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Gerbasi y el Dios que lo ha creado todo

Gustador del haikú japonés, concisión y precisión se suman para hacer el periplo hacia lo trascendente eterno.
POR EL ÚLTIMO ADÁN AUTOR Alfredo Pérez Alencart 20 DE ABRIL DE 2012 22:00 h

El PAISAJSTA DE DIOS
Hombre de Fe no deslavable por cuaternarios exégetas, Vicente Gerbasi (1913-1992) es, desde mi parcializado gusto, el más destacable poeta cristiano nacido en Venezuela. A sus hermanos en la fe parece seguir diciéndoles: “¿Por qué no vas a Jerusalén?/ Verás la muralla/ de los siglos…/ Verás la Cruz/ en el relámpago…”. Su religación con Dios sólo ha sido abordada de forma escorada, casi subrepticia, y eso que sobre su obra poética se han escritos decenas de ensayos y tesis doctorales.

Pero Dios sigue amparando al poeta de Canoabo. Y lo hace porque Gerbasi fue un hijo que supo defender al Padre Supremo y al padre inmigrante: “Dios es una conformación de milagros. Eso de que la religión es un opio de los pueblos, es una pésima mentira”.

Mucho se habla de su existencialismo, de su modernidad que propició renovación a la lírica venezolana, de su abrumador decantamiento por la naturaleza, de la Noche como eje de su evidente resplandor poético. Y nadie podrá negar tales zumos de la tierra, pues lo telúrico es lumbre vivificante de su excelente poesía, como también lo es la Infancia, dulcísimo nido de donde brotaron asombros y versos hasta el último suspiro del 28 de diciembre de 1992. A ello ha contribuido, qué duda cabe, textos tan bien logrados como el siguiente poema:

EN EL FONDO FORESTAL DEL DÍA
El acto simple de la araña que teje una estrella
en la penumbra,
el paso elástico del gato hacia la mariposa,
la mano que resbala por la espalda tibia del caballo,
el olor sideral de la flor del café,
el sabor azul de la vainilla,
me detienen en el fondo del día.

Hay un resplandor cóncavo de helechos,
una resonancia de insectos,
una presencia cambiante del agua en los rincones pétreos.

Reconozco aquí mi edad hecha de sonidos silvestres,
de lumbre de orquídea,
de cálido espacio forestal,
donde el pájaro carpintero hace sonar el tiempo.
Aquí el atardecer inventa una roja pedrería,
una constelación de luciérnagas,
una caída de hojas lúcidas hacia los sentidos,
hacia el fondo del día,
donde se encantan mis huesos agrestes.


Pero pocos han querido aceptar que estas creaciones son el resultado del Paisaje de Dios. Vayamos a las palabras del propio Gerbasi, palabras que no admiten conjeturas o elucubraciones. Menos todavía el que llegaran a tildarle, alegremente, de panteísta. Leámoslo: “La poesía surge de un estado de contemplación permanente. El poeta nace contemplativo, en éxtasis ante la belleza de la naturaleza, la belleza de la creación divina, de lo que hizo Dios, porque Dios y la Naturaleza son una misma cosa. Estamos hechos por Dios y por la evolución de la Naturaleza, eso es un trabajo de Dios, un trabajo divino: misterioso. Es un trabajo que todavía nadie ha podido descifrar”.

Cuando se pretende interpretar a un poeta de esta dimensión combinatoria, lo correcto es buscar sus dos voltajes, distintos e iguales, de reverenciar a Dios. Así, desde lo telúrico: “Tranquilo está el día en el color del loto./ Así es el día de Dios”. Así, desde lo trascendente: “El Universo/ vuela con Dios”. Así, juntos a la vez: “Soy la contemplación./ La estrella/ en la frente del profeta”. Así, transcribiendo su confesión de 1977: “…quisiera hacer poesía para ti, Dios!/ Te invoco en la noche/ y en el viento del mar,/ en una oscuridad de relámpagos/ en el infinito de un velero...”. Por todo, ya muy temprano, en 1940, Gerbasi advierte contra posibles olvidos o malas prácticas hermenéuticas. Y lo hace en verso:

Quieren olvidar que Dios resplandece a través del arcoíris;
que la brisa, en las calles tumultuosas,
es un recuerdo de las flautas escondidas en los bosques.
Quieren olvidar que en mí los días se mueven en el canto de las aves.
Que en las noches yo enciendo una alta fuente luminosa
para llenar de colores mi fabulosa ciudad dormida.

LA POESÍA COMOLA ORACIÓN MÁS BELLA
Las palabras gastadas o desaliñadas son como epitafios que no conmueven a los congéneres ni al Señor. Por ello, Vicente Gerbasi entiende que “La estética es una manera de estar con Dios. La estética es la belleza. Dios hizo las cosas con el criterio de la belleza y de la pala­bra. La estética no es menos que un árbol o que tocar un pez”.

Conozcamos a fondo el pensamiento de Gerbasi sobre esta cuestión. Y para conviene extraer textos de la entrevista que le hiciera mi amigo El Catire (también conocido como Enrique Hernández D’Jesús, titulada “Gerbasi: la aventura del hombre y la palabra”. Fotógrafo, poeta y editor, El Catire fue seguidor incondicional del poeta de Canoabo, del hombre que dijo: “Para mí la poesía es una oración. Uno contempla la naturaleza y contem­pla su propia alma, y así la expre­sa a la par de contemplar la natu­raleza que es una obra de Dios. Y al tratar de expresarla uno lo que está haciendo con la poesía es una oración. La poesía, al fin y al cabo, lo que es, es una bella ora­ción. Y seguir a Dios de cualquier manera es una oración…De todas maneras Dios nos protege. Dios protege a los estetas, por ser estetas precisamente, por ser creadores”.

Y algo más adelante, el hijo de dos inmigrantes italianos a la patria de Ramos Sucre, deja testimonio de su forma de orar: “Yo le pido a Dios todos los días que me permita hacer una buena poesía… Este pen­samiento forma parte de mis ora­ciones, es una oración sistemática que pido por la salud de mi mujer, de mis hijos, de mis nietos, de mi yerno, de mis nueras, de mis ami­gos, de mis parientes. Que no haya guerras en el mundo, que haya paz en la tierra. Que aquí en Venezuela no haya más golpes de Estado. Que no haya cataclismos, esas son mis oraciones”.

A su esposa, Consuelo, grande amor de su vida, le dice: “En tus ojos/ duerme el árbol/ del paraíso”. Y por ella escribe, en Diamante fúnebre, una de las más profundas elegías, que conozcamos, de la lírica venezolana, junto con el poema que Ramón Palomares dedica a la muerte de su padre.

ORACIÓN
En nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo
ruego que mi esposa

Consuelo, quien murió
el 3 de abril de 1990
y que en mi casa
era la mujer de los helechos.
pueda ahora cultivar
un jardín del Paraíso.
Tendrá toda la luz
de la Santísima Trinidad,
la claridad del comienz
y la claridad del fin
en la flor de los alme ndros.
Yo te regalaré, Consuelo,
las orquídeas de los ríos
de Venezuela,
las flores moradas
de los llanos lluviosos.
Nuestros hijos
te darán los lirios
de Fra Angélico.
Todos los ángeles
te convocaran
a una colina azul
y tú podrás cultivar
todas las flores
y darme las primeras
cerezas del Universo.

LA BIBLIAYJERUSALÉN
En su último poemario publicado en vida, Gerbasi vuelve a recordar a Jerusalén, ciudad en torno a la cual ya había escrito el libro Olivos de eternidad. Y también vuelve a escribir sobre Cristo, el Amado galileo: “La sangre en Su frente/ en el ardor violeta de la lumbre./ Veo la lanza azul en el costado,/ una nube de fuego por el cielo/ y una lluvia de luces/ en lo oscuro”.

A su padre, ávido lector de la Biblia (y de lo escrito por Balzac, Tolstoi yDostoievski), debió su profundo conocimiento de las Sagradas Escrituras, tal como él escribe en el poema XXIV de su siempre actual libro Mi padre, el emigrante (1945):

De todo tu andar de antiguo caminante,
de todo tu sufrir en desamparo,
de soportar el peso del hacha o del saco,
de asistir al herido y repartir el pan,
sólo te quedó una casa,
a cuya puerta escribiste algunas palabras de la Biblia.

(…)
Yo nací en tu casa con palabras de la Biblia,
y allí estabas callado, con tus libros,
junto a mi madre y a mis pequeños hermanos…


En el libroTres nocturnos, dice, siempre pensando en su infancia en Canoabo: “Estoy aquí en la tierra como una fiel costumbre…// Coros lejanos, bíblicos, de aldeanos celestes/ que suben las montañas azules de la noche,/ me devuelven al tiempo de floridos almendros…”. Lo mismo sucede en otro libro suyo, Liras (1943), donde leemos: “Y miro en la tristeza/ la aldea que soporta silenciosa/ su bíblica pobreza,/ como hermana amorosa/ de la eterna colina rumorosa.

Luego, en el poema XXIX de Mi padre, el emigrante, escribe: “Arden puertas oscuras hacia el fondo/ de muros solitarios,/ hacia la escala antigua de Jacob”. O también dice, en otra entrevista: “En la Biblia no se habla sino de fauna y de flora. Y en me­dio de esto aparece el hombre que es también un hecho ecológico. El Arca de Noé es el más bello mila­gro ecológico del mundo entero. El hombre cuando ve que todo se va acabar, que va haber un diluvio, viene Noé, precioso caballero que se emborrachó al final, poeta gran­dioso, encerró en una barca hecha de madera a todos los árboles que encontró, y reunió a todos los ani­males. Ése es el más bello acto ecológico del mundo. Nosotros los poetas somos unos Noé”.

Vicente Gerbasi fue embajador en Israel (como también en Noruega, Dinamarca, Haití o Polonia), donde estuvo cuatro años (1960-1964) y donde fue acogido con especial aprecio, similar al aprecio que el poeta tenía por el pueblo judío. Copiemos dos poemas suyos que trazan momentos diferentes de un mismo horizonte bíblico:
AQUÍ HE LLEGADO…
Aquí he llegado
para imponerme el conocimiento de la eternidad,
para ver rodar mi cabeza
tiempo abajo,
arena abajo,
alucinación abajo,
hacia el metálico redoble de los truenos
que confunden las montañas
en negros ámbitos azules.

Se detuvieron aquí las tribus,
se detuvieron aquí los profetas,
se detuvieron aquí los santos.

Venían las mujeres
y los niños.
Vestían pieles
de animales de los montes,
rudimentarios paños
a franjas de colores,
todos iluminados
en fuegos rituales.

Quisiera dejar un canto
para la eternidad,
enterrado en una vasija de barro,
un canto junto a mis huesos,
un salmo
para oír a Dios
en la música de un arpa,
para verlo en un fuego de nubes
sobre los pueblos siempre nuevos
edificando con la arena del desierto,
y para ver el desierto
que lleva su silencio
del día a la noche
como continuación del firmamento.

JERUSALÉN
Desde la antigüedad de tu Libro
manchado de sangre de cordero,
abierto al sol como prado de amapolas,
donde una vez Job aglomeró sus bienes,
yo he subido a tus piedras, Jerusalén,
ciudad del cántico del alba
amurallado ámbito de la paz
tumba de David.

Tus mujeres vistieron túnicas blancas en las callejuelas,
llevaron ramos de flores de manzano
para las danzas en las plazoletas y en las colinas,
donde alegraron un vasto día.
Roca a roca construyes tus moradas,
y toda unida te levantas como un templo
que pasa del sol a las estrellas
en la brisa plateada de los olivos.

Te circundan niños, labradores, ovejas,
en claras laderas de espigas.
Y con tus pétricos precipicios corroídos
y tus cipreses que suenan como oscuros laúdes,
y los almendros que florecen junto al cielo,
y las campanas que dan lumbre metálica al Calvario,
resplandeces en el tiempo como una corona.

Los que aran la tierra entre piedras
y los huesos de milenarios antepasados,
los que cultivan viñas de transparentes brillos,
los que llevan agua a las huertas
y recogen fresas en canastas de fibras doradas,
los cuidan el naranjo y el limonero
el que lleva su camello por la orilla del crepúsculo,
elevan la mirada hacia ti, Jerusalén,
toda abrigada en tus muros como una herrería,
donde las generaciones,
forjan un candelabro, o un arado,
o la trompeta que suena en las edades.

Cerca de tus torres,
que en el atardecer se miran en el cielo
como en un lago,
me ensimismo con el sol de Dios entre las nubes,
mirando los rebaños
y al pastor de barba blanca
que vuelve a ti su mirada
con fuerte melancolía de profeta.

Yo subo a ti, Jerusalén,
llevado por el oscuro viento de los siglos,
piedra a piedra,
y allí, entre tus muros de hueso carcomido,
en tu noche melódica,
abro tu Libro bajo los relámpagos.

EL INMIGRANTE EN POS DE LA TIERRA PROMETIDA
Premio Nacional de Poesía en 1968, Gerbasi nos legó una obra sólida y necesaria. Anotemos buena parte de su creación poética:Vigilia del náufrago (1937), Bosque doliente (1940), Liras (1943), Poemas de la noche y de la tierra (1943), Mi padre, el inmigrante (1945), Tres nocturnos (1947), Poemas (1947), Los espacios cálidos (1952), Círculos del trueno (1953), La rama del relámpago (1953), Tirano de sombra y fuego (1955), Por arte del sol (1958), Olivos de eternidad (1961), Retumba como un sótano del cielo (1977), Edades perdidas (1981), Los colores ocultos (1985), Un día muy distante (1987), El solitario viento de las hojas (1990), Iniciación a la intemperie (1990), Diamante fúnebre (1990) y Los oriundos del Paraíso(1994, libro póstumo).

De todos ellos destacan, por derecho y por justicia, Mi padre, el emigrante y Los espacios cálidos. Ahora quisiera dejar sólo una porción del magnífico libro dedicado a su padre, Juan Bautista Gerbasi, emigrante italiano llegado a Venezuela desde la aldea de Vibonati (también su madre era de allí). En uno de los cantos o poemas que componen el libro, Vicente dice a Juan Bautista: “Tu vida y tu muerte, tuyas para siempre,/ como es para sí el niño que se ahoga en un pozo perdido,/ en mí se juntan y me difunden en la tierra,/ en ese instante que se detiene iluminando la memoria,/ igual al relámpago que enciende un horizonte sagrado,/ en el momento en que el día y la noche se juntan,/ plenos de profundidades de lo eterno…”.

En el poema titulado “Los huesos de mi padre”, que forma parte del libro Los colores ocultos, cuarenta años después del libro-referencia suyo, dice: “…Los huesos de mi padre/ se perdieron en el osario del Universo,/ entre piedras preciosas de Dios/ vistas desde la selva mágica/ hasta la aurora/ que reinventa todos los colores/ y el vuelo de las aves/ abriendo sus ojos/ en el sueño del paraíso...”. Pero apreciemos algún fragmento de este libro que tiene muchas lecturas posibles o, más bien, toca muchos instrumentos sensoriales. Una de esas partes tiene mucho tiene que ver también con el éxodo bíblico, pero esta vez encaminado hacia el Nuevo Mundo, además de constatar y narrar el asombro de esa Tierra Prometida, de ese Paraíso que siempre fue Canoabo para Vicente Gerbasi.

II
Venimos de la noche y hacia la noche vamos.
Los pasos en el polvo, el fuego de la sangre,
el sudor de la frente, la mano sobre el hombro,
el llanto en la memoria,
todo queda cerrado por anillos de sombra.
Con címbalos antiguos el tiempo nos levanta.
Con címbalos, con vino, con ramos de laureles.
Mas en el alma caen acordes penumbrosos.
La pesadumbre cava con pezuñas de lobo.
Escuchad hacia adentro los ecos infinitos,
los cornos del enigma en vuestras lejanías.
En el hierro oxidado hay brillos en que el alma
desesperada cae,
y piedras que han pasado por la mano del hombre,
y arenas solitarias,
y lamentos del agua en cauces penumbrosos.
¡Reclamad, gritando hacia el abismo,
el mirar interior que hacia la muerte avanza!
En nuestras horas yacen reflejos de heliotropos,
manos apasionadas, relámpagos del sueño.
¡Venid a los desiertos y escuchad vuestra voz!
¡Venid a los desiertos y gritad a los cielos!
El corazón es una secreta soledad.
Sólo el amor descansa entre dos manos,
y baja en la simiente con un rumor oscuro,
como torrente negro, como aerolito azul,
con temblor de luciérnagas volando en un espejo,
o con gritos de bestias que se rompen las venas
en las calientes noches de insomnes soledades.
Mas la simiente trae a la visible e invisible muerte.
¡Llamad, llamad, llamad vuestro rostro perdido
a orillas de la gran sombra!

DIOS Y LA CREACIÓN COMO MILAGRO, COMO POESÍA
Gerbasi es rotundo en cuanto a su religación con la infancia y con la creación divina. Y por ello no duda en afirmar: “Por gracia de Dios existe Canoabo”. Y también: “Dios creó la vida como milagro, también creó la muerte como otro milagro. Sea la nada absoluta o sea la otra vida. De todas maneras es un milagro. Porque también morirse para no recordar lo que ha pasado en esta vida, y no tener sufrimientos post-morten es un milagro. Y si existe una nueva vida es también un milagro”.

Y también es un milagro la creación de este breve poema, dedicado al querido Luis Alberto Crespo (uno de los buenos escribidores y/o sentidores de su obra, como también lo son Remo Ruiz, Patricia Guzmán, Ludovico Silva, Carlos Contramaestre, Enrique Viloria, Eduardo Casanova…)

EL PAN
Vinieron los ángeles
y me dijeron al oído:
-- Mira el relámpago
en la nube oscura.
El mundo estaba abajo
con mis ojos absortos en un plato
de ramajes umbríos y de frutas,
y vi caer del cielo aquella lumbre
sobre el pan de la mesa.

Pero volvamos al pensamiento de Vicente Gerbasi. “…la metáfora es una simultaneidad de imágenes, una simultaneidad de sentimientos, una simultanei­dad de sensaciones, de ideas, una simultaneidad de impresiones que transforman el mundo. La metáfora, incluso, llega a ser un milagro, es un milagro. Jesucris­to cuando convirtió en las Bodas de Canaá el agua en vino hizo una metáfora. Esa metáfora de convertir el agua en vino, porque la gente quería tomar en la Boda, es la que se produce en la poesía a través de los sentimientos y las intuiciones momentáneas y que suceden en un ser creador como lo es el poeta”.

Y ya, sobre la Creación, el poeta de Canoabo se vale de un hipotético filósofo para refutarle su reflexión y concluir que Dios se ocupa de nosotros porque está en nuestro ser creyente: “Un día un hombre le pre­guntó a un filósofo: -¿Usted cree que Dios se ocupa de nosotros los hombres?-, y el filósofo le dijo -Dios está tan ensimismado en la contemplación de lo que ha hecho, de lo que ha creado, que no tiene tiempode ocuparse de los hom­bres-. El interlocutor le dijo al fi­lósofo -Mire, pero resulta que no­sotros formamos parte de la crea­ción, de modo que por esta razón Dios está en nosotros”.

NATURALEZA, UNIVERSO, DIOS
Volvamos a lo primero, es decir, a la tan mentada Naturaleza en la poesía de Vicente Gerbasi, a lo que él estimaba en torno a su quehacer poético: “Cuando yo quiero decir que la poesía es un ejercicio trascendental del alma expresado mediante el lenguaje, quiero decir lo siguiente: que un ser que tiene vocación poética, o que nace con ese maravilloso don de escribir poesía, de hacer poesía, comienza a ser poeta desde el momento en que comienza a ver el mundo, es decir, a ver la naturaleza. Al ensimismarnos en la naturaleza, en el Universo, nos ensimismamos en la belleza. Nos ensimismamos en la creación. Nos ensimismamos en Dios. Y si nos ensimismamos en Dios admirando el Universo, la naturaleza en su permanente movimiento, es porque tenemos el pensamiento puesto en nosotros mismos, es porque estamos contemplando la belleza que Dios nos ha conferido”. Veamos, finalmente, otras esquirlas de cómo estampa en verso aquello que propugna en sus escritos o comentarios:

Me hundo en las palpitaciones reverberantes, en las ondas,
en el temblor divino, donde se abre la rosa de montaña,
en los brillos fugaces, en la imagen insondable de Dios,
que ha creado los cielos y la tierra, con esta geografía de fuego,
y ha dado a mi corazón la forma del día y de la noche,
mientras oigo correr los animales, persiguiéndose, amándose,
devorándose, ensangrentando las yerbas, las flores y las peñas.
Soy el día, y el viento levanta sus ramajes en mi alma.


Gustador del haikú japonés, concisión y precisión se suman para hacer el periplo hacia lo trascendente eterno. Y así lo expresa Gerbasi: “Un rostro hundido/ en el fondo del Universo/ viajando/ viajando/ entre mi ser/ y la eternidad”. O, también en esta otra esquirla: “Volé sin tiempo/ siempre./ Volé sin la muerte/ en la eternidad”. Por ello, por esa seguridad, concluye así:

Tener conciencia de saber
que uno tiene un puesto en el cosmos,
es la manera de tener la
esperanza de conocer a Dios.
No más se vuelva a obviar o diluir la donación cristiana de la poesía de Gerbasi, del gran don Vicente de Canoabo.
 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Juan Ángel Torres Rechy (Salamanca)
06/05/2012
01:24 h
1
 
Ay ay ay... este Adán me ha tocado por una transparencia, una sencillez que no sé poner por escrito. Es como darle de beber a un niño. O preparar un café a nuestro invitado. Me parece. Pero no sé. Quizá sea así, sí, como las pinturas que insuflan en la prosa y la poesía su aliento. Ese oscurísimo relámpago de Miguel Elías fue el que cayó sobre el pan de la mesa de don Vicente. Creo. Es eso lo que quiero decir, esa transparencia, esa sencillez. Sí.
 



 
 
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