El Salmo 121 se abre ante nosotros con una interrogante sugerente seguida de una respuesta no menos alentadora: “Alzaré mis ojos a los montes: ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra”.
¿Cuáles son estos montes tan prometedores? ¿Son los gigantescos macizos de las cordilleras que surcan nuestra tierra? ¿Son los ciclópeos pétreos que proclaman el poder y la sabiduría de Dios? Verdaderamente estos montes pueden sobrecoger el alma y provocar en nosotros sentimientos de pequeñez y de admiración. Así lo experimenté personalmente durante mi estancia como estudiante en Suiza.
Desde el monte donde está ubicado nuestro Seminario en el cantón de la ciudad de Basilea podíamos divisar en los días claros de otoño, a la hora de la salida del sol, la impresionante estampa de los nevados Alpes de Berna recortados en el fondo rojizo de un cielo en alba de fuego. Era un espectáculo grandioso y sobrecogedor. ¿Son estos y otros semejantes los montes de los que recibiremos ayuda?
En varias ocasiones tuve la oportunidad de subir a estos montes y disfrutar de su impresionante belleza. En sus cumbres uno se desprende de muchas cosas que agobian y aprende a ver las cosas desde otra perspectiva y medida. Allí el mundo está a nuestros pies. El cielo está más cerca y el aire es más puro, y atrás queda el ruido de nuestras ciudades y el ajetreo de nuestras calles. Allí uno se siente pequeño y admira embelesado. Ciertamente es algo bello una estancia, por breve que sea, en las cumbres de los montes.
¿Pero son estos los montes de los que recibiremos la ayuda que necesitaremos con frecuencia en nuestro peregrinar por esta vida? No; y no solo porque a la subida y breve estancia en la cumbre habrá de seguir necesariamente el descenso al valle de nuestras preocupaciones y trabajos, que en ocasiones se convertirá en una estrecha y angustiosa garganta, sino también porque estos montes no encierran la verdadera respuesta a nuestros problemas.
Por mucho que proclamen la grandeza y el poder de Dios, al final, las piedras son mudas. El silencio de los montes no siempre se constituye en consuelo. Y a veces los montes pueden convertirse en amenaza mortal para el hombre. Así lo experimentó uno de mis profesores durante la escalada de uno de estos gigantes.
Por otro lado, sería una regresión espiritual inaceptable y un retorno al paganismo trasnochado suponer que Dios habita en estos montes. Así que, mucho nos convendría no retornar al paganismo fraguando al calor de un dulce fuego de hogar la romántica herejía de los montes como lugar de encuentro especial del hombre con Dios.
La Biblia dice que “Dios mora en luz inaccesible” (1 Timoteo 6:16). De manera que si queremos encontrarnos con él deberemos buscarlo allí donde él ha prometido revelarse a nosotros, o sea, en su palabra escrita, la Biblia, y en su palabra encarnada, Jesucristo. El mismo salmista nos dice que “nuestra ayuda viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra”.
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No obstante lo dicho, y siendo que nuestro Dios es un Dios mayestático, no resulta extraño que los montes, por decisión divina, jueguen un papel tan relevante en la Biblia. Y es que gran parte de la teología bíblica está comprendida en sus montes. Se trata de los montes que Dios escogió para revelarse al hombre.
En la Biblia éstos constituyen toda una cordillera donde brilla la luz de la gloria de la revelación divina. Son montes de salvación en medio de un mundo de perdición. Montes que pregonan el amor y la misericordia divinos para con la humanidad necesitada. Son “
los montes de Dios” (Salmo 36:6) que proclaman la justicia y misericordia divinas, tal como pregona el salmista inspirado. Es a estos montes a los que debemos alzar nuestra mirada por encima de nuestras mezquindades y miserias, de nuestras preocupaciones cotidianas y de las pequeñas alegrías y tristezas que inundan nuestra vida. Estos son los montes de los que verdaderamente recibiremos ayuda. Sus altas crestas están ahí, invitándonos a la práctica de un montañismo espiritual que nos conducirá a visiones maravillosas, prometiéndonos llenar nuestra alma de asombro, admiración y gratitud a Dios.
En esta serie (*) nos ocuparemos, pues, de algunos de estos montes escogidos por Dios. Es tan grande esta cordillera bíblica o cadena de montes que también nosotros hemos tenido que hacer una selección, escogiendo de entre ellos las cumbres que nos parecieron más relevantes. A esta doble razón obedece el título del presente volumen “Montes escogidos”. Estos montes los encontramos en el Antiguo Testamento, pero tenemos el proyecto de dedicar un siguiente volumen a los montes de Dios que aparecen en el Nuevo Testamento.
Para los lectores que no hayan tenido todavía la oportunidad de subir personalmente a estos gigantes de piedra de la historia, Internet les ofrece un extenso surtido de fotografías recientes de estos lugares. Basta con entrar al portal Google, escribir “fotografías de montes de la Biblia”, y podremos contemplar con nuestros ojos estos escenarios de la revelación divina.
Y ahora, te dejo, lector, al pie de estos “montes de Dios”, con la oración de que su escalada te revele los secretos espirituales que encierran y que se constituyan en verdadera ayuda espiritual para ti.
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Los artículos de esta serie se corresponden con un extracto del libro del mismo nombre y autor (Montes escogidos, Félix Gonzáles Moreno), donde además acompañan el final de cada capítulo preguntas que lo hacen útil como herramienta para el estudio en grupo. Quien desee adquirirlo puede escribir a [email protected]
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