I. GEOGRAFÍA E HISTORIA
El monte Moria está situado al noroeste del monte Sión, lugar del emplazamiento original de la Jerusalén davídica. Estaba separado de éste último por el valle de Tiropoión. Ambos montes fueron unidos posteriormente por medio de un puente. El monte Moria era el más bajo de todos los montes que circundaban Jerusalén y, precisamente, éste eligió Dios como lugar para su morada entre los hombres y para exaltarlo por encima de todos los montes de la tierra. Así, el Salmo 68:16 dice:
“¿Por qué observáis, oh montes altos, al monte que deseó Dios para su morada? Ciertamente Jehová habitará en él para siempre”. Por mandato divino Salomón construirá sobre él el templo de Dios. Pero ya antes el monte Moria había adquirido notoriedad debido al sacrificio de Abraham, e incluso en los días de David se protagonizó en su cumbre otro momento culminante en la historia de Israel, cuando el ángel de Dios, que destruía con pestilencia a Israel, aceptó el sacrificio que ofrecía David y envainó su mortífera espada (1 Crónicas 21:26-27).
Los encuentros espirituales que tienen lugar en el monte Moria son de una trascendencia, significación y hondura muy especiales. De entre todos estos encuentros vamos a ocuparnos a continuación, por su especial significación histórico salvífica, con el que protagonizó Abraham cuando fue probado por Dios.
II. LA PRUEBA DE LA FE
Tarde o temprano, toda fe será probada. El propósito de la prueba es la perfección del creyente (Santiago 1:4). (*)
1. LA PRUEBA DIVINA
De entre las siete peticiones del Padrenuestro hay una que consideramos la más irrelevante. Es la que dice: “
No nos metas en tentación”. Es un ruego por misericordia, una admisión o reconocimiento de nuestra debilidad e impotencia. En realidad tenemos que estar muy agradecidos a nuestro Señor Jesucristo por habernos enseñado y guiado a esta petición. Es una petición necesaria. Y si alguno cree que está demás, que aprenda en cabeza ajena: “
aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham”. Así que, es posible que Dios pruebe a sus siervos, a los que creen en él. La posibilidad de la prueba puede ser retrasada en base a nuestra oración: “
No nos metas en tentación”, pero jamás será eliminada del todo. Debemos tener claro que, más tarde o más temprano, nuestro camino conducirá inevitablemente a este monte Moria. Pero que conduzca a él no significa que morirá en él. Tampoco significa que todos tendremos que ascender a él para ofrecer el sacrificio especial. En realidad, el único que lo escaló en obediencia a Dios fue Abraham. Por eso haremos bien en no asemejar nuestras pruebas a ésta que comentamos. La prueba que narra esta historia es la de un patriarca, un gigante de la fe. Y, por regla general, nuestras pruebas y tentaciones no son de este calibre patriarcal. Nosotros volamos más bajito. Lo que ocurre en Moria tiene lugar en una cumbre envuelta en una soledad infinita. En última instancia, este monte Moria sólo tiene una correspondencia en toda la historia de la humanidad: ¡Gólgota!
“
Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham”, y Jesús mismo nos enseña a orar, diciendo: “
No nos metas en tentación”. Nos asustan estas palabras, pues en la epístola de Santiago (1:13) leemos que “
Dios no tienta a nadie”. ¿Cómo podemos conciliar estas dos declaraciones? Se concilian cuando entendemos que probar no es inducir al mal. La inducción al mal procede de nuestro propio corazón: “
Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (Santiago 1:14). Este es el proceso del nacimiento del mal. El diagnóstico es correcto.
@MULT#DER#50902@Pero “probar” tiene también otro sentido. Imaginemos el motor que se encuentra en el banco de pruebas de la fábrica donde se va a examinar su potencia y capacidad. En este sentido “probar” es “examinar”, “poner a prueba”. Y es en este sentido como se explica el proceder de Dios con los hombres. Cuando se dice, pues, que Dios probó a Abraham, se está significando que lo metió en una prueba, que sometió su fidelidad, amor y fe a un verdadero examen. Ninguno de los que creen en Dios se verá exento de estas pruebas. Y es en señal de esto que la Biblia pone delante de nosotros este monte Moria.
“
Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moria, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”.
¡Qué orden! Abraham había esperado durante cien años el nacimiento de este hijo que daba sentido y futuro a su vida. El joven es para su fe la garantía viviente de la fidelidad de Dios. El cumplimiento de la gloriosa promesa divina que recibió Abraham el día de su llamamiento está relacionada con Isaac: “
Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:2-3). Y ahora este Isaac tenía que morir. Precisamente el único hijo del patriarca, el portador de la promesa, y lo más terrible era que tenía que morir a manos del propio padre.
Esta tremenda prueba va dirigida al centro de dos objetivos:
al corazón y a la fe.
2. EL SENTIDO OCULTO DE LA PRUEBA
Toda prueba que procede de Dios tiene, ciertamente, un sentido, aunque nosotros, en medio de ella, no acertemos a comprenderlo. La prueba tiene que ver con la idea de si nosotros estamos dispuestos a honrar a Dios tal como él quiere ser honrado, no sólo por causa de sus dones y bondades, sino por él mismo, sencillamente porque él es el Creador, el Señor, nuestro Dios.
El primero y más importante de todos los mandamientos divinos reza así: “
Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:2-3). Esto significa que debemos a Dios una obediencia absoluta y perfecta.
Con frecuencia muchos sirven a Dios por lo que Él da, no por lo que él es. Y el mismo Satanás cuestiona ante Dios la autenticidad de la fe y la piedad de Job con las palabras:
“¿Acaso teme Job a Dios de balde?” La realidad de la fe de muchos es que temen y sirven a Dios por puro interés egoísta.
Resulta evidente que de esta manera rebajamos a Dios y no le honramos conforme a su divina dignidad. Y es por eso que Dios nos prueba, para que demostremos si estamos dispuestos a obedecerle incondicionalmente incluso cuando Él destroza nuestros planes, da al traste con nuestras esperanzas e ilusiones y demanda de nosotros como sacrificio precisamente eso a lo que se aferra nuestro corazón como lo más querido. Es entonces cuando se verá si estamos dispuestos a obedecer sin quejas desde el sufrimiento y la pérdida y si somos capaces de mantener el “
con todo” (Salmo 73:) de la fe. Esta es una lección difícil.
Sin embargo, la tentación de Abraham encierra para nosotros una ayuda y un consuelo. Por un lado, nos muestra cuán difícil puede llegar a ser el sacrificio que Dios puede demandar de sus siervos; por otro lado, nos ofrece las indicaciones con cuya ayuda podremos superar la hora de la prueba.
(*) Los artículos de esta serie se corresponden con un extracto del libro del mismo nombre y autor (Montes escogidos, Félix Gonzáles Moreno), donde además acompañan el final de cada capítulo preguntas que lo hacen útil como herramienta para el estudio en grupo. Quien desee adquirirlo puede escribir a [email protected]
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