La conquista del reino de Navarra en 1512 es un acontecimiento actual. Su significación está incorporada a nuestra realidad presente. España solo despegará si reconocemos cómo “pegó” las partes de su mapa, y al reconocerlo, “despeguemos” los artificios interesados para que cada cual en su tierra y en su historia podamos unirnos en la concordia de la libertad, sin necesidad de acudir a una unidad nacional de pega, conservada a base de pegarnos a muerte hermanos con hermanos, vecinos con vecinos.
Tan actual es la fecha, que la posición institucional “celebra” la conquista como un acto de liberación. Siguen queriendo “liberar” al reino de Navarra con las tropas castellanas y activos militares de la zona. Libros, folletos, congresos, forman el nuevo ejército de ocupación.
La imagen del castillo de Amaiur se actualiza: 10000 libros, folletos y actos institucionales, bien financiados y pertrechados, contra 200 libros y actos por la legitimidad. Pero en este caso no será como en 1522. Amaiur se mantiene. Dispone de unas armas excepcionales: documentación. (Lean sobre Amaiur, es muy revelador. Sobre documentos respecto a la impostura de la conquista, les recomiendo: Álvaro Adot, Navarra, julio de 1512. Una conquista injustificada, Pamplona, Pamiela, 2012.)
Aunque en voz baja se admita el difícil encaje de la conquista (excomunión de sus reyes y el subsiguiente derecho de conquista, participación en el concilio de Pisa, falsificación de documentos, etcétera), se da por buena, para Navarra y para España, pues así se mantuvo la sujeción al papado: esencia de todo bien y libertad nacional. Con ello
se libró Navarra y España de la infección herética del protestantismo, convirtiendo los Pirineos en cordón sanitario.
La cuestión navarra pasó de ser un asunto de reinos y reyes, a otro de ideología frente a lo que ya se daba en Europa: la Reforma Protestante. Navarra se convierte en valladar contra la Europa protestante, que tenía en la parte pirenaica del reino precisamente un núcleo fundamental de la misma.
El reino de Navarra fue libre, junto con los otros estados soberanos de sus reyes, en un contexto protestante (Juana de Albret/Labrit y su hija Catalina de Borbón). Conservando esa condición incluso ante el ímpetu unificador de su primer rey que lo fue de Francia (=Enrique III de Navarra y IV de Francia), y perdiéndola definitivamente en 1620 por la conquista, sumisión e incorporación a la corona francesa por Luis XIII, ese rey con el alma religiosa y la mano política construidas por la “técnica” jesuítica. Fernando en 1512 lo primero que hizo fue instalar el tribunal de la Suprema Inquisición, ante cuya jurisdicción los fueros quedaban fuera.
Fuera sus reyes legítimos, fuera sus fueros, pero bajo la autoridad pontificia.
Con Luis XIII, tanto monta, desmontó las leyes de tolerancia religiosa e instaló la obediencia al Supremo Pontífice. Por fin libres de la infección herética: la libertad de conciencia.
La acción maquiavélica de Fernando (término anacrónico para describirle, pero de plena significación, pues él es el arquetipo del
príncipe tirano de Maquiavelo) conquista y somete la Navarra del Sur. La acción jesuítica de Luis conquista y somete la Navarra del Norte. La Alta o la Baja, ya lo mismo da, aplastadas en medio del baile “agarrado” del maquiavelismo y del jesuitismo. (=En castellano son términos que connotan inmoralidad, camuflaje ético, y desprecio de la libertad cristiana.)
España, para conservar su identidad, debe librarse de cualquiera que se presente libre de la sumisión al papado. Esa es nuestra Historia desde el siglo XVI. Sus mismos principios animan en el XIX la acción de D. Sabino Arana. El paso de la Historia llenó de polvo extraño el sacro suelo patrio. La identidad vasca: la sujeción absoluta a Ignacio, y con él al papado, estaba en peligro. Hay que liberar al país vasco. De nuevo maquiavelismo y jesuitismo unidos en bandera común. Una permanente “noche de san Bartolomé”.
Pero la gente libre resiste en un Amaiur permanente. Ahí estamos.
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