Hombre modesto, fiel, sincero, honrado, hizo mucho bien, propagó mucho la idea de libertad, ayudó mucho a la consolidación de la democracia en los lugares que habitaba comúnmente; y, como coronamiento de su obra, cúpole en suerte la propagación del protestantismo en aquellos lugares en que este hombre notable acaba de morir, como si Amador hubiese entendido que el protestantismo no es ahora entre nosotros una secta, sino una época, un adelanto, un progreso estimable y valioso, la ruptura de serviles cadenas, y el comienzo de una era de positiva y pensadora libertad.
[i] José Martí
Llama mucho la atención que uno de los historiadores del presbiterianismo en México, Joel Martínez López, al dividir los resultados de su investigación en capítulos y dedicar cada uno de ellos a cuatro de los personajes más representativos, dos de ellos sean misioneros (Melinda Rankin y Grayson Mallet Prevost) y dos nacionales (Arcadio Morales y Leandro Garza Mora).[ii] No obstante, este aparente equilibrio esconde algo en lo que Jean-Pierre Bastian ha insistido continuamente, esto es, la presencia de un conjunto de actores que desde dentro de la sociedad mexicana impulsaron, mediante una ideología liberal y un intenso activismo, la causa de la pluralidad religiosa y la tolerancia, además de la propagación de valores ligados a una manera moderna de entender la convivencia social a partir de una visión verdaderamente laica de las relaciones entre el Estado y las diversas creencias religiosas.
[iii]
Al incluir de manera preponderante a Mallet Prevost (indudable precursor también del presbiterianismo y de quien no puede soslayarse su importancia) en vez de Juan Amador, Martínez López relativiza la importancia del factor endógeno para privilegiar a los actores externos, siendo que la confluencia de ambos, aunque incidió aparentemente más en el espectro religioso (el médico estadunidense no debía inmiscuirse en cuestiones políticas, aun cuando fue cónsul de su país), no dejó de tener impacto en otras áreas. La misma perspectiva asume el libro del centenario de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México, que únicamente presta atención a los aspectos burocráticos, es decir, las fechas de la organización de presbiterios, con todo y que el de Zacatecas fue el primero, lo que obligaría a explicar la génesis del presbiterianismo en esta región del país, pues como insiste Bastian, esta obedeció a la suma de elementos ideológicos, políticos y religiosos, dada la alianza estratégica de aquellos años entre liberalismo y disidencia religiosa.
[iv] Apolonio C. Vázquez intentó aportar otra visión, pero también quedó atrapado en la mirada intra-eclesiástica al hacer un recuento geográfico de la expansión presbiteriana.
Un estudio más reciente, La influencia calvinista en México. El protestantismo presbiteriano en el norte del país: formas de propaganda y subsistencia, 1872-1888, de Hugo Daniel Sánchez Espinosa, al pasar revista al periodo que siempre se ha visto como preludio de la llegada de los misioneros, ubica mejor lo sucedido pues describe con más elementos de juicio el marco socio-político que propició el surgimiento de las comunidades de esta denominación.[v] De esta manera, Sánchez Espinosa, glosando críticamente a Martínez López, valora la aportación de los elementos nacionales, como Amador y su familia, como parte de un proceso de búsqueda religiosa independiente fuera del catolicismo[vi]y reconstruye los pasos dados por las comunidades que eventualmente llegarían a ser iglesias. Uno de ellos es lo que podría ser visto como “transferencia”, es decir, la acción de entregar a un misionero como Paul Henry Pitkin la dirección y el pastorado de la congregación de Villa de Cos, en 1872, aunque en un principio los nuevos conversos fueron quienes comenzaron el trabajo al agruparse y organizarse con una estructura básica. No debe olvidarse que la iglesia El Sinaí se funda formalmente en 1870 y que Juan Amador era el dirigente visible y quien predicó el día de su inauguración. Escribe este autor:
Como consecuencia de ese trabajo solitario, poco remunerado y bastante arriesgado, antes [de] que los presbiterianos de todas banderas ingresaran a México, ya se habían organizado en Zacatecas (Villa de Cos, Fresnillo y la población de Salado) los primeros grupos independientes a Roma. Cuando éstos se enteraron de que iban a ser anexados a la denominación indicada manifestaron cierto descontento. Siendo la amplia congregación de Cos, inaugurada en 1868 y ya con categoría de iglesia, pues para ese momento sobrepasaba los 150 miembros, la que presentó mayor resistencia, debido a que deseaba seguir con una forma simple de culto. En esta situación, mantuvo el estatus de independiente hasta que vinieron los ministros extranjeros. Entretanto decidieron sostener sólo relaciones eclesiásticas con otros grupos nacionales similares, entre ellos el de Arcadio Morales y Agustín Palacios, enraizado en la ciudad de México.
[vii]
Martínez López cita un informe de Prevost que resume los inicios de la iglesia en cuestión:
La congregación consiste, como ha sido mencionado antes, en cerca de 175 adultos, casi la mitad de las cuales son mujeres. El nombre que ellos han adoptado es Iglesia Evangélica de México. No todas estas personas son residentes de Cos. Quizá la cuarta parte de ellos pertenece a ranchos o villas vecinales. Pero tal es el deseo que ellos sienten de reunirse, que algunas familias, los jefes de las cuales fueron convertidos durante sus visitas a Cos, han abandonado sus hogares de residencia y han venido a vivir cerca de sus hermanos. […]
En Cos, la congregación ha construido un buen edificio de piedra con un cupo confortable para 350 personas, en el cual en algunas ocasiones especiales ha reunido hasta 500 personas.
[viii]
Y Vázquez, por su parte, cita a David Macías (
El Faro, agosto de 1972), en el mismo sentido:
Otro paso trascendental: el 12 de junio de 1870 se inaugura el templo con gozo desbordante de todos los hermanos. […] Se iluminó el exterior aquella venturosa noche y la autoridad (ya no era pres[id]ente don Juan Amador) ordenó que se apagaran las luces. Pero los hermanos habían conseguido previamente permiso del Gobierno para iluminar su templo y tenían el permiso por escrito […] …al término de unos cuatro años ya cuenta la congregación con un periódico, el primer periódico presbiteriano, La Antorcha Evangélica. Un periódico de Zacatecas llamaba a los cristianos de Villa de Cos, los ‘antorcheros’, ¡y qué bien les viene el mote! En tan breve tiempo ya tienen su templo, templo venerable por sus años y por su gloriosa historia, el primer templo protestante de México; construido por mexicanos; tiene un armonio para las alabanzas cristianas.
[ix]
Ante este panorama no queda sino insistir en el valor de las iniciativas de los actores mexicanos para modificar su comprensión y práctica del cristianismo, algo que Juan Amador desarrolló magníficamente como dirigente, promotor, patrocinador y donante del terreno donde se construyó el templo y en cuyo patio trasero descansan sus restos y los de su familia.
[x]
Foto de portada:
fuente
[i]J. Martí, “D. Juan Amador”, en
Revista Universal, México, 8 de junio de 1876, p. 2, Portal José Martí
. Se trata de un sitio cubano especializado en Martí que da cuenta de los avances en la publicación de sus obras completas. En los tomos 2 al 4 aparecen los textos escritos en México entre 1875 y 1877; el que nos ocupa está incluido en el tomo 2, p. 281.
[ii]Joel Martínez López,
Orígenes del presbiterianismo en México. Prefacio de David Macías. Matamoros, Tamaulipas, edición de autor, 1972. Este volumen apareció en las mismas fechas en que se celebró el centenario de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México.
[iii]Cf. J.-P. Bastian,
Los disidentes. Sociedades protestantes y revolución en México, 1872-1911. México, El Colegio de México-Fondo de Cultura Económica, 1989.
[iv]Cf. J.-P. Bastian,
Protestantismo y sociedad en México. México, Casa Unida de Publicaciones, 1983, pp. .
[viii]J. Martínez López,
op. cit., pp. 47-48.
[ix]A.C. Vázquez,
Los que sembraron con lágrimas. Apuntes históricos del presbiterianismo mexicano. México, El Faro, 1985, p. 324. Esta obra fue rescatada de los documentos del autor, pues procede de los años 30 y fue completada por su hijo Absalón.
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