Vimos
en el anterior artículo el fragor cambiante de la batalla de Israel contra Amalec en el monte Refidim. Pero lo que hace el relato bíblico es conducirnos fuera del campo de enfrentamiento a una colina cercana. En realidad es aquí donde se encuentra el verdadero frente de combate. Aquí, en esta colina apartada, es donde se está decidiendo el signo de la guerra. Aquí se combate. Sin armas. Sólo encontramos aquí una vara, un cayado pastoril. Moisés ha confiado la dirección del ejército en las manos de Josué, mientras que él toma en sus manos la vara que Dios le confió en Madián para hacer proezas y maravillas y sube con ella a una colina cercana.
LA VARA DE MOISÉS
La vara alzada al cielo por las manos de Moisés conseguía fuerzas para los combatientes israelitas. La fuerza no procedía del mero acto mecánico de alzar la vara, sino de la oración que se materializaba a través de aquellas manos sosteniendo en alto la vara divinamente confiada. No levantaba Moisés la vara para que la vieran los guerreros de Israel, sino para que la viera Dios. Estamos asistiendo, pues, a un combate en oración.
Moisés sabe que esta guerra sólo se puede ganar con el poder divino procedente de arriba, que únicamente se puede apropiar el pueblo de Dios a través del uso de esos medios de gracia que el Señor le ha confiado.
Tres ideas están unidas a esta vara prodigiosa:
1. Los recuerdos de anteriores ayudas divinas. Esta vara condujo a Israel en la salida de Egipto. Esta vara se tragó a las varas y culebras del faraón. Esta vara golpeó las aguas del Nilo y toda la corriente del río se transformó en sangre. Se convirtió en un arma invencible contra la dureza del corazón del faraón y dividió en dos el Mar Rojo abriendo un camino salvador en medio de las aguas. Y con esta vara abrió Moisés manantiales de fresca agua en el desierto ardiente. No fue la vara la que hizo todo esto. Pero ella estuvo presente cuando Dios hizo todo esto.
2. Esta vara era el arma de la victoria y la bendición.Unida a la palabra de Dios hizo milagros a favor de Israel. Es verdad que nosotros no disponemos hoy de ningún objeto que obre milagros, pero tenemos lo que junto a la vara obraba maravillas, es decir, tenemos la palabra de Dios.
3. La tercera idea relacionada con esta vara es que se trataba de una vara para el camino. Moisés la tenía ya en su mano cuando Dios le llamó en el desierto de Madián (Éxodo 4:2). En ella se apoyó por el camino hacia Egipto, y después, apoyado en ella, condujo al pueblo por el desierto hasta Canaán. No olvidemos que también nosotros vamos de camino hacia la eternidad.
Moisés carga en silencio ante Dios con la culpa de su pueblo. Sabe que Israel no merece la victoria. A toda una cadena de milagros divinos Israel ha respondido con toda una retahíla de reclamaciones y quejas. ¿Es posible que Dios haya traído a Amalec sobre Israel porque se le haya acabado la paciencia? Con todo, Moisés levanta la vara al cielo, la vara de la gracia, y ora: ¡No te canses, Señor. Has hecho por nosotros muchas maravillas; no nos dejes ahora a merced de nuestros enemigos!
@MULT#DER#51214@Al contemplar la escena no podemos hacer otra cosa que trasladarnos mentalmente a aquel otro formidable combate que se libró también en otra colina. También allí se levantó al cielo otro madero. Durante seis largas horas hubo uno que cargó allí con nuestros pecados y luchó por nosotros. Luchó por nosotros de una manera muy distinta a como lo hizo Moisés. Y cuando se ocultó el sol, el escenario no parecía el de una victoria. Pero desde entonces nosotros miramos a ese madero, a aquella cruz, la colocamos delante de Dios y Amalec y todos los demás enemigos tienen que retroceder. La muerte y el demonio retroceden, y los demás enemigos que nos combaten también. Dios hizo en la cruz de Cristo demasiado por nosotros como para que ahora pensemos que nos vaya a dar la espalda. “
El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32). Ante estas palabras, confesamos con el salmista: “
Tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Salmo 23:4).
LAS MANOS DE MOISÉS ORANDO
Las manos de Moisés, levantadas al cielo desde este monte de Refidim, constituyen todo un ejemplo para nosotros. Vemos estas manos:
1. Levantadas limpias y creyentes. En 1 Timoteo 2:8 se dice: “
Quiero, pues que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin iras ni contiendas”. Moisés oró así. Poco antes de la guerra contra Amalec se formó una conspiración contra él. Faltó poco para que el pueblo le apedreara. Pero Moisés levanta ahora sus manos sin ira, intercediendo por Israel. Él ha perdonado el reciente altercado con su pueblo, y ahora pide a Dios por su gente.
2. Las manos cansadas. En el versículo 12 se nos dice: “
Y las manos de Moisés se cansaban”. Este hombre oró hasta el límite de sus fuerzas físicas.¿Conocemos nosotros la experiencia personal de orar hasta el agotamiento físico? El mismo Jesús nos dijo acerca de la oración: “
El Espíritu está presto, pero la carne es débil”. Orar hasta el agotamiento físico es algo que sólo hacemos cuando llevamos en el alma una gran pasión o una enorme preocupación.
3. Las manos sostenidas.Cuando Moisés se cansó, tomaron Aarón y Hur una piedra para que aquel se sentara y continuara orando. Pero ni siquiera sentado podía levantar sus manos Moisés. Así que, Aarón y Hur tuvieron que sostener sus brazos. El servicio de estos dos hombres es algo maravilloso. Cuando un cristiano no puede continuar orando, sea por enfermedad, debilidad o por carga excesiva, lo mejor que le puede suceder es encontrar hermanos que le ayuden a continuar orando. El mismo Jesús le pidió a tres de sus apóstoles que le acompañasen en oración durante una hora aquella oscura noche en Getsemaní.¿Tienes tú algún compañero/a de oración?
4.Manos levantadas hasta el fin. En el versículo 12 leemos: “
Y así hubo en sus manos firmeza hasta que se puso el sol”. Moisés permaneció en oración hasta acabar el día. Muchas son las manos que se levantan cada día a Dios en oración, pero, lamentablemente, muy pocas manos persisten levantadas hasta que el día acaba.
Nosotros tenemos necesidad de practicar también esta oración que consigue victorias. Jesús pasaba noches enteras en oración, y vivió de triunfo en triunfo sobre el mal, y su obra permanece hasta hoy. En cambio, muchos cristianos no pueden orar ni siquiera una hora.
(*) Los artículos de esta serie se corresponden con un extracto del libro del mismo nombre y autor (Montes escogidos, Félix Gonzáles Moreno), donde además acompañan el final de cada capítulo preguntas que lo hacen útil como herramienta para el estudio en grupo. Quien desee adquirirlo puede escribir a
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