Invoqué en mi angustia al Señor, y él me oyó;
desde el seno del Seol clamé,
y mi voz oíste.
Me echaste a lo profundo, en medio de los mares,
y me rodeó la corriente;
todas tus ondas y tus olas pasaron sobre mí.
Entonces dije: Desechado soy de delante de tus ojos;
mas aún veré tu santo templo.
Las aguas me rodearon hasta el alma,
rodeóme el abismo;
el alga se enredó a mi cabeza.
Descendí a los cimientos de los montes;
la tierra echó sus cerrojos sobre mí para siempre;
mas tú sacaste mi vida de la sepultura, oh Señor Dios mío.
Llevo semanas dándole vueltas a una idea que, conforme más me detengo en ella, más voy comprendiendo (aunque a pasos diminutos, debo decir), pero por otra parte más provocadora y retadora me resulta. Muchos habrán podido identificar el texto con el que abro esta reflexión como la oración que Jonás elevó a Dios desde el estómago del pez que lo engulló mientras huía de la presencia de Dios. Tanto los que se hayan dado cuenta como los que no, que es lo de menos,
seguramente se habrán preguntado alguna vez (si no lo están haciendo ahora mismo) cómo puede ser que Jonás manifieste que su vida ha sido sacada de la sepultura estando aún en el interior de ese pez. Pero tengo la convicción de que a Jonás, al igual que me ha sucedido a mí desde hace un tiempo aquí, le “ronda” la misma idea en la cabeza: ese pez, con todo y la tragedia que supone verse dentro de él (no quiero ni imaginármelo), es parte de la salvación de Dios y en el peor momento de su vida, Él se manifiesta con misericordia en su vida.
No me negarán que esto es una absoluta provocación: en los peores momentos de nuestra vida, cuando más solos y abandonados nos encontramos, cuando no vemos salida o las que vemos no nos gustan, cuando toda nuestra existencia parece haberse desmoronado, y cuando, como mínimo, Dios está permitiendo que llegue a nuestra vida lo peor de lo peor… en esos momentos Él está mostrándonos Su misericordia y la forma con la que lo hace es a través de ese mal, que a la vez es un bien. Pareciera un trabalenguas o que pudiera haberme vuelto loca de tanto darle vueltas al asunto. No. Por paradójico que nos parezca, esta es la realidad que reflejan tantos y tantos hombres y mujeres de Dios a lo largo de las páginas de la Escritura.
Y ¡ojo!, porque no me refiero a que Él PUEDE mostrarnos en cualquier momento Su misericordia, como si fuera algo a lo que hay que esperar porque no esté ocurriendo. Ahí, en el vientre del gran pez, Dios estaba mostrándole a Jonás Su misericordia porque, de no haber sido por la presencia del pez, hubiera sido devorado por las aguas.
Jonás había sido echado a lo profundo, estaba en medio del mar, rodeado por la corriente, con sus olas y ondas pasando por encima de él. Estaba rodeado por las aguas hasta el alma, al igual que por el abismo, con las algas enredadas en su cabeza y en el mismo lugar donde reposan los montes…y sin embargo, desde ese pez, sabía que Dios le había rescatado de su sepultura, que era el mismo mar. El pez era parte del plan de salvación de Dios para él y, a través de él también, le mostraba Su misericordia. Jonás pudo verlo, de la misma forma que nosotros podemos verlo si agudizamos nuestra vista lo suficiente. Pero le hizo falta estar en el pez, como a nosotros nos hace falta el nuestro particular también para verlo. Y sólo cuando atravesamos por momentos difíciles nos ocurre esto: que nuestros ojos estén lo suficientemente enfocados como para ver Su misericordia.
Ver Su gracia y Su compasión, Su misericordia en definitiva, cuando todo nos va bien es ciertamente complicado. Porque nuestra mente y nuestra percepción se distorsionan, confunden lo que ven. Solemos en esos momentos pensar que lo que de bueno ocurre alrededor nuestro es fruto de nuestro buen hacer, de nuestros aciertos y éxitos. Sin embargo, siempre es consecuencia y manifestación de Su misericordia. Cuando nos va bien, es Su misericordia. Y en medio de lo que nos va mal, nos sostiene Su misericordia. Pero eso que nos va mal, además (que no es lo mismo), es una MANIFESTACIÓN de Su misericordia.
Dicho de otra forma, Su misericordia no es lo que no nos pasa, sino lo que nos ocurre. Jonás no podía prescindir del pez como nosotros no podemos prescindir de lo que nos sucede. El Señor lo pone delante de nosotros como la manera incomprensible a través de la cual Él nos salva. Y nos salva de muchas cosas: de nuestros errores, de nosotros mismos, de nuestros aparentes aciertos, de conformarnos, de auto-salvarnos o auto-justificarnos…
No son pocas ocasiones las que han venido a mí últimamente y que han traído a mi mente este desafío: “Esto es la manifestación de Mi misericordia”. Pero reconozco que mientras estoy dentro del huracán no lo veo. Es más, me atrevería a decir que probablemente tampoco lo creo. Es difícil creerlo cuando quien manda en esos momentos es el miedo en nuestra cabeza y no lo que sabemos sobre Él y su persona. Pero cuando la tormenta va pasando, lentamente uno vuelve a su ser y descubre que, efectivamente, la nueva perspectiva descubre la realidad: ese gran pez ha sido parte de nuestra salvación y nos ha llevado a altitudes que ni siquiera podíamos imaginar que existieran. Tal es nuestro Dios, que nos hace justicia en medio de las pruebas, que nos da las fuerzas para afrontarla y la reconvierte para bien, que usa lo peor para lo mejor, que nos renueva como a águilas para poder remontar hasta alturas antes inexploradas.
Su misericordia nos rodea siempre, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Y no sólo es que podría pasarnos mucho más de lo que nos pasa. Eso es lo más sencillo de ver, probablemente, aunque también nos cuesta. No sólo es Él misericordioso porque evita que cosas peores nos sobrevengan. ¡Es que lo que nos sobreviene también es producto de Su misericordia, aunque nos parezca horroroso!
Pensándolo bien, Dios tendría (ha tenido siempre, de hecho) la posibilidad de hacer un mundo en el cual las cosas fueran mucho más sencillas de aprender. Podría haber puesto un botón en nuestra cabeza por el que fuera facilísimo resetearnos, ponernos a cero y conseguir que metiéramos en esa dura cabeza nuestra todo lo que Él quisiera que allí estuviera. Sin embargo Él no lo ha querido así porque no sería bueno para nosotros. Él es bueno, esa es Su esencia. Si todo lo que Él ha creado es bueno y nos ha creado así, ¿no será que es bueno también que tengamos esa manera de aprender y crecer y no otra diferente, más automática, quizá, pero nada humana, en definitiva? Quizá hubiera formas mucho más instantáneas de resolver problemas, de conseguir que “entráramos por el aro”. Pero estoy segura de que no le amaríamos igual, porque no tendríamos constancia ni daríamos valor a su misericordia sobre nosotros. ¿Lo has pensado? Sin pruebas, pobres de nosotros, ni siquiera percibimos Su misericordia. Sin convicción de nuestro pecado y de lo ruines que somos, no percibimos Su misericordia. Hasta el mal que vivimos, sin embargo, nos habla alto y claro de esa misericordia Suya.
¿Cuándo percibimos más la calidez, si no es cuando tenemos frío?¿Cuándo nos sentimos más sostenidos por Él, si no es cuando sentimos que nos caemos y que nada más puede sostenernos? ¿Cuándo valoramos más Su presencia, si no es cuando todos los demás nos han abandonado? ¿Cuándo somos más capaces de dar gracias por lo que tenemos, si no es cuando hemos perdido mucho? Somos seres interesantes los humanos… Extremadamente inteligentes para algunas cosas, increíblemente necios y cortos de vistas para otras. Pero el Señor nos sigue amando y, en medio de nuestros mares, nos sigue enviando peces, algunos para juicio, ciertamente, pero la mayor parte de ellos para que no nos olvidemos de Su salvación.
Jonás probablemente en su oración no comparaba lo mal que estaba en el pez con lo bien que estaría en tierra firme. Seguramente, por lo que su oración nos hace sospechar, la única forma en que podría considerar al pez como un lugar de salvación en ese momento era comparándolo con el mar del que había sido librado. ¿Podemos imaginar siquiera cuál es el mar del que nos libra el Señor cuando nos manda un gran pez a nuestra vida? ¿Podemos sospechar de qué nos tiene apartados el Señor durante el tiempo que estamos en ese estómago? ¿Entendemos la repercusión que tiene para otros y para nosotros mismos la estancia en ese pez y todo lo que de valor aprendemos en ese tiempo de dolor?
Algún día, si Él quiere, quizá nos sea revelado con toda su inmensidad. Sin embargo, en algunas ocasiones, Él tiene a bien empezar a mostrarnos una pequeña parte de ello y en ese momento, justo en ese momento vemos, aunque sea por un instante, la mayor de las realidades posibles: que Su misericordia nos rodea permanentemente, en lo bueno y especialmente en lo malo y que, mientras tiene oportunidades de mostrar Su misericordia, sigue teniendo cosas que hacer en ti y en mí, sigue empeñado en nuestro bien, en definitiva, y no se ha apartado de nosotros.
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