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Cristianismo y política (24)
 

Papel del extranjero y la Mafia del Mercado

La reflexión sobre lo extranjero nos enseña la consolación de la cruz, donde Cristo, siendo todos extraños, nos ha acogido.
REFORMA2 AUTOR Emilio Monjo Bellido 26 DE MAYO DE 2012 22:00 h

Pensar “lo extranjero” es un campo de reflexión ética. Aquí pensamos como cristianos, pero en un espacio en el que está el no cristiano. Si la medida del ser humano tiene como referente su conducta respecto a lo humano que está fuera de él, la fe cristiana se ve y se afirma en la relación del creyente con el prójimo. En esa relación se descubre cada día que la fe es un don de Dios.

Un don de Dios en el que se manifiesta que lo cristiano que haya en nosotros es de Cristo (Cristo en nosotros). Lo más normal es que presentemos como cristiano lo nuestro. Con lo cual, como le pasó al judaísmo, el nombre de Dios es blasfemado. Todo lo nuestro es aquello de lo que no nos hemos negado (“vaciado”, diría Calvino enseñando sobre el día de reposo), y eso es lo que proclamamos y por lo que nos peleamos unos con otros: ese es el cristianismo con sus valores, un cristianismo anticristo. La reflexión sobre lo extranjero nos enseña la consolación de la cruz, donde Cristo, siendo todos extraños, nos ha acogido. Nos llevó con él en nuestra muerte, y nos ha traído con él a la vida. Se hizo pecado por nosotros.

Cuando miramos cómo ha pensado el ser humano sobre sí mismo, es recurrente encontrarlo pensando en su relación con el Otro, lo de fuera. Esto de muchas maneras. En la primera página de la Historia oímos a Adán culpando de la muerte de su Yo en comunión con el Creador al Otro (otra, en este caso) que se le había dado para ser Uno. (Ya vimos cómo en la ley bíblica el extranjero tiene derecho de acogida. El derecho del “Yo” de la comunidad de Israel solo se mantiene firme, tiene futuro, cumpliendo ese derecho de acogida.) Un caso paradigmático es la tragedia griega. Es importante porque ahí se narra lo que el hombre contempla bajo el sol. Eso somos todos. Luego, para el que cree en Cristo, está la redención, ser una nueva criatura. (Aunque conservemos nuestras contradicciones.)

De manera que pensar en el extranjero es hacerlo sobre la propia identidad. Con la salvedad de que en muchos casos, por ejemplo, ahora mismo en países con hambrunas, la idea misma de “extranjero” es totalmente fuera de lugar: todos son extranjeros respecto a lo vital, son extraños al pan y al agua.

Podemos pararnos, sin embargo, en una tragedia cuya explicación es un buen campo de comprensión de lo que es el ser humano. En Antígona se pronuncian unas frases por el Coro donde se enseña sobre el ser, y sobre las que se han escrito palabras grandiosas, que mantienen viva la contradicción del mismo. Un autor, de obligada referencia cuando se estudia la tragedia, podía decir que el ser, en su historicidad, “viene a casa”, llega a estar en casa solo pasando por lo extranjero; el encuentro entre lo extranjero y lo propio es la verdad fundamental de la historia. Todo muy hermoso como literatura, si no la matase la palabra; estas cosas las escribió Heidegger cuando ya se calificó a millones de humanos como no-seres, y los hornos se convierten en la palabra real que explica el ser. Nuestro “yo” está compuesto de verdugo y víctima. Solo podemos salir de ese vacío moral por Otro: cuando nos saca de nuestra tumba donde solo hay podredumbre. Cuando el Justo y Obediente se hace Injusto y Desobediente (=pecado) por nosotros. Cuando ese Yo Perfecto (Yo Soy) toma como propio al Otro de Muerte, Separado. Cuando la Vida muere para Matar a la Muerte. Cuando el Cristo de la Perfecta Comunión con el Padre es echado fuera como Otro rebelde, culpable. Por eso el Evangelio o es de pura gracia o es impostura.

Las palabras del Coro de Antígona representan la contradicción, la tragedia, del ser humano. Del hombre dice que es pantoporos aporos, que es como decir que está abierto a todos los caminos y sin camino, que es poroso y lleno de canales de comunicación e influencia de fuera a dentro y viceversa, y, al mismo tiempo, sin ningún hueco accesible, como un bloque sin comunicación posible, que es devenir y átomo inexpugnable al mismo tiempo. Y luego, al colocar a ese hombre en la acción política, lo llama hipsipolis apolis, que viene a ser como la persona donde se dan todos los elementos mejores de la política, de la ciudad, pero al mismo tiempo, sin ciudad, fuera de la política. Su “amplitud” política, su completa actitud ciudadana, la convierte en “extranjera”, queda fuera de la ciudad. La contradicción del ser, también se da en su acción política. Eso somos.

Antígona, al querer enterrar a su hermano, representa lo mejor de la moral (diké), pero se encuentra en oposición a la ley de la ciudad (que impide tal entierro), a la ordenación cívica (nomos). Está obligada a ser extranjera, o respecto a la moral superior, o a la ética cívica convencional. La existencia no le permite unir ambas. Y siempre muere alguien por estar en un lado u otro. Esa no unión siempre produce un derrumbe, una catástrofe (así se llama precisamente a la parte final del poema griego). En esas tragedias casi todos acaban muriendo; como ya sabemos que esto sigue igual, que el resultado de la contradicción es una catástrofe, pues procuremos ayudar para atenuarla. Que aunque no se entiendan, al menos que no se maten.

Dejo para otra ocasión tratar cómo se convierten en “extranjeros” enemigos los propios israelitas (del Norte o del Sur). Cómo se convierten en la nación opresora contra sí misma. En enemigos de Dios. Cómo los profetas tienen que clamar contra Israel como el enemigo que será abatido. Ahora, pensando en nuestra situación en España, les propongo unas notas sobre cómo algunos se convirtieron en extranjeros en su propio país.

Cuando hace unos años existía un contexto, aunque inflado, de prosperidad económica y, paradójicamente, se aceptaba al extranjero como mano de obra necesaria, algunos (que cada cual ponga “muchos”, o “nos”, como mejor vea) convirtieron en extraño a su propio Yo, lo hicieron extranjero respecto a su propia casa. Cuando uno ganaba mucho dinero de peón en la obra (o en cualquier otro sitio, vaya), se engordó el Yo y no tuvo cabida el Otro que en muchos casos estaban en el mismo espacio. Construyendo tantas casas se destruía la “casa” donde el Yo y el Otro se encontraban en una misma mesa; donde mejor se pueden armonizar.

Don Meapetece expulsó a Dª Obligación. El único Deber era el deber de ganar dinero (ahora el Deber se ha vengado, y se “debe”). ¿Cuántas separaciones? ¿Cuántos niños que estorbaban? ¿Cuántos viejos fuera del horizonte? ¿Cuántos abortos? (¿Habrá un lugar donde mejor se contemple el derrumbe del Yo, que no integra al Otro, que es la misma sangre?) La retórica de la igualdad y de la solidaridad (¿En qué discurso no aparecía la dichosa palabra?) eran el ladrillo que alimentaba la más insoportable individualidad, el más hondo egoísmo. Para esto no había ideologías. (Los partidos no enseñaban a los suyos ideologías políticas, sino mercadotecnia.)

Muchos extranjeros dejaron sus casas y familias, por necesidad, sin abandonarlas en su corazón, trabajando para ellas, y llegaron aquí, y con los de aquí cayeron en la trampa de la prosperidad; muchos españoles, sin embargo, “dejaron” su casa y su familia, se convirtieron en hijos gastosos, pródigos, porque tenían el bolsillo lleno. El mundo feliz de los Mercados los acogió con los brazos abiertos. El capitalismo financiero les dio “gratis” los primeros sorbos del veneno, de la droga para dormirlos, para quitarlos de la protección de la familia.

Un episodio, ejemplo de otros miles. Entrevistan a un viejo que tiene su pequeña vaquería. No son muchas vacas, pero son donde están sus padres, sus abuelos (…) él ve también a sus hijos. El reportaje iba de la normativa de Bruselas, (¿qué será “Bruselas”?) por la que se disponía que se tenía que racionalizar el “mercado” de la leche. Resultado: subvención al vaquero, y muerte de las vacas. Se había “conseguido” que las subvenciones fueran abultadas. Todos felices. El viejo no. Estaba triste. No quería dinero, quería sus vacas.

Unos jóvenes de su entorno (quizá sus nietos) se burlaban del viejo. ¿Cómo no ver el progreso de la nueva situación? Lo que les daba Europa era muy superior al valor de las vacas. Sí, pero se acabó la leche. Era en Galicia. Cuando todavía nuestra (bueno, de alguien) economía tenía superávit. Ese viejo se negó a “emigrar” de su establo, su corazón se quedó con sus vacas. La ley las mató. [En pequeña escala, aquí tenemos una Antígona, con la ley de la casa opuesta a la ley del Estado. En este caso, solo murieron las vacas. Pero no deja de ser una tragedia, con su final: catástrofe.] Los de su entorno, “emigraron” tan contentos. Aunque se quedaron en su país. Bruselas, o Europa, o los Mercados, los convirtieron en extranjeros en su propia tierra.

Cuando el “progreso” es matar vacas, o arrancar vides, no te fíes. Si el capitalismo financiero subsidia sacrificar vacas, arrancar árboles y derribar frutos, no dudes que en algún sitio caen al mismo tiempo no vacas o árboles, sino seres humanos: las hambrunas están “subsidiadas” por el alto precio de los cereales. ¡Ay de la tierra y sus mercaderes! (En la ley bíblica se prohíbe talar el árbol con fruto, incluso en la situación de emergencia de guerra para construir pertrechos.)

Aprendamos. Volvamos a la casa. Las Mafias del Mercado ya hicieron bastante daño. Nos han sacada de “nuestra” casa y somos extraños. (Por supuesto, eso es responsabilidad del que se fue por su gusto, con los señuelos del poder económico.) Pero todavía no se ha derrumbado todo. A los viejos que les mataron sus vacas o arrancaron sus vides, no las tienen, pero conservan la “casa” de la que nunca emigraron. Vuelve. Can la cabeza baja, ya ellos te la levantarán. ¿Te acuerdas de cuando eran el estorbo para tus disfrutes? Tú nunca lo fuiste para ellos. Ahora menos. Lleva a los niños. Será difícil que aprendan a dar el valor a lo que lo tiene realmente; con tantos artilugios y juegos. Pero inténtalo. Que sepan que la leche y el pan de la merienda son de los abuelos. Que sean agradecidos. Que los zapatos ya no pueden ser de marca, pero son de mercadillo, y son cómodos. Que aprendan a ser agradecidos. Enséñales la ruina que supone tener una nación en la que sus gobernantes dictan las leyes a las órdenes de intereses ajenos. La miseria moral de un país que necesita que le auditen sus cuentas públicas desde fuera. Todo eso es la consecuencia de la alegría de la subvención por eliminar las vacas del abuelo. Enséñales. Que aprendan el valor de la mano de la abuela, que metió en tu bolsillo, “sin darte cuenta”, para conservar tu honrilla, ese billetillo con el que ahora ya les puedes comprar lo que les pidió la maestra. Enséñales que, entre un político listillo, un “experto” en economía o una vaca, siempre elijan la vaca.

Pongan todos los casos que conozcan. Aprendamos. Sigamos adelante con lo que queda, con lo que han dejado las Mafias de los Mercados. Hay suficiente. Rompamos los “papeles” de extranjería que nos han dado los conquistadores financieros.

La próxima semana, d. v., estamos en Navarra. Es hora de, en el V centenario de su conquista, empezar la “desconquista”. O mejor, continuarla.
 

 


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