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Llegó el comandante y mandó a parar

El título de este artículo es el de una canción de la Cuba revolucionaria de los años 60.
EL ESCRIBIDOR AUTOR Eugenio Orellana 16 DE JUNIO DE 2012 22:00 h

El apóstol Pablo lo vivió a su manera y sin que interviniera mano humana alguna. Iba a Damasco a cazar cristianos y después de un fogonazo que lo arrancó de su cabalgadura dejándolo en el suelo tragando polvo y preguntando si alguien había tomado la identificación del camión que lo había atropellado, entró a Damasco ostentando la investidura de perseguido.

Dentro de poco sería él quien estaría jugándose la vida por el testimonio a favor de Aquel que, de un envión, hizo que su vida diera un giro de 180 grados.

El Señor tiene sus maneras, a veces un poco drásticas, para tratar con su gente. A mí, en el momento menos esperado y, desde mi perspectiva, el más inoportuno, me puso a hacer, a pie, estos últimos diecisiete días.

Atrás quedaron pastando, a la espera de la reanudación de la marcha, las yeguas Impaciencia y la Trabajona. *

Las alforjas, llenas de planes y de tareas en proceso de ejecución ahí están, expectantes a que “aquel a quien tú persigues” cambie la luz a verde. Ya salió de roja, y en el momento en que esto escribo está en amarillo.

Nunca había estado, como paciente itinerante en una sala de emergencias de un hospital. Esta vez estuve dos días antes de ser transferido a un salón de pre y post operados.

Lo que allí se ve y se vive es lo que se ve y se vive en todas las salas de emergencia del mundo: pacientes que llegan con su dolor a cuestas, accidentados semi inconcientes con quebraduras expuestas, familiares que van y vienen, más ansiosos que los mismos pacientes llevando y trayendo papeles y radiografías; médicos, internos, residentes, enfermeras y camilleros corriendo de un lado a otro en un quehacer que no da tregua; celulares llamando y contestando.

De pronto llegan cuatro policías acompañando a un reo engrillado que requiere atención médica urgente. Una camilla que se va y dos que llegan. Pacientes y parientes que esperan ser atendidos.

Las horas pasan impertérritas. No han dejado de sonar las 2 de la tarde cuando ya son las 4 de la mañana. Un vagabundo que vomita y un violento al que hay que amarrar de pies y manos para mantenerlo quieto.

Los exámenes que se me practican para determinar con exactitud origen y dimensiones del mal que me ha salido al paso se suceden uno tras otro. Mi expediente, que comenzó con una hoja, va aumentando gradualmente. Hoy ya tiene páginas suficientes como para hacer de él un libro. Poco a poco se van descartando causas a la vez que toda la atención empieza a concentrarse en un órgano que parece ser el damnificado: el páncreas.

Todo el que sabe algo de enfermedades o de medicina sabe que el páncreas es un órgano vital y complicado. En muchos casos la ciencia no ha podido con él. Mi pancreatitis; sin embargo, ha resultado ser benigna, aparentemente provocada por elementos líticos (piedras) en la vesícula. Tenemos, entonces, que la mía tiene nombre y apellido; se llama pancreatitis biliar.

Se espera que atacando la vesícula, se libere al páncreas dándole la oportunidad a que retorne a un estado saludable. Esto habrá de quedar dilucidado en los próximos días, si Dios quiere.

El hospital es un sitio ideal para compartir la fe que nos sostiene. Mientras leía mi Biblia se me acercó un paciente para saber si lo que estaba leyendo era el Misal del Padre Le Febvre. “No”, le dije, “es la Biblia”. “Hace muchos años” me dijo, “yo leía el Misal del padre Le Febvre”. “Lea la Biblia” le repliqué, “es la Palabra de Dios”.

Un apaciente de no más de cuarenta y cinco años se me acercó para hablarme de su alcoholismo. Le mostré el único camino para liberarse del vicio. “Agárrate de la mano de Jesús”, le dije, “y por nada del mundo te sueltes de ella. Sólo así alcanzarás la victoria y devolverás la paz y la alegría a tu esposa, a tus hijos y a tus padres”.

Otro paciente que hace 5 años donó un riñón a un vecino, viene por su tercera operación por hernia. Un poco ansioso, esperaba que hoy lo intervinieran; pero, no será sino hasta los próximos días. Lo visité en su cama, oré por él pidiéndole al Señor que le diera paz y confianza. Lo veo más tranquilo.

Pocas veces pido oración por mí; con mayor frecuencia pido que se hagan rogativas a favor de otros. Esta vez, sin embargo, una querida hermana me ofreció su ayuda para enviar correos a algunas personas informándoles de mi caída del caballo.

Ese correo activó una impresionante cadena de oración que me ha abrumado. Amigos y hermanos con quienes había perdido contacto por años, han empezado a orar por mi recuperación y algunos hasta me han llamado por teléfono.

Siempre creí que el mayor mérito de la oración comunitaria de intercesión estaba en el efecto aglutinante que produce este ejercicio en el Cuerpo de Cristo; que cuando un grupo de creyentes se pone de acuerdo para orar por una necesidad que “no es la mía” estamos dejando de preocuparnos por nosotros mismos y poniendo como prioridad la necesidad del otro; que Dios contesta con la misma solicitud la oración de uno que la oración de un millón.

Sin embargo, el Espíritu Santo trajo a mi atención el caso de los hombres aquellos que llevaron a un amigo paralítico a Jesús. Viendo que les resultaba imposible alcanzar hasta donde estaba Jesús por la vía normal, lo bajaron a través del techo de la casa, terminando la historia con aquel: “Viendo Jesús la fe de ellos…otorgó la salvación al enfermo y la sanidad del cuerpo” (Lucas 5:17-26)

Sin duda, la fe de unos mueve la Gracia de Dios a favor de otro u otros.


* Se trataba de una visita breve a Costa Rica. En una semana estaría de vuelta en Miami. Tenía reservación para el lunes 4 de junio; sin embargo el día 3 me internaban con fuertes dolores y otros síntomas que sugerían algo serio. Habíamos estado días antes, viajando por Chile y Argentina. Dios quiso que

la crisis se manifestara en Costa Rica, mi segunda patria, donde las condiciones eran y son definitivamente muy favorables. Hay personas a quienes no menciono por prudencia y recato que han dado la vida por ayudar a que yo conserve la mía. Dios los bendiga y retribuya.

Foto: Con el pijama hospitalario de rigor, Eugenio Orellana en una camilla de la Unidad de Emergencias del Hospital Calderón Guardia de San José, Costa Rica.
 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Miguel Ángel Moreno
20/06/2012
13:28 h
4
 
Mejórate, querido abuelo.
 
Respondiendo a Miguel Ángel Moreno

Rosa Jordán de Franco
19/06/2012
23:29 h
3
 
Hermano Eugenio, Dios lo levante pronto de su lecho de enfermo, en recuperación rápida y total, en el Nombre de Jesús. Ah! y quiero decirle que parece ser que San Pablo no iba a caballo, porque sus hombres lo entraron de la mano a Damasco, no en su cabalgadura,(Hechos 9:8) ¿Qué cree usted? Me gustaría salir de esa duda, aunque es irrelevante. Bendiciones.
 
Respondiendo a Rosa Jordán de Franco

Alfonso Chíncaro (Perú)
19/06/2012
23:29 h
2
 
Yo también le deseo que mejore pronto. Bendiciones.
 
Respondiendo a Alfonso Chíncaro (Perú)

José Luis Medina Rosales
18/06/2012
08:38 h
1
 
Que el Señor le bendiga y oramos por su pronta recuperación.
 



 
 
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