Vivimos en un mundo caído. Nada de lo que sucede alrededor parece funcionar. Nos rodea la tristeza, la desesperanza, la corrupción, el desgaste, el individualismo más egoísta… Somos y estamos, pero casi a duras penas, y cada día más sobrevivir (que ya ni siquiera vivir en muchos casos), se convierte en una odisea.
Cuando las cosas parece que no pueden ir peor, uno tiene a veces la sensación de que empeoran. La pendiente hacia abajo parece acrecentarse y nos falta el consuelo porque quienes tenemos alrededor quizá tampoco pueden dárnoslo. En algunas cosas, reconozcámoslo, nos sentimos muy solos. Porque nadie puede resolver nuestra situación por nosotros. No podemos salir huyendo, y tampoco mirar hacia otro lado.
Claro está que todo es relativo en este sentido. A veces es cuando nos comparamos con las desgracias ajenas que comprendemos que, finalmente, y a pesar de lo que sentimos y creemos ver, nuestras situaciones no son tan malas como podrían ser y todo, efectivamente, puede empeorar. Como decía un amigo con buen sentido del humor, “¡Ojo, que Murphy anda suelto!”, refiriéndose al famoso creador de la extraoficial pero archiconocida ley que dice que “Si algo puede salir mal, saldrá mal”. Gracias al Señor no es así, pero lo sentimos en muchas ocasiones.
Pero no es cierto. Si las cosas salieran todo lo mal que pueden salir, estaríamos en la peor de las desgracias, lo cual dista bastante, quede dicho, de nuestra situación actual, por mala que nos parezca. Es con esa perspectiva que podemos, tal y como nos propone el Evangelio, dar gracias en todo (1ª Tesalonicenses 5:18). Incluso en la más horrorosa de nuestras circunstancias no pasa más y peor porque Dios, simple y llanamente, no lo permite. Y eso ya es un motivo de sobra para ser agradecidos. Pero… ¡cómo nos cuesta! Sólo solemos serlo cuando lo que nos sucede coincide con nuestro concepto de la abundancia, que normalmente es más bien idealizado y roza (por no decir incurre, directamente) en el más absoluto egoísmo. Dar gracias en todo… ¡no es pequeño el reto! Más cuando todo alrededor parece desmoronarse. Son tiempos difíciles, sin duda, pero Dios sigue obrando, veámoslo o no.
Nuestra vista nos engaña, nos tienta a mirar hacia donde no recibimos bendición, sino ocasiones de caer.
Una de nuestras mayores desgracias es ser ciegos para ver lo que Dios hace en nosotros, por nosotros, cerca de nosotros… Su protección es permanente y estamos principalmente rodeados y protegidos por constantes muestras de Su poder y cuidados… Pero no lo vemos lo suficientemente claro como para estar agradecidos y, lejos de glorificarle en todo, nos revolvemos una y otra vez en nuestra propia autocompasión como si fuéramos los que más sufrimiento acumulamos sobre la faz de la Tierra.
Pero ahí está Jesús, como una sombra nos parece muchas veces, por su lejanía en el tiempo y espacio… pero está más presente que nunca, porque cuanto más grande y profundo es el dolor a nuestro alrededor, en nosotros mismos, más obvia es su gloria por contraste. Como nos pasa a menudo, echamos la vista al frente y sólo vemos desolación, frustración. Nuestro dolor es grande, nuestras fuerzas pocas, pero es en nuestra fragilidad y debilidad que Su poder y majestad se hacen fuertes. No podemos hacer nada por nosotros, mucho menos salvarnos a nosotros mismos… y es cierto, no vemos aún que todas las cosas le estén sujetas (Hebreos 2:8-9) … pero vemos a Jesús.
Él es la razón de que sigamos en pie. Y sólo podemos exclamar ante nuestro dolor y a pesar de él, aun cuando vemos el mundo alrededor y el nuestro mismo desmoronándose, ¡gloria a Ti, Señor Jesús, porque te vemos a pesar de nuestra ceguera y del bosque que constituyen nuestras circunstancias!
· No ha llegado aún el momento en el que veamos Su reino instalado en esta tierra con toda su magnificencia y esplendor,
· Tampoco el día en el que toda rodilla se doble ante Su santa presencia y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor; (Filipenses 2:9-11)
· No vemos aún Su rostro en justicia ni estamos del todo satisfechos al despertar a Su semejanza; (Salmo 17:15)
· No ha llegado el momento en el que nuestras lágrimas sean enjugadas ni llevadas nuestras enfermedades (Isaías 25:8; Apocalipsis 21:4)
· Estamos sujetos a padecimientos, pruebas y tentaciones y nuestro sufrimiento parece no tener fin;
· Nuestra causa no ha sido aún defendida, vengada o resuelta, incluso, porque Él tiene Su tiempo;
· Nuestros enemigos se ensañan con nosotros y nuestro dolor. Incluso los que parecían estar con nosotros, aquellos a quienes decíamos nuestros secretos al oído, como dice el salmo, parecen alejarse y desaparecer…
…pero vemos a Jesús. Su aliento es constante en nosotros. Miramos Su rostro y relativizamos nuestro dolor y sabemos, de verdad sabemos, que lo mejor está por venir, no por creer en un tópico sin sentido, sino porque Él vive en nosotros, porque no nos deja ni nos desampara, porque podemos dejar nuestra ansiedad sobre Él, sabiendo que Él tiene cuidado de nosotros (1ª Pedro 5:7) y que nada ni nadie nos separará de Su lado. Su diestra es más fuerte que todas las diestras. El mundo está, aunque no lo veamos, sujeto a Sus pies, y sólo por un tiempo permite que el príncipe de este mundo haga lo que aparentemente le plazca según su voluntad. Pero esa voluntad, incluso esa, está sujeta a la voluntad superior del Dios eterno.
El Señor ha hecho lo que tenía determinado; Ha cumplido su palabra, la cual él había mandado desde tiempo antiguo. Lamentaciones 2:17
¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno?Lamentaciones 3:37-38
No vemos quizá nada más que oscuridad y tristeza… eso nos dicen nuestros ojos. Pero vemos a Jesús en nuestro corazón y en la convicción preciosa en la que Él nos guarda con la misma nitidez y certidumbre que el niño sabe que su madre está ahí, cuidándole y velándole.
No sabemos qué nos deparará el futuro. Casi tampoco el presente y parecen fundirse. Somos imperfectos y esperamos la salvación gloriosa en la que todas las cosas, efectivamente, sean sujetas de forma visible a Él, también nosotros y nuestra voluntad. Ojalá pudiéramos verlo ahora.
Pero mientras eso ocurre, mientras el Señor lo permite, sólo podemos decir, con profundo agradecimiento y convicción “Sí, Señor Jesús, te vemos…”
En él asimismo tuvimos herencia,
habiendo sido predestinados conforme al propósito
del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad,
a fin de que seamos para alabanza de su gloria,
nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo.
En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad,
el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él,
fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa,
que es las arras de nuestra herencia
hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.
Efesios 1:11-14
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