Me temo que el más preocupado por mi ausencia de las páginas ilustres de Protestante Digital ha sido mi amigo Westinghouse. No ha dejado de majaderear con eso de «escriba, Don Eugenio, mire que sus fans se le pueden ir a otras fuentes del saber literario y puede terminar quedando solo, como un pajarito y porque, además, se le puede oxidar la pluma».
Cuando me dijo eso de «como un pajarito» le pregunté si se acordaba de Roberto Carlos. «¿El que jugaba por el Real Madrid?» «No» le repliqué. «Aquel otro, el que popularizó la canción de los pajaritos».
El pobre Westin no se acordaba de este Roberto Carlos, así es que tuve que cantarle:
Yo solo quiero mirar los campos
Yo solo quiero cantar mi canto
Pero no quiero cantar solito
Yo quiero un coro de pajaritos
Quiero llevar este canto amigo
A quien lo pueda necesitar
Yo quiero tener un millón de amigos
Y así más fuerte poder cantar.
Escribo este artículo a toda carrera pues tenemos que ir a conocer algo de esta metrópoli fabulosa desde la casa de nuestra amiga Carolina Amstutz, en el barrio Belgrano de Buenos Aires. Traemos viva una amistad que ya se prolonga por casi la edad que tenemos.
Cercana a los ochenta. (Pongo la cifra con letras porque si lo hago con números se nota más.) La última vez que nos vimos fue en 1972 durante una fugaz visita de trabajo que hice a la capital argentina. De ahí para acá, comunicación casi cero. Pero al reencontrarnos, hemos descubierto que el vínculo de amistad se ha mantenido a lo largo del tiempo. Ella ha vivido su vida; nosotros hemos vivido la nuestra; cada uno a su manera ha tenido un hijo, ha sembrado un árbol y ha escrito un libro.
Y seguimos siendo amigos.
Tener un millón de amigos para más fuerte poder cantar es el anhelo de toda alma sensible. Pero es difícil hacer realidad esa aspiración de Roberto Carlos. Lo que pareciera no tan difícil, sin embargo, es conservar la amistad de tres o cuatro; o cinco o seis; amistad que desafíe al tiempo y a la incomunicación.
En este viaje al sur del sur nos hemos encontrado con amigos de hace cincuenta, sesenta o más años; amigos ya casados, padres y abuelos a quienes en su adolescencia les enseñamos algunas de las verdades bíblicas en la escuela dominical; amigos a quienes, en una conversación aparentemente intrascendente, les dijimos algo que nunca olvidaron y que ahora, en este viaje, al encontrarnos de nuevo, han traído a colación; amigos que dejaron su impronta en nuestro propio acervo emocional y cuyos nombres aparecen, como firmas que dan fe de sus derechos de autor, en frases que también han desafiado el paso del tiempo; amigos padres y amigos hijos de nuestros amigos que, en su momento, tuvieron la fineza de abrirnos las puertas de sus casas, mostrarnos la cama donde habríamos de dar reposo a nuestros huesos después de un día de andar y andar; ofrecernos una silla alrededor de sus mesas y compartir con nosotros el pan cotidiano.
Una de las pinturas más bellas encontradas en las Escrituras es la que nos ofrece Apocalipsis 3.20 cuando nos muestra a un Jesús, nuestro amado Jesús, dispuesto a sentarse a la mesa y compartir el pan en un ambiente absolutamente familiar y confiado con todos los que le han abierto o quieren abrirle la puerta de sus vidas.
Cire y yo llevamos de vuelta a casa cientos o miles de buenos recuerdos acerca de algunos de los cuales –y siguiendo las insistencias de Westin-- estaré escribiendo en próximas entregas. Pero, en el contexto de este: «He aquí yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» uno destaca sobre todos.
Néstor Pino Axt, colega periodista y amigo de casi cincuenta años ha sido atacado por el cáncer. Católico fervoroso y sincero, se ha transformado en una de nuestras principales preocupaciones. Hemos venido orando por su recuperación física que nos preocupa; pero también por su salud espiritual, que nos preocupa más. Pues, una noche, en la soledad de un grato salón en las Termas de Malalcahuello, en el sur de Chile, decidió abrirle la puerta de su vida a Cristo Jesús. El Señor entró y se ha sentado a la mesa con él.
Ahora, nuestro amigo de tantos años y de mil batallas periodísticas, hermano querido en la fe, espera confiado el futuro. Está sentado a la mesa y con él cena su Señor y Salvador.
¡En hora no solo buena sino buenísima!
(*) Nos encontramos, mi esposa Cire y yo, viajando por Chile y Argentina desde el 12 de abril y hasta el 16 de mayo cuando esperamos, Dios mediante, regresar a casa. Hemos venido a cumplir tareas específicas relacionadas con nuestra militancia cristiana y con nuestro ministerio al frente de la Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos. En ambas instancias, el Señor nos ha permitido ver frutos. Esperamos compartir algo en notas periodísticas futuras. Quizás esto explique un poco nuestra ausencia de las páginas de Protestante Digital.
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