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Montes escogidos (XIV)
 

Horeb, lecciones en la soledad para Elías

Texto bíblico: 1 Reyes 19:1-21.
LA CLARABOYA AUTOR Félix González Moreno 13 DE JULIO DE 2012 22:00 h

GEOGRAFÍA E HISTORIA
El nombre Horeb significa “lo árido, lo solitario”. Según Éxodo 3:1; Deuteronomio 4:10; 1 Reyes 8:9 y Salmo 106:19 parece como si Horeb fuera otro nombre para definir al monte Sinaí. Pero en Éxodo 17:6 se habla también del Horeb, y se hace mientras que los israelitas están asentados todavía en Refidim (Éxodo 17:1) y antes de que pasaran al Sinaí (Éxodo 19:1-2). Ni en estos textos ni en ningún otro lugar se habla del Horeb como si se tratase de una sola cumbre; “la peña en Horeb” (Éxodo 17:6) se puede entender también como “peña en la región de Horeb”. En base a esto, y teniendo en cuenta, además, que en hebreo sólo existe una misma palabra para “monte” y “zona montañosa”, se ha pensado que la mejor solución para este dilema es que, probablemente, Horeb designa toda la comarca montañosa cuya cumbre máxima es el Sinaí.

La importancia del Horeb para nosotros radica en la experiencia que tuvo el profeta Elías en la cueva donde pernoctó. El hombre que había instruido a todo Israel en la palabra de Dios, era instruido a su vez por esa misma palabra en Horeb. Así leemos: “Y vino a él palabra de Jehová, el cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías? El respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han maltratado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida. Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino a él una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías?” (1 Reyes 2:9-13).

LA HUIDA
Elías, un profeta, un hombre de Dios que irrumpe en la historia como un fuego devorador, se confunde de cara a Dios y a la dirección divina para con él y su causa. Evidentemente, también Elías tiene su talón de Aquiles. La palabra de Dios no duda en descubrir las faltas, errores y debilidades de los grandes hombres del Señor, incluso las de alguien como Elías. Esto es en realidad una prueba del origen divino de las sagradas escrituras, que sólo exaltan a Dios, pues saben de qué pasta estamos hechos los seres humanos.

La reforma espiritual de Israel, que tan prometedoramente había comenzado en el Carmelo, ha fracasado. Elías, su inductor, atrae sobre sí el doble odio de sus enemigos y la ira homicida de la implacable reina idólatra Jezabel. A Elías le asalta el miedo, teme por su vida, y, sin ninguna instrucción divina, se da a la huida.

El profeta sigue sus propios caminos, y los propios caminos se constituyen en vergüenza nuestra. Pero, gracias a Dios que, aunque a veces echemos a andar por nuestras propias sendas, con todo el Señor nos hace alcanzar la meta que estableció para nosotros. Elías abandona la senda de Dios, pero Dios no abandona a Elías.

@MULT#IZQ#52534@Elías se confunde de cara a la extraña manera como Dios dirige el curso de los acontecimientos; pero Dios no le deja ir, él conoce muy bien a Elías, y le envía un ángel, y le prepara comida y bebida, le ofrece una nueva visión, le imparte nuevas enseñanzas y le encomienda una nueva misión y un nuevo ministerio. Esto no es otra cosa que evangelio en las páginas del Antiguo Testamento, o sea, pura gracia divina.

Pero antes Elías tendrá que recoger los tristes frutos del andar en sus propios caminos. En el desierto, bajo un enebro, alcanza su desaliento espiritual el punto álgido. Elías se cree abandonado de Dios. Cansado de la vida y de su ministerio profético, le pide a Dios la muerte. Con todo, esta estancia en el desierto se convertirá para el cansado y abatido profeta en la mayor bendición.

También para nosotros se convierte en bendición el desierto cuando hasta allí nos sigue Dios. Ciertamente, el desierto es un lugar de muerte. El ojo no descubre ningún árbol ni ninguna planta que den sombra y fruto; todo es una inmensidad, seca, yerma y rocosa. Sólo dos cosas nos quedan: la mirada hacia arriba, al cielo, y la mirada hacia adentro, al propio corazón. El desierto obliga al hombre a sumergirse en el mundo interior del corazón y en el superior, donde sólo mora y reina Dios.

Bienaventurado el hombre que en semejante desierto entiende el lenguaje de Dios, no se deja amargar por las aflicciones de la vida, no se revela contra su Dios, sino que mira hacia arriba y hacia abajo; ese hombre, esa mujer, gustará también lo que está escrito de nuestro Dios acerca de estos caminos: “Por eso le cerraré el paso con espinos; la encerraré para que no encuentre el camino… Por eso, ahora voy a seducirla: me la llevaré al desierto y le hablaré con ternura. Allí le devolveré sus viñedos, y convertiré el valle de la Desgracia en el paso de la Esperanza” (Oseas 2:6,14-15).

DURMIENDO BAJO EL ENEBRO
Elías cansado del camino y con el espíritu agotado, encuentra un arbusto y se echa a dormir a su sombra. Derrotado, el hombre de Dios sólo quiere descansar y dormir. No ver nada, no oír nada, no sentir nada. Sólo dormir y dormir. En qué profunda depresión pueden caer los obreros del Señor.

Elías no puede sustraerse en el desierto al sentimiento de amargura y desesperación de cara al aparente fracaso absoluto de su reforma espiritual. Lo ve todo negro, mucho más negro de lo que es la realidad. Se queja: “¡Sólo yo he quedado!”, y cansado de la vida eleva a Dios una necia oración: “¡Basta ya, oh Jehová, quítame la vida!” Esta es la única melodía que conoce Elías, su mente y su corazón sólo cantan este refrán pesimista: Basta ya: y se queda dormido.

No sabemos cuánto tiempo durmió; lo único que sabemos es que un mensajero divino invisible le despertó. Y cuando abrió los ojos, vio a su cabecera una torta de pan y una vasija de agua. Se levantó, y comió y bebió, y volvió a dormirse. Y, pasado un tiempo, de nuevo le despierta el mensajero divino. Y es que, Dios no deja a sus siervos ni aun cuando éstos hayan dejado su ministerio y su camino. Nosotros abandonamos a Dios, pero él no nos abandona a nosotros. Así, volvió de nuevo el ángel de Jehová otra vez, lo tocó, y le dijo: “Levántate y come, porque largo camino te resta”. Y comió y bebió y anduvo cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios. De esta manera da Dios los primeros pasos para restablecer la fe y el ánimo de su profeta desalentado. Dios no reprende a su profeta. Él no quiebra la caña cascada, ni apaga el pábilo que humea.

A veces lo primero que se necesita para salir del desánimo es dormir un poco másy llevar unos horarios de comida y bebida más sanos. Tenemos que aprender esta lección: hay tiempos en los que es conveniente reducir el número de las obligaciones y compromisos, sean los que sean, incluso los contraídos con la iglesia.

DEAMBULANDO POR EL DESIERTO
Fortalecido por el descanso y la comida, Elías se levanta y echa a andar por el desierto camino de las montañas de Horeb. Tardará en llegar 40 días. Demasiado tiempo; podría haber llegado en una sola semana. En realidad es Dios quien le guía al hacerle andar este tiempo por el desierto hasta el monte Horeb. Era el mismo camino que antes había andado Israel al abandonar Egipto para entrar en la tierra de Canaán, sólo que ahora lo andaba en sentido contrario, y en lugar de cuarenta años ahora sólo duraría cuarenta días. ¿Por qué? Porque Dios busca restaurar el ánimo y la fe de su profeta, y en este camino quiere hacerle entender a través de la historia de su pueblo cuán fiel y misericordioso es él. Quiere mostrarle cómo él condujo y llevó a su pueblo a través de momentos de felicidad y sufrimiento, de alegrías y angustias. Y Elías se siente renacer lentamente mientras que anda por este camino, y se dice: Así como mis padres desobedecieron a Dios y murmuraron contra él, pero Dios no los dejó, así también me ayudará a mí.

Hay que ser realista. No hay que ver sólo la victoria al final, sino que tenemos que contemplar también los caminos duros y llenos de espinos hasta conseguir la victoria. La marcha de Israel por el desierto no fue siempre fácil. Dios quiere impartir a su profeta lecciones de historia. Quiere mostrarle a donde se llega cuando se procede conforme a la propia voluntad.

Es conveniente que echemos una mirada entre bastidores. La vida de los grandes hombres de Dios no siempre fue fácil. Se trata de que aprendamos de su ejemplo a soportar la soledad, a mantenernos firmes ante la enemistad, a encajar los fracasos y a no desanimarnos. Sean cuales sean nuestras circunstancias, ¡Dios lleva las riendas de nuestra vida! Como solía decir Lutero: ¡El Señor rige desde su trono!


(*) Los artículos de esta serie se corresponden con un extracto del libro del mismo nombre y autor (Montes escogidos, Félix Gonzáles Moreno), donde además acompañan el final de cada capítulo preguntas que lo hacen útil como herramienta para el estudio en grupo.

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