La civilización del espectáculo, de Mario Vargas Llosa, Editorial Alfaguara, Madrid 2012, 226 páginas.
¡Gran libro este del Premio Nobel Mario Vargas Llosa!
¡Buenísimo!
El autor nacido en Perú denuncia aquí la gangrena de la frivolidad que padece el mundo moderno en sus vertientes religiosa, social, política, económica y, con mayor rigor, el despeñadero moral por el que se está precipitando el ser humano de este siglo XXI.
¿Qué quiere decir la civilización del espectáculo? “La de un mundo donde el primer lugar en la tabla de valores vigentes lo ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal”. Abundando en su denuncia, añade que la frivolidad consiste “en tener una tabla de valores invertida o desequilibrada en la que la forma importa más que el contenido, la apariencia más que la esencia y el desplante –la representación- hacen las veces de sentimientos e ideas”.
El ensayo de Vargas Llosa consta de seis capítulos y 26 páginas de reflexiones finales. Gran parte de este material está dedicado a la cultura. La de antes y la de ahora.
Dice que “la figura del intelectual, que estructuró todo el siglo XX, hoy ha desaparecido del debate público”. Quiero creer que en esos intelectuales Vargas Llosa se retrata a sí mismo. Su queja va contra las masas que en vez de escuchar una ópera de Wagner o leer una novela de Faulkner, se lanzan a un concierto de Lady Gagá o devoran las páginas de EL CÓDIGO DA VINCI.
LA CIVILIZACIÓN DEL ESPECTÁCULO contiene un capítulo dedicado al hecho religioso. Desmintiendo a Alexis Carrel, quien afirmaba que “el sentido religioso ha sido eliminado de la vida moderna”, Vargas Llosa argumenta que “contrariamente a lo que los libre pensadores, agnósticos y ateos de los siglos XIX y XX imaginaban, en la era posmoderna la religión no está muerta ni enterrada ni ha pasado al desván de las cosas inservibles: vive y colea, en el centro de la actualidad”.
El autor, que se confiesa no creyente, parece tomar poco en serio el hecho religioso, más bien sus consecuencias.
Critica a la jerarquía católica por haberse hecho cómplice de los religiosos pedófilos y violadores, “protegiéndolos, negándose a denunciarlos a las autoridades, y limitándose a cambiarlos de destino sin apartarlos de sus tareas sacerdotales”. Cree Vargas Llosa que tales escándalos han contribuido a mermar la influencia de la Iglesia católica en el mundo, aún cuando su poder político y social en la mayor parte de los países latinoamericanos sigue incólume.
Las iglesias protestantes –especialmente las de Estados Unidos- son criticadasen el libro por su oposición a las teorías evolucionistas de Darwin y su defensa a ultranza de los principios bíblicos que respaldan el creacionismo. De esta verdad divina, apoyada por numerosos científicos creyentes, dice el autor que es una postura “anacrónica y oscurantista”. Tal vez Vargas Llosa tenga cataratas en el ojo derecho, en el izquierdo y en el cerebro.
En otras páginas
alaba a las iglesias evangélicas por su ofensiva misionera en América Latina y en países del Tercer Mundo. “Las iglesias evangélicas –escribe- han desplazado en muchos lugares apartados y marginales, de extrema pobreza, al catolicismo, que, por falta de sacerdotes o merma del fervor misionero, ha cedido terreno a las impetuosas iglesias protestantes”.
Contrariando a escritores, sociólogos y políticos que no ven en el terrorismo islámico un fondo religioso, Vargas Llosa sostiene que el Islam asoma como la razón profunda del conflicto y está detrás de la sangría. Para el autor peruano, “el terrorista suicida, visceralmente ligado a la religión, es un subproducto de la versión más integrista y fanática del islamismo”. El combate que sostiene Al-Qaeda y el que mantenía su difunto líder, Osama Bin Laden, es ante todo religioso, una ofensiva purificadora contra los malos musulmanes y renegados del islam, así como contra los infieles cristianos encabezados por el Gran Satán, los Estados Unidos de Norteamérica. Aplicando la civilización del espectáculo al mundo de la religión el Premio Nobel, a juicio mío, acierta cuando escribe: “Muchos han tomado muy poco en serio el brote de religiosidad superficial, teñido de pintoresquismo, candidez, parafernalia cinematográfica y proliferación de cultos e iglesias promovidos por una publicidad chillona y de mal gusto como productos comerciales de consumo doméstico”.
Este último libro de Vargas Llosa ha sido alabado por algunos críticos literarios y contestado por otros. Jordi Llovet encuentra que las tesis que presenta la obra no son originales ni más penetrantes que otros muchos escritos acerca del mismo asunto. Para Jorge Volpi, la vena aristocrática de Vargas Llosa suena aquí muy lacerante al hablar de religión. El peruano, que oculta al marxista que lleva dentro, recomienda para la gente común un poco de religión.
De acuerdo o en desacuerdo con este ensayo de Vargas Llosa, a quien siempre he tenido en segundo lugar respecto a Gabriel García Márquez, el libro se presta a subrayar largos párrafos y a meditar seriamente en su contenido desde primera a última página.
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