Esto del reciclaje se ha convertido en mucho más que una moda en los últimos años. Reutilizar lo usado ha pasado de ser una cuestión opcional a formar parte del ideario colectivo, pero más allá, del modus operandi de muchos y esto se ve desde las cuestiones más ligadas a lo literal, como el reciclaje de materiales desechados, basuras, y demás, a las muy relacionadas con temas tan aparentemente alejados de ello como puedan ser lo psicológico, lo emocional o lo espiritual.
Esto puede tener varias lecturas, desde luego. Reusamos lo que se había desechado en un principio a la espera de poder darle de nuevo utilidad y ahorrar. En tiempos como los que corren esto no es, desde luego, algo despreciable. Muy por el contrario, se hace más que necesario. En diferentes ocasiones, por otro lado, rechazamos darle a un objeto el uso que tenía, pero le asignamos otro u otros distintos, lo cual también es reciclar, en tanto en cuanto alargamos la vida del objeto en cuestión. En última instancia, podemos incluso reclutar elementos que otros habían desechado ya completamente, dando por hecho que poco o nada más se podría sacar de ellos, y apropiárnoslos con la convicción o el proyecto, al menos, de que podrán ser reutilizados. Todo vale, en definitiva y eso es lo genial del reciclaje: que la vida del objeto no termina cuando parece, sino cuando realmente termina (aunque pueda parecer una frase de Perogrullo).
En la cotidianeidad del día a día nos va pareciendo cada vez más fácil reciclar, a la luz de lo extendida que está esta práctica conforme avanzan los años. Pero, ¿qué ocurre en nuestra vida en cualquiera de los otros ámbitos que mencionábamos al principio? ¿Cómo se hace reciclaje emocional? ¿Cómo prolongamos “la vida del objeto” en este caso cuando “el objeto” en cuestión somos nosotros mismos, desgastados, ajados, agotados…?
Reciclaje emocional, renovación espiritual… son conceptos relacionados, pero a los que asignamos un valor diferente. Cuando se habla de renovación emocional o espiritual nos suena a algo mucho más positivo.
A algunos nos trae la idea de ir de bien a mejor, mientras que el reciclaje parte de un punto mucho más dudoso: de lo viejo, de lo desechado, de lo desgastado… Pero es justamente ahí y no en otra parte donde muchas veces nos encontramos, ¿no
Es más, cuando nos encontramos bien estamos tan cómodos que ni siquiera nos acordamos de que podemos estar mejor. Simplemente nos hemos conformado, estamos en nuestra zona de comodidad y que haya un estado mejor que el actual nos da, francamente, lo mismo. Pero no así cuando estamos en los peores momentos e intuimos que corta vida le queda a lo que de bueno tuvieron otros tiempos. En esas situaciones, ¿cómo se saca la cabeza del hoyo? ¿Cómo metemos combustible al depósito cuando ni siquiera percibimos que haya depósito? Porque la vida sigue y nosotros con ella, ¡pero resulta tan difícil!
En tiempos de bonanza no somos tan conscientes de la verdad que me dispongo a proponer a continuación, pero sí empezamos a serlo cuando atravesamos momentos complejos y de dificultad. De la misma manera que cuando nadamos en la abundancia ni siquiera somos capaces de percibir las diferencias y sutilezas en los sabores y olores que acompañan al buen comer, y que cuando llegan las “vacas flacas” saboreamos hasta el más seco trozo de pan o la gota de aceite como si fuera el mayor de los manjares, los tiempos de crisis nos ponen en esta tesitura también en lo emocional. Cuando estás hambriento casi todo vale. Y cuando lo que hay es un gran vacío, un gran dolor y todo parece cuesta abajo frente a un abismo, llega el momento de reciclarse y aceptar que lo que de bueno nos traiga la vida puede venir de cualquier parte y en cualquier momento.
Todo vale, en cierto sentido, cuando tenemos deseo de crecer, renovarnos y reciclar. Y no me refiero con esto a esa manidísima frase ya del relativismo por la cual todo sirve y todo es bueno para todo, pero depende de cómo cada cual lo vea. Eso, simplemente, es un absoluto en sí mismo y como tal, una gran incoherencia. Hago referencia, sin embargo, a que cuando tenemos necesidad, intención y propósito de crecimiento en nuestra vida, antes, durante, o después de un mal momento, el avance y renovación se pueden disfrazar de prácticamente cualquier cosa y aparecer, como de la nada, de cualquier rincón.
Nos hacemos muy exigentes cuando todo nos sobra. Cuando se vive en la abundancia nos hacemos híper-críticos con lo que hay alrededor y rechazamos, incluso, lo sencillo, como si no pudiera aportarnos porque “venimos de vuelta”. También nos sucede en lo espiritual, en la iglesia, en el culto del domingo o en la predicación, cuando sólo nos sentimos “tocados” o “alcanzados” dependiendo de quién se sube al púlpito esa semana o de quién lleva el tiempo de alabanza. Pero nos conformamos con sucedáneos perdiendo de vista lo auténtico. Porque cuando hay hambre, hasta las aparentes migajas son manjares.
¿Te has dado cuenta alguna vez, si lo has vivido, de que cuando uno tiene hambre cualquier pequeño bocado de casi lo que sea, aunque fuera de lo más sencillo, ya te nutre?
Dios se muestra de maneras misteriosas con nosotros y nos pone una y otra vez ante lo sencillo y lo simple para alimentarnos en la dificultad. No lo vemos en los momentos de abundancia, pero el reciclaje emocional y espiritual del que hablaba se basa en esto precisamente. Lo que otros desechan, lo que creemos, neciamente, que ya no está en condiciones de aportarnos o que, quizá, nunca lo estuvo, puede ser la herramienta y el instrumento que el Señor utilice para alimentarnos en ese día, en esa hora, en ese minuto…
¿Le buscamos en cada cosa alrededor nuestro? ¿Aceptamos que lo que Él tiene que decirnos puede venir de cualquier parte, de cualquier lugar, de cualquier persona, incluso aquella a la que no prestamos atención o damos valor suficiente? ¿Somos capaces de entender y ver que Él podría alimentarnos y suplirnos sin que nada ni nadie más fuera necesario? ¿Cuánto más a través de otros alrededor nuestro? ¿Seremos capaces de comprenderlo, aunque sea sólo teóricamente, mientras nadamos en abundancia? ¿O necesitaremos de la hambruna para empezar a hacer reciclaje y mirar con buenos ojos todo aquello que desechamos desde el pedestal en el que la vida, por temporadas, puede colocarnos?
Si algo aprende uno a lo largo de la existencia en esta tierra es que las cosas no duran para siempre. La vida funciona como una consecución de ciclos y precisamente por ello en determinados momentos nos podemos encontrar arriba y en otros abajo. Lo esperable no es la estabilidad, entonces, por más que la anhelemos o por mucho que nuestra cabeza esté en disposición para aceptarla de buena gana. Las cosas no son tan sencillas y nos topamos con esta realidad una y otra vez. Haremos bien, por cierto, en tenerla bien en cuenta, porque nuestra tendencia natural es mirar hacia otro lado cuando las cosas nos van bien y darlas por garantizadas, como si nada fuera a cambiar.
¿Qué recursos está usando el Señor en tu vida para restaurarte en este momento que te toca vivir? ¿Podría ser una antigua melodía, una que tenías desechada y que estés reciclando justo ahora? ¿Podrían ser buenas conversaciones con amigos a los que hace tiempo no veías? ¿Te has hecho ahora menos exigente con aquellas cosas con las que antes no transigirías? ¿Qué productos de reciclaje están trayendo ahora bendición a tus días? ¿Encuentras un oasis a cada paso a pesar del desierto por el que atraviesas? No, no te estás volviendo loco. Es simplemente que, si Dios está con nosotros en medio del desierto, y así es, Él trae cada día el maná, el agua necesaria, su guía en forma de nube o de columna de fuego en función de cada circunstancia.
No deseches nada… Todo vale y hasta las piedras hablan si Dios quiere que así lo hagan. Cualquier cosa es instrumento de bendición y renovación si el Dios Todopoderoso lo usa en Sus manos.
“El Señor tu Dios te ha bendecido en toda obra de tus manos, Él sabe que andas
por este gran desierto. Estos cuarenta años el Señor ha estado contigo
y nada de ha faltado.”
(Deuteronomio 2:7)
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