Este gigante es la cumbre más alta de las cordilleras del Asia Menor. Su ubicación actual se encuentra en el nordeste de la moderna Turquía y sus estribaciones se extienden por la actual Armenia. Su punta este mide 4.000 m, mientras que la situada en el sur alcanza los 5.330 m. de altitud y está cubierta de nieve perenne
(*).
Noé vio secas las cumbres del Ararat. Y secas continúan hasta hoy. Ninguna fuente tiene su nacimiento en la montaña. Ningún bosque cubre sus faldas. Esto se debe, en parte, a que el Ararat es un terrible volcán.
El arca de Noé se asentó presumiblemente sobre el valle entre las dos cumbres, después de que se hubieron retirado las aguas del diluvio.
A continuación vamos a dirigir nuestra mirada respetuosamente a las cumbres de estos santos
“montes de Dios” (Salmo 36:6). Mirando al Ararat descubrimos las siguientes lecciones:
1. LA CULPA (Génesis 6:5)
Nuestro tiempo se caracteriza por el pecado y la culpa, lo que era el distintivo de aquel período antediluviano, cuyo sumario bíblico al respecto dice así:
“Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 5:5).
Las Escrituras hacen una valoración del tiempo antediluviano mediante el recurso del juicio divino:
“Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne” (6:3). O sea, una criatura que se ha degradado dando la espalda a todo lo espiritual y centrándose única y exclusivamente en lo terrenal. Lo que corrompió, perdió y destruyó a esta generación fue su orientación intramundana, es decir, la aspiración a vivir sin Dios y al margen de Dios. ¿No es ésta también la imagen del hombre de nuestros días?
Tres cosas hizo Dios ante la situación: Limitó la vida de los hombres a 120 años (6:3). Les dio por predicador a Noé (Hebreos 11:7b). Les concedió la señal visible del arca y su construcción (Génesis6:14ss; Hebreos 11:7).
Pero todo fue en vano. Aquella generación estaba lista para el juicio.
2. LA IRA DIVINA (Génesis 6:6,7,13)
Dios contempló desde el cielo toda la maldad y violencia del antediluviano y la resistencia a su predicación y a la acción de su Santo Espíritu, y “se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón” (6:6). Entonces determinó Dios: “Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado… pues me arrepiento de haberlos hecho” (6:7). La historia del diluvio universal nos muestra que la paciencia y longanimidad divinas tienen un límite.
A pesar de la maravillosa salvación de Noé y su familia, esta historia bíblica nos habla de la extrema severidad del juicio divino sobre toda la humanidad.
Toda la narración es una corrección radical de esa caricatura de Dios que cultivan muchas personas. La imagen de ese Dios “amoroso y bonachón”, que deja que las cosas sigan su curso en la tierra y que dice a todo “sí” y “amén” no es la imagen del Dios de la Biblia, sino un invento del corazón humano. El Dios de la Biblia no sólo sabe perdonar, bendecir y hacer feliz, sino que también juzga y destruye.
Y quien crea que este Dios airado es una reliquia del Antiguo Testamento sólo tiene que abrir la primera página de la epístola a los Romanos y, leyéndola podrá rectificar su error: “
La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” (Romanos 1:18). Dios mantiene el pacto que estableció con Noé de no destruir más la tierra por medio del agua (Génesis 8:21-22; 9:9-11). Él es paciente para con nosotros, y tiene una sorprendente longanimidad con aquellos que le desprecian y le rechazan. Pero la Escritura dice que este tiempo de paciencia y longanimidad divinas tiene un límite: “
Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dándose en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron, hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también en la venida del Hijo del Hombre” (Mateo 24:37-39).
Estas últimas palabras de Jesús no constituyen únicamente una advertencia acerca de la necedad y la falsa seguridad. Son también la proclamación de una segunda (¡última!) catástrofe universal que de forma destructiva vendrá sobre todo ser viviente que ignora y menosprecia a Dios. La única diferencia con la catástrofe de los días de Noé consistirá en que el elemento de la destrucción esta vez será otro. En lugar del agua, el instrumento divino del juicio final será el fuego (2 Pedro 3:7). Sólo el que tiene conciencia de este próximo juicio divino y teme la ira de Dios sabrá valorar lo que significa haber encontrado en este Dios gracia y misericordia. Su misericordia se manifestará en que seremos protegidos y preservados de manera maravillosa en ese juicio.
3. LA GRACIA DE DIOS (Génesis 6:8-22)
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Pero Noé halló gracias a los ojos de Jehová” (Génesis 6:8). En aquellos días de extrema maldad e indiferencia hacia Dios Noé llevaba una vida de comunión con Dios. Y por causa de su fe fue declarado justo por Dios (véase Génesis 7:1; Hebreos 11:7).Noé nos enseña que se puede vivir piadosamente en medio de un mundo impío, aunque sólo uno mismo y su propia familia crean en Dios y le den culto.
Dios mandó a Noé construir un arca, cuyos moradores constituirían la simiente de una nueva humanidad después del diluvio. La construcción de este arca es la prueba de la fe de Noé (Hebreos 11:7). El hombre de fe es el que tiembla ante la palabra de Dios y procede en consecuencia con ella.
Y antes de que la primera gota de lluvia cayera sobre la tierra, Noé entró en el arca de la mano de Dios. ¿Por qué? Porque Noé “
temió ante su palabra”. Por eso es que Dios fijó sus ojos en él. Por eso es que fue salvado en medio de la destrucción general. Esta historia nos enseña que ¡los ojos de Dios buscan la fe! Dios hace valer su gracia – tanto ayer como hoy – sobre los que le temen y se toman en serio su palabra.
Tan pronto tengamos esto claro, sabremos dónde deberemos elegir nuestro lugar en este mundo. Y éste, por supuesto, no debe de estar junto a aquellos que menosprecian la palabra de Dios o junto a los que creen que Dios es ajeno a la suerte del mundo, o simplemente declaran que Dios no existe. Nuestro lugar debe estar junto a los que no contienden con el espíritu de Dios y temen ante la palabra divina.
Desde muy antiguo los primeros cristianos vieron en el arca de Noé una imagen de la iglesia de Cristo. Y de esta imagen se desprende claramente quiénes son las personas de este mundo que pertenecen a esta “iglesia” o arca de salvación. La iglesia, al igual que el arca de Noé, es el pequeño grupo de la sociedad que otorga más credibilidad a la palabra de Dios que a cualquier otra voz alrededor de nosotros y en nosotros; es el grupo que se deja tomar de la mano para ser introducido en este arca de protección y salvación.
4. PROTECCIÓN EN MEDIO DEL JUICIO (Génesis 7)
Noé fue preservado junto con su familia en medio del diluvio. Cuando crecieron las aguas hicieron flotar el barco, que se alejó de la tierra firme para emprender un viaje sin rumbo y sin timón, que duraría ciento cincuenta días. Casi medio año.
¡Qué viaje más increíble! La fe a veces no lo tiene fácil, es una aventura de vértigo y valor. La vida de fe no es siempre un camino de rosas. El interior del arca era estrecho y oscuro y el olor a animales era muy intenso, pues sólo disponía de una pequeña ventana en el techo. Los que estaban en el interior no tenían ninguna posibilidad de determinar el rumbo. No sabían hacia adónde se dirigían, ni cuándo dejaría de llover, ni cuánto tiempo duraría el viaje, ni cómo sería el mundo que encontrarían al abandonar el arca.
Estaban completamente indefensos y a merced de la misericordia de Dios. Aún cuando deje de llover, deberán continuar un tiempo dentro del arca, hambrientos y agotados. Y conforme los meses se iban sucediendo lentamente uno tras otro, surgiría, como terrible tentación, la pregunta: ¡¿Nos habrá olvidado Dios?!
5. GRATITUD DE NOÉ Y PACTO DE DIOS (Génesis 8:1-9:17)
¿Ha olvidado Dios su gracia, ha sellado su misericordia por causa de su justa ira? A veces estamos inclinados a creer que sí. Pero la historia de Noé nos dice lo contrario. En medio del juicio “
Dios se acordó de Noé”. Y en este
acordarse Dios de nosotros descansa nuestra salvación.
La memoria divina constituye nuestra más segura base de esperanza y salvación.
Sabedor de nuestra terrible inclinación al olvido, exhorta Dios a Israel: “
Israel, no me olvides” (Isaías 44:21). Y cuando el pueblo creyente exclama en su aflicción: “Me dejó Jehová, y el Señor se olvidó de mí”, le responde Dios:
“¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” (Isaías 49:14-15).
Transcurrido un año dijo Dios a Noé: “
Sal del arca” (8:16). Y lo primero que hizo Noé después de pisar tierra firme fue “
edificar un altar a Jehová” y ofrecer sacrificios en él (8:20). De manera que Noé comenzó los días de la nueva época para la creación con acción de gracias y adoración. Así nuestros días deben estar también presididos por la gratitud y la alabanza a Dios.
Seguidamente Dios estableció un pacto con Noé. Éste fue el primer pacto de Dios con el hombre. Un pacto para la preservación de la vida sobre la tierra. Preservación de las aguas diluviales. Ahora que por causa de la contaminación atmosférica las aguas amenazan de nuevo a la humanidad, resulta consolador saber que las aguas no nos anegarán, y esto por causa del pacto de Dios con Noé.
El pacto en nuestro texto no tiene que ver con un contrato que acuerdan dos socios en igualdad de condiciones y que pueden rescindir unilateralmente cuando quieran. En el pacto noético, el fuerte (Dios) se liga al débil (el hombre) para asegurarle eternamente su protección y su fidelidad. Hasta este extremo nos ama Dios que lo da todo por nada. Nuestra parte del pacto consiste en la fe y la obediencia.
La relación de Dios con Noé y, a través de él, con toda la humanidad, estuvo presidida por la misericordia. Y ésta se materializó en el monte Ararat, colocando suelo firme bajo los pies de Noé y estableciendo con él un pacto perpetuo.
Verdaderamente, vale la pena que no olvidemos este monte: ¡Ararat – monte de la misericordia! ¡Monte de salvación en medio del juicio! ¡Imponente monumento de la fidelidad de Dios! Señal, prueba y garantía de la memoria divina, llena de gracia y misericordia. Ararat es el monte en el que los perdidos, tras angustiosas incertidumbres, vuelven a tener suelo firme debajo de sus pies. En ningún lugar como en este monte lograremos apreciar de manera práctica en qué consiste la misericordia de Dios: una nueva oportunidad para la vida.
(*) Los artículos de esta serie se corresponden con un extracto del libro del mismo nombre y autor (Montes escogidos, Félix Gonzáles Moreno), donde además acompañan el final de cada capítulo preguntas que lo hacen útil como herramienta para el estudio en grupo. Quien desee adquirirlo puede escribir a [email protected]
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