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Juan Amador, precursor del protestantismo mexicano (III)
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El papado y El despertador de los fanáticos

El panfleto de Juan Amador de 1867 es una larga revisión histórica del papado desde los inicios del cristianismo, es un ejercicio de análisis bíblico, teológico e histórico
GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 15 DE JUNIO DE 2012 22:00 h

Declararnos enemigos del papado no es perseguir la religión de Cristo, ya sea que se considere esta última institución como divina ó bien como puramente humana. Atacar un abuso sacrílego, que por su enormidad pesa ominosamente sobre todos los pueblos católicos, es hacer un servicio á esa religión, cuyo verdadero espíritu es la caridad heróica y sublime establecida como único precepto que su fundador le impuso.[1] Juan Amador(1867)

Estas son las primeras palabras del panfleto dirigido por el jalisciense, pero zacatecano por elección, Juan Amador, en contra de la institución del papado en 1867. Ciertamente, el lenguaje no solamente es polémico y beligerante sino también, como se verá aquí brevemente, altamente ilustrativo, pues el documento en cuestión anuncia, desde su título (El despertador de los fanáticos. Estracto [sic] de los retratos de varios papas), la profunda convicción de que el cristianismo, bien entendido y practicado, no produce fanatismo y, además, se sitúa en la historia para evaluar las capacidades y virtudes de sus dirigentes.

Pero antes de entrar al contenido de este amplio texto (61 pp.), bien valdría pena insistir en dos cosas: primeramente, en el hecho de que el periodo que va de 1857, año de la promulgación de la segunda Constitución mexicana y de la divulgación del otro panfleto de Amador, y 1867, cuando se restauró la República luego de la invasión francesa y en que apareció este segundo documento, representa uno de los más intensos y convulsionados en la historia de México en el siglo XIX.

Un resumen de esa etapa debe incluir, como lo hace Bastian, las reacciones católicas ante la nueva Carta Magna, el Plan de Tacubaya del 17 de diciembre de 1857, un golpe de Estado que radicalizó a los liberales en contra de la iglesia católica y que produjo la llamada Guerra de Reforma:

Después de año y medio de lucha, la nueva posición liberal […] fue definida en el manifiesto del 7 de julio de 1859, difundido desde Veracruz por Benito Juárez, Melchor Ocampo, Manuel Ruiz y Miguel Lerdo de Tejada. En el documento se acusaba al clero de haber estimulado y financiado la guerra civil y, por lo tanto, se proclamaba la separación absoluta de la Iglesia y el Estado, la supresión de las órdenes religiosas, la abolición de las cofradías y el cierre de los noviciados y se disponía que todas las contribuciones parroquiales serían voluntarias.[2]

A ello le seguirían, como en cascada, las Leyes de Reforma de 1859 (que nacionalizaron los bienes del clero y establecieron el Registro Civil), la ruptura de relaciones diplomáticas con el Vaticano en 1860, la promulgación de la ley sobre libertad de cultos, el 4 de diciembre de ese mismo año, la invasión francesa en 1862, el decreto del 26 de febrero de 1863 que suprimió todas las congregaciones religiosas, y la lucha contra el imperio de Maximiliano de Habsburgo, que concluyó en 1867.[3] Esta cadena de acontecimientos es el trasfondo del documento de Amador, quien seguramente participó en la defensa de la soberanía nacional y de los logros del gobierno liberal.

En segundo lugar, la historia con mayúsculas se imbrica siempre con las historias personales de vidas que, la mayor parte de las veces, sin proponérselo, se colocan en la vorágine de sucesos relevantes. Para el caso de los inicios del protestantismo y del presbiterianismo en México, la participación de Amador en el ejército liberal de Jesús González Ortega, en el que alcanzó el grado de coronel, fue consecuencia de sus ideas anticlericales que lo fueron convirtiendo en un promotor de la tolerancia religiosa y de la libertad de cultos, así como de la lucha contra los privilegios excesivos del catolicismo, es decir, parte sustancial de la agenda de los liberales que alcanzaron el poder y establecieron las importantes reformas mencionadas. González Ortega, gobernador de Zacatecas, expidió en junio de 1859 leyes que se anticiparon al manifiesto liberal de Veracruz y llegó al extremo de cambiar los nombres de algunas calles de la capital del estado (“Exclaustración”, “Tolerancia Religiosa”, por ejemplo) “mostrando así la intención de iniciar una pedagogía liberal”.[4]

Si Amador finalmente llegaría a ser precursor de la implantación de una denominación protestante de origen estadunidense en el país, eso resultó bastante fortuito, pues su manera de entender el papel de la religión en una sociedad que caminaba conflictivamente hacia una efectiva separación de la Iglesia y el estado y, por ende, hacia la laicidad y la secularización, fue lo que lo llevó a actuar de diversas maneras. Una de ellas fue su labor como escritor y propagandista de la Constitución y de las ideas liberales, otra como director de La Voz Evangélica (en 1869 y 1873) y, una más, como animador de la congregación evangélica de Villa de Cos, posteriormente presbiteriana, a partir de 1869. Su actividad como polemista, subraya Bastian, estuvo imbuida también por las ideas de la Revolución Francesa en su búsqueda de que las leyes fueran equitativas para ricos y pobres.[5]

David Macías escribe sobre Amador: “Era un hombre culto, polemista bien documentado y muy respetuoso de la persona de sus contrincantes, aunque no siempre le pagaron ellos con la misma moneda”.[6]

Por todo ello, el panfleto de 1867, una larga revisión histórica del papado desde los inicios del cristianismo, es un ejercicio de análisis bíblico, teológico e histórico, notable por el énfasis moral con se aborda el comportamiento de los obispos de Roma. La introducción afirma que “el Evangelio es el manantial de donde se derivan nuestras creencias religiosas; así que todo lo que de él se separe o se le oponga, es con la misma evidencia una falsedad y una mentira” (p. I). En torno a esta idea gira el resto de la argumentación, a fin de mostrar la manera en que, en opinión de Amador, los 114 papas revisados mancharon “con su mala conducta la silla de Roma” (p. IV). Para él, el pueblo mexicano “necesita más que ningún otro de que se propaguen entre él los escritos religiosos, porque careciendo de todo medio de instrucción, no puede dejar de permanecer en la ignorancia y fanatismo conque por siglos enteros ha sido alimentado” (Idem). Demodo que el ataque no se dirige contra la religión como tal sino contra su manipulación en detrimento del conocimiento masivo de las doctrinas y postulados.

Con este documento, Amador se situó en una trinchera reformadora que pugnaba por la necesidad de redescubrir el rostro libertario de la fe cristiana, secuestrada por una burocracia corrupta y que se había colocado a sí misma como detentadora de privilegios que su fundador estuvo muy lejos de concebir.

Especial atención le presta a los diversos cismas que aquejaron al papado durante varios siglos, lo que da cuenta de una profunda investigación. Sus palabras son contundentes: “Es necesario, pues, clamar a cada momento por una completa reforma religiosa para derribar del Vaticano al oráculo de la impostura, al Anti-cristo de que tan claramente nos habla el Evangelio” (pp. III-IV). Para lograrlo, ve en los masones y en la prensa aliados importantes. La restauración soñada del cristianismo aparecía históricamente en la coyuntura de una serie de transformaciones que costó muchos años consolidar en México, pero personas como Amador contribuyeron con su visión apasionada de lo que debía ser un país tolerante y respetuoso de las creencias de todos sus integrantes.

Obviamente, un documento así no podía pasar desapercibido y el catolicismo se encargó de responder directamente a través del panfleto Verdadera historia de los pontífices, firmado por el presbítero Florencio Parga, y subtitulado: Refutación del cuaderno intitulado “El despertador de los fanáticos. Estracto de los retratos de varios papas”,[7]fechado en Guadalajara, Jalisco, el 1º de diciembre del mismo 1867. Ya antes el famoso obispo Ignacio Montes de Oca intentó “aplastar en su cuna la herejía de Villa de Cos” cuando Amador fue presidente municipal.[8] En esa extensísima respuesta (casi 160 páginas), se refutan las afirmaciones sobre los papas y se concluye:

Ahora bien, estos papas de que habla el cuaderno cien veces citado, lejos de estar manchados, como se pretende, no están sino cubiertos de gloria por sus virtudes y sus eminentes servicios hechos al mundo, como se acaba de ver en lo que dejo escrito y probado con mil y mil testimonios que he hallado hasta en los enemigos de la comunión católico-romana.
¿Qué deberemos pues, pensar, de los otros que ni el mismo D. Juan Amador se ha atrevido a tocar?, ¿qué juicio deberá formar el público, aunque no conozca la historia del Pontificado, de esos otros papas que un escritor de tanta mala fe como ese, ha dejado en el olvido? (p. 158).

La valiosa contribución de Amador es testimonio de una época cuya ebullición político-religiosa llega hasta nuestros días y debe ser valorada dentro y fuera del protestantismo mexicano.



[1]Juan Amador, El despertador de los fanáticos. Estracto [sic] de los retratos de varios papas. Aguascalientes, Imprenta a cargo de T. Pedroza, 1867, p. I, en Panfletos Latinoamericanos, Biblioteca de la Universidad de Harvard, http://pds.lib.harvard.edu/pds/view/2836678.
[2]J.-P. Bastian, Los disidentes. Los disidentes. Sociedades protestantes y revolución en México, 1872-1911. México, Fondo de Cultura Económica-El Colegio de México, 1989, p. 31. El manifiesto llevó por título “El gobierno constitucional a la Nación”; la cita de Bastian proviene de Melchor Ocampo, La religión, la iglesia y el clero. México, Empresas Editoriales, 1958, pp. 196-202.
[3]Cf. Óscar Castañeda Batres, Leyes de Reforma y etapas de la Reforma en México. México, Talleres de Impresos de Estampillas y Valores, 1960, cit. por J.-P. Bastian, op. cit., p. 32.
[4]J.P. Bastian, op. cit., p. 31.
[5]Cf. J. Amador, “El pueblo sin propiedad”, en La Antorcha Evangélica, 30 de enero de 1873, cit. por J.-P. Bastian, “El paradigma de 1789. Sociedades de ideas y Revolución Mexicana”, en Historia Mexicana, El Colegio de México, vol. 38, núm. 1, julio-septiembre de 1988, p. 86.
[6]Cit. por Apolonio C. Vázquez, “Villa de Cos”, en Los que sembraron con lágrimas. Apuntes históricos del presbiterianismo mexicano. México, El Faro, 1985, p. 322.
[7]Véase en Panfletos Latinoamericanos, Biblioteca de la Universidad de Harvard, http://pds.lib.harvard.edu/pds/view/2836679.
[8]A.C. Vázquez, op. cit., p. 323.
 

 


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COMENTARIOS

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Rosa Jordán de Franco
21/06/2012
07:29 h
2
 
Me gusta entresacar de los artículos ideas y pensamientos que me parecen relevantes, pues enseñan verdades que debemos tener presentes en la fe que profesamos. Por ejemplo: 'Ciertamente, el lenguaje (de J. Amador), no solamente es polémico y beligerante sino también altamente ilustrativo pues el documento en cuestión anuncia, desde su título, la profunda convicción de que el cristianismo, bien entendido y practicado, no produce fanatismo y, además, nos permite evaluar las capacidades y virtudes de sus dirigentes.' Muy buena información y muy buena enseñanza: evaluar a los líderes, entendiendo sus debilidades y fortalezas. Y no fanatismo. Bendiciones.
 
Respondiendo a Rosa Jordán de Franco

Pastor L. PIneda González
17/06/2012
22:17 h
1
 
Es deber de todo verdadero cristiano exponer el error y defender la verdad en beneficio de los que ignoran la historia y carecen de recursos suficientes para ver con claridad la realidad que se les impide y que los puede hacer genuinamente libres.
 



 
 
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