En esta historia cautivante se nos narra el final de un profeta. A buen seguro que nuestra muerte y sepultura serán más prosaicas. Con todo, sería una muerte lamentable si nunca en nuestra vida hubiéramos estado en este monte de los anhelos o, al menos, hubiéramos tenido una visión de él.
Hay muchos anhelos manifiestos, y el corazón del hombre guarda muchos anhelos secretos y entre ellos existen también los anhelos santos, los anhelos de una vida junto a Dios, junto a Jesucristo. Estos últimos pueden asaltarnos durante el curso de un camino luminoso o durante el paso de un desfiladero oscuro y amenazante.
Y sucede también que cuanto más leemos la Biblia, tanto más crecen en nosotros estos anhelos. ¿Por qué? Porque hay razones para ello. Vamos a verlas a continuación.
I.- CONTAMOS CON LAS MÁS GRANDES PROMESAS
Continuamente encontramos en la Biblia textos desde los cuales Dios, con brazo extendido, nos muestra la tierra de la promesa. Y esto ocurre tanto en el Antiguo Testamento de los patriarcas como en el Nuevo Testamento con los evangelios a la cabeza.
Todo comienza con la historia del llamamiento divino de Abraham y se va desarrollando en un creciente en gloria. Comienza con la promesa divina del nacimiento de un hijo a Abraham. Y uno piensa, ¿y qué es un niño? Pero al niño sigue el pueblo; y al pueblo, la tierra; a la tierra, el rey, el templo, el sacerdote, el profeta, y cuando el tiempo se ha cumplido, Dios envía a su Hijo amado a este pueblo escogido. Y lo envía lleno de gracia y de verdad, como rey, sacerdote y profeta a la vez. La obra de este Hijo de Dios redunda en la creación de un pueblo de toda lengua y nación, y a este pueblo viene el reino de Dios, lo último, lo definitivo, lo eterno, lo inmutable; y al final surge maravilloso y grande el anhelo de todos los hombres: Un cielo nuevo y una tierra nueva donde mora la justicia, y en este nuevo mundo la morada de Dios entre los hombres. De esta manera es como crece y se desarrolla gloriosamente lo que Dios promete.
Dios ha derramado sobre nosotros un torrente de las más gloriosas bendiciones. He aquí algunas de ellas: “
No temáis, manada pequeña, porque ha vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Lucas 12:32).
“En la casa de mi Padre muchas moradas hay; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:2-3). “
Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1Corintios 2:9).“
Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos” (Apocalipsis 7:15-17).
@MULT#IZQ#51914@Podríamos continuar durante mucho tiempo citando promesa tras promesa. Los que creemos en ellas no somos ilusos cultivadores de utopías y quimeras. Porque detrás de cada una de ellas está Dios con toda su majestad, poder y fidelidad.
A tal extremo es segura nuestra esperanza en cada una de las promesas divinas que dice la Escritura: “
Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros” (Hebreos 6:17-18).
II.- NOS ALUMBRA EL VASTO HORIZONTE DE LA BIBLIA
La vida cristiana debe caracterizarse, entre otras cosas, por un continuo dejarse mostrar por el brazo extendido de Dios la tierra de la promesa. El cristiano no debe limitarse a encontrar su contento en los estrechos límites de lo propio, yendo por la vida a tropezones entre momentos de fastidio, aburrimiento, monotonía y algunas pocas satisfacciones personales. Tan pronto como nos preguntemos a quiénes han sido dadas todas esas promesas que encierra la Biblia, no podremos continuar viviendo en el abatimiento y en la miseria de una vida sin horizontes claros y maravillosos.
¿A quiénes han sido dadas todas y cada una de esas promesas? En primer lugar, han sido dadas al pueblo de Dios, es decir a los que han sido llamados y que se proyectan cada día con todos los recursos de su ser hacia esas metas luminosas que Dios ha puesto delante de ellos; a los que se han levantado, como un día se levantó Abraham y se puso en movimiento hacia la tierra de la promesa.
Cuanto más leemos la Biblia, tanto más se amplia nuestro horizonte, tanto más crece nuestro anhelo, tanto más aumenta nuestra esperanza, y tanto más espacio gana en nosotros la oración que nos enseñó Jesús: “
Venga tu reino”.
Dios busca hombres y mujeres que se apropien sus divinos planes y que encierren en sus oraciones personales sus metas divinas.
III.- PODEMOS DESCANSAR EN LA FIDELIDAD DE DIOS
Es cierto que a nosotros no nos ha sido dado, como a Moisés, contemplar desde el monte Nebo la tierra de la promesa. Todavía estamos a este lado de la frontera.
Nuestra vida está aún escondida bajo la muerte, nuestra justicia oculta bajo nuestras debilidades y pecados, nuestra gloria encubierta por todos los conflictos, preocupaciones, sufrimientos y dolores que Dios nos permite gustar. Pero nada de todo esto debe robarnos la alegría por la salvación provista por Dios. ¿Se dejó acaso Moisés robar esta alegría?
Moisés murió en el monte, a este lado de la frontera. Pero su muerte está envuelta en una inmensa paz. Él tuvo por suficiente que le fuera permitido contemplar con sus ojos la tierra de la promesa. Esta contemplación significa, más allá de la satisfacción personal de Moisés, que Dios no ha olvidado la promesa y el juramento que hizo hacía siglos a Abraham, Isaac y Jacob. Han pasado más de cuatrocientos años, pero Dios es incondicionalmente fiel a su palabra.
Dios siempre realiza sus propósitos. Saber esto debe ser suficiente para nosotros. Dios sostiene su palabra, y lo que dice sucede. Lo mismo ocurrirá con el reino que él ha preparado para nosotros y todos los que le aman.
Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada podrán impedirle que nos introduzca en el glorioso reino de su hijo Jesucristo. Esta es nuestra esperanza más cierta y nuestro gozo más grande. Aunque sus caminos nos conduzcan a la sazón por desiertos ardientes y amenazantes, el fin de ellos será la gloria más grande, pues desembocan en la tierra de la promesa.
(*) Los artículos de esta serie se corresponden con un extracto del libro del mismo nombre y autor (Montes escogidos, Félix Gonzáles Moreno), donde además acompañan el final de cada capítulo preguntas que lo hacen útil como herramienta para el estudio en grupo. Quien desee adquirirlo puede escribir a
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