó su avaricia: “El pueblo perdonó lo mejor de las ovejas y de las vacas para sacrificarlas a tu Dios” (15:15).
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Samuel reprendió la desobediencia de Saúl con severas palabras: “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey” (15:22-23).
Toda autocracia en Israel estaba condenada al fracaso de cara a la teocracia que se manifestaba en el pueblo; y esta fue la causa de que Saúl fuera desechado por Dios.
A todo esto añadió que, tras las repetidas amonestaciones del profeta Samuel, nunca manifestó un arrepentimiento sincero, lo que se evidenciaba en sus intencionadas recaídas en la desobediencia. Dios se vio en la obligación de desechar a Saúl porque es imposible esperar de un obstinado impenitente la resurrección y la salvación de un pueblo.
Saúl permaneció desechado hasta su trágico final, puesto que no había asumido la disposición de depender de Dios aun siendo rey.
En su soberbia pretendió continuar reinando incluso después de haber sido rechazado por Dios. Igual que antaño Faraón, creyó poder ser rey sobre Israel aun contra la voluntad divina. Esta obstinación fue lo que le condujo finalmente al endurecimiento del corazón y le insensibilizó completamente para discernir en lo más mínimo la voluntad de Dios. Y es que el hombre, o se levanta de su postración y resucita por medio de una entrega total a Dios, o se destroza a sí mismo en su obstinación contra al Señor.
Por eso, el conflicto espiritual de Saúl contra Dios le condujo de una tragedia a otra. Finalmente, acabó presa de una aguda depresión y se sintió abandonado por Dios y perseguido por los hombres que más le querían y más fielmente le servían (Samuel, Jonatán, David).
La realidad era que, conforme a las palabras del profeta Samuel, el Espíritu de Jehová había abandonado al monarca. Y la acción y efecto de este Espíritu no podían ser sustituidos ni siquiera por un David, no obstante la poderosa y benéfica influencia que éste ejercía en la familia del rey, en el gobierno, en el ejército y en el pueblo.
En lugar de servirse del valor, de la grandeza y de la heroicidad de David, en sus recelos y suspicacias Saúl se convirtió en su peor enemigo y le persiguió a muerte con una pasión irracional. De esta manera trasformaba Saúl en maldición todo lo que era para su bendición, y labró así su más trágico final.
(*) Los artículos de esta serie se corresponden con un extracto del libro del mismo nombre y autor (
Montes escogidos, Félix Gonzáles Moreno), donde además acompañan el final de cada capítulo preguntas que lo hacen útil como herramienta para el estudio en grupo.
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