El 29 de abril de 1992 mi esposa y yo vivíamos en Los Angeles, CA y estábamos fundando una iglesia. Vivíamos en una zona (Compton) tradicionalmente afro-americana que se estaba convirtiendo en latina y que tenía pequeños negocios con dueños coreanos.
Para ganarme la vida era maestro de escuela pública en Lennox, una zona de mayoría latina. Todos los días viajaba por lo que sería el centro de los disturbios.
La zona estaba lista para una explosión. Meses antes una comerciante coreana había matado a una joven afro-americana no armada y el juez había declarado el evento un homicidio justificado, a pesar de que le disparó por la espalda.
El video que enseñaba a policías blancos golpeando a Rodney King, un afro-americano, aún cuando ya lo tenían controlado en el suelo, demostró, para muchos, que la policía maltrataba con impunidad a varones de raza negra.
El sentir de injusticia se hizo mayor cuando un juez decidió que el caso debía juzgarse en una ciudad (Simi Valley) de muchos policías, con un jurado de abrumadora mayoría blanca y una actitud claramente a favor de la policía.
Dado todo esto no sorprendió cuando el dictamen, que declaró no culpable a los policías, creó el disturbio. El veredicto fue tan controversial que el alcalde de Los Angeles y aún el presidente de los Estados Unidos lo cuestionaron.
La reacción no demoró en hacerse sentir. La ciudad explotó y las consecuencias fueron abrumadoras. Murieron más de 50 personas y la destrucción de edificios y negocios superó a los mil millones de dólares.
Sin embargo, los disturbios también crearon un ambiente para el cambio. En cierto sentido se rompió con el antiguo sistema “pro-blanco” y anti-minoritario. Se crearon puentes entre las comunidades latinas, coreanas y afro-americanas. Sirvió como base para que en la primera década del siglo XXI también se eligiera a un alcalde de descendencia mexicana, el primero desde el siglo XIX.
Pero también marcó el principio de un cambio demográfico significativo. Mucha de la población afro-americana decidió abandonar la zona “sur-centro” de la ciudad y, el día de hoy, varios sectores tradicionalmente afro-americanos ahora tienen una mayoría latina.
Pero al mirar hacia atrás está claro que todavía hay camino por trazar. Al tratar de definir como recordar este aniversario nos dimos cuenta que existen interpretaciones encontradas sobre lo que significaron los disturbios. Es claro que nuestras experiencias y nuestras memorias quedan afectadas por nuestro trasfondo étnico y nuestra posición social. Pero también es verdad que algunos quieren tratar el problema por medio del “olvido” o ver el asunto como algo “del pasado”.
Los Angeles es una ciudad que se “re-inventa” cada tantos de años, queriendo dejar atrás los eventos y personajes negativos y actuar como que sólo lo nuevo “vale”. El problema es que los proyectos nuevos casi siempre echan fuera a los pobres y marginados. Las reinvenciones también facilitan una amnesia colectiva.
Optamos por olvidar los aspectos de nuestro pasado que no cuadran con la “interpretación oficial” del momento.
Por eso es importante recordar este aniversario. La ciudad de Los Angeles está llena de personas que creen en un futuro mejor y están trabajando por hacerlo realidad. Pero sé que la misericordia y la verdad se tienen que encontrar y la justicia y la paz se necesitan besar.
Así que oro para que en este vigésimo aniversario de los disturbios estemos atentos a las verdades incómodas de nuestra ciudad y que reconozcamos que la paz de nuestra bella ciudad vendrá cuando haya justicia para todos, particularmente para los que no tienen voz en las visiones oficiales de nuestro futuro.
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