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Protestante Digital

 
¿Quién es Orfila Bardesio? (1)
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Orfila Bardesio, una dama junto al ciervo radiante

Por ahí la vislumbro, a orillas del río Olimar, en Treinta y tres. Por ahí escucho que al Ciervo le dice: Tócame:estamos empapados por el asombro.
POR EL ÚLTIMO ADÁN AUTOR Alfredo Pérez Alencart 16 DE MARZO DE 2012 23:00 h

UNA DAMA JUNTO AL CIERVO RADIANTE
¿Quién es Orfila Bardesio, una Dama cuya obra poética desconocía hasta hace algunos años? ¿Por qué se me vuelve a presentar ahora, en forma de Palabra, de Voz que sí reconozco desde antiguo? Tan distantes las edades, las latitudes, pero tan próximos y hermanados nuestros corazones. Por ahí un leve susurro: “La inocencia lee sentada en el olivo religioso/ las biblias del Otoño”. Entonces se abrieron mis oídos de carne para que escucharan el sosegado cántico de una garganta de espíritu. La Dama sabe, como pocas, modular el voltaje de las notas, las épocas que testimonian reinados del Dueño del Tiempo; ella moldea un simbolismo preñado de metáforas o, también, una diáfana expresión para elementales absorciones. ¡Y vaya que la escuché, tanto en su expresión de 1955 como en la que modulaba el año 2009!:

Una primitiva
no tiene palabras
que decir a los hombres,
todavía.

Sentada al lado de su cabellera
permanece,
enviada a los musgos secretos
por una abeja.

(…)

Quien concede el Amor
eres Tú,
como ramo de olas,
Dios mío.

Entonces, resulta recomendable conocer a Orfila Bardesio, seguidora fidelísima y hermana del Ciervo radiante, del Cristo resucitado. Ella, como bien sé que está Encantada, no ha muerto todavía; no podrá morir ni en el futuro, aunque algún obituario montevideano consigne el 14 de octubre de 2009 como la fecha del suceso, así como su posterior sepultura en el cementerio de Pando. No desaparece nadie que se haya subido a la Balsa salvadora; y ella lo hizo desde muy joven, trepando hasta el mástil y tras una intensa búsqueda teológico-filosófica donde encajaran razón y sentimiento, lo occidental y lo oriental en una poesía, la suya, orientada hacia el magma universal. Así llegó al cristianismo: “La Biblia se convirtió entonces para mí en el libro-aire-que-respiro, sobre todo el llameante Apocalipsis… No hubo autor cristiano que en mi avidez no devorara; me hice mendiga de ese pan que llaman Espíritu. Fue precisamente por ese estado de pordiosera, recomendado en el gozoso poema del Monte (Mateo: Bienaventuranzas), que pude comer del festín de una Carta Apocalíptica (Carta IV al ángel de la iglesia de Tiatira)”.

Conozcamos a esta Dama cuya espaciada trilogía, titulada UNO (Libro Primero, 1955; Libro Segundo, 1959; y Libro Tercero, 1971), obtuvo en cada oportunidad el prestigioso Premio Nacional de Poesía, otorgado por el Ministerio de Cultura de Uruguay, país donde naciera un 18 de mayo de 1922. Y, atendiendo a su más reciente invitación, contenida en el poema “Transparencia”, conozcámosla hasta verla todo lo que ella quiera (o permita) que la veamos:

¡Luz de la culpa!,
salir por fin
de sus dominios,
nacer al corazón limpio,
asomarse a los espacios libres,
sentir que somos uno
en lo diverso!

¡Ah! ¡Y como Dios
nos ve,
por fin
nos vean
los que amamos!

Conozcamos a una Dama que hizo suyas las Palabras del Libro Sagrado mejor que muchos que las repiten por oficio y/o beneficio. Su libro La luz del ojo en el follaje (Montevideo, 1989, pp. 152), no sólo es una magnífica exégesis contra Jezabel, la falsa profetisa de Apocalipsis (aplicándola directamente sobre ciertos sacerdotes: “Detentar poder para juzgar –condenar–, a partir de las palabras del Hijo del Hombre que murió en la cruz para perdonar, sería un primer grado de insensatez”), sino también un riguroso muestrario de los mandatos bíblicos, especialmente de los contenidos en los Evangelios, con cita profusa de versículos acompañados de su decantada interpretación. Por ahí anota: “San Pablo llama culpa feliz a la de Adán, porque fue ocasión de que el Trabajo de Jesús la redimiera…”. O también esta ecuménica reflexión, tan necesaria para tiempos convulsos y sectarios: “Jesús bebió hasta el fondo el cáliz del Sudor de Sangre: el Cáliz de la no-connivencia con el Sufrimiento, y abrió las puertas de Su casa para la Alegría.Loshebreos; los protestantes; los ortodoxos; los ateos; los afligidos; los católicos; los cismáticos; los que exaltan la verdad natural en las religiones de la tierra; los niños; los hambrientos; los escandalizados; los presos; los enfermos; los desesperados; los pecadores; los santos; los sabios; los artistas… pueden venir a su casa: el Padre salió a abrazarlos, les colocó zapatos nuevos, anillo al dedo; ordenó el banquete con amigos y hacer música, porque el Espíritu santo ha vuelto a su casa en el pecador contrito…”.

Conozcamos a un Inmensa poeta que no aparece en antologías. Conozcamos a una Joven que teje lianas para estar con el Ausente, mientras musita, bien en verso, bien en prosa:

Del olvido levanto mis labios diferentes
cada vez que él los vence…

(…)

Elevada a la categoría de instrumento redentorial, la unidad amatoria trasciende al designio del Ciervo llamado Cristo por divinizar la humanidad. Él quiso que fuera sagrada la gesta dichosa de la unidad, a fin de que sintamos su empeño feliz por encarnarse.

POR EL PRÓJIMO, UN LENGUAJE ASEQUIBLE
Es pensando en Jesús (y en su Padre) que Orfila escribe buena parte de su obra poética. En el último libro publicado, La canción de la tierra (Cal y canto, Montevideo, 2009), ella repliega, en gran medida, su riquísimo mundo simbólico, para ofrecernos unos textos asequibles a cualquier entendimiento. Intuyo que dos pueden ser los motivos principales. El primero derivaría del mandato y/o advertencia que hizo el Amado galileo, es decir, volvernos niños si queremos entrar al reino. Así queda anotado por la Dama: “Expresamente dice Jesús que nuestra purificación de adultos consiste en recuperar nuestra inocencia de niños”. La segunda razón suma de nuevo el combustible del Amor, pero esta vez pensando en los niños de sus hijos, en sus queridos nietos (por las páginas desfilan los nombres de Verónica, Joaquín, Felipe, Diego o Andrés). Para ellos están dedicados –o dirigidos– la mayoría de las destilaciones acopiadas en esta Arca para cualquier Diluvio. Para ellos, y para todo aquel que, como muchos amigos de Orfila, aún hoy dicen no entender sus textos más ‘complejos’.

Es así que el lenguaje de este último Evangelio de Orfila, tenía que ser sencillo, casi coloquial, divulgativo. Es otra prueba de misericordia de la Dama, de magnanimidad con el prójimo lector. “La distancia arrugada” es uno de los poemas donde explica la encarnación, la humanización de Dios: “Se arrugó la distancia/ entre Dios y los hombres: Él, que estaba ausente,/ anidó en un vientre;/ se acercó hasta lograr/ un hijo de nosotros./ Ella fue hasta la casa/ de una prima,/ a contarle/ lo que el ángel/ le anunciara antes./ Después acunó al hijo/ en un pesebre”. Otro poema es el que sigue, sobre la Eternidad de Cristo.

UN LIRIO
¿Qué hizo Él
para entrar
a vivir,
—tan eterno,—
tan solo,
con un traje de Rey
que si siquiera
Salomón
pudo lucir
en su fiesta
de bodas?
—Sólo nacer
para morir.

EL HALLAZGO PRIMERO
Algunos años atrás, buscando cierto ensayo del exiliado José Bergamín,me topé con un ejemplar de la revista Entregas de la Licorne (números 1-2, noviembre de 1953, Montevideo), destacable publicación dirigida por la escritora Susana Soca. En sus páginas había un deslumbrante ramillete de colaboradores, entre ellos, Jorge Luis Borges, Jean Cocteau, Rafael Alberti, Rafael Dieste, Hellmut Freund, Julián Marías, Carlos Gurméndez, Ricardo Paseyro, Sherban Sidery, Paul Eluard, Felisberto Hernández… y Orfila Bardesio. El aporte de esta última era un poema titulado “Laúd en el bosque”, con dedicatoria a Esther de Cáceres. Nada conocía de Orfila, pero sí de Esther. Y puse atención. Y quedé Encantado con esta creación escrita en 1946, cuando ella contaba con 24 años de inaudita madurez poética. Tal poema resulta un magno ejercicio o preludio de UNO, su primer libro Mayor. Lo transcribo para vuestros ojos y para que vuestros corazones palpiten con un texto de largo aliento, profundamente enraizado en el Hijo del Hombre:

EL LAÚD EN EL BOSQUE
¡Oh Sol que no puede permanecer callado en la noche!
¡Fuego que no descansa en sus llamas!
¡Príncipe Joven que regala al amigo
los Tesoros del Reino de su Padre!
¡Mar que no puede reprimir sus olas!,
¿dónde llamar sino a Tus Puertas
para pedir el blanco con que extenderlas naves?,
¿a quién invocar sino a la Luz
que no pudiendo demorarse es roble?,
¡a Ti, Fuente de las Fuentes, nombran las aves
por tu impulso en seguida levantadas de la penumbra!,
¡a Ti, Pudorosa Raíz de las manos,
recuerdan los corderos y las hormigas
de materia invisible!,
¡a Ti, el espejo con una pausa que desaparece,
con una voz sin peso.
naciendo de tu calor silencioso se aproxima
y suplica con hilos de tus propios sonidos:
“¡Que las sequías no detengan mi cara!,
¡que corra a mi día en cien mil ciervos libres por la llanura
¡sin que ninguna muerte quiebre un ciervo! ,
¡que las sombras no impidan al aire
labrar en mi pecho las geometrías de las estrellas!,
¡que mis ojos lleguen al fondo del mar sin auxilio!,
¡que en los surcos agudos que me envíen las flechas
salten irresistibles lianas que conduzcan
volando al propio tirador
hasta las hierbas donde nacen sus brazos!,
¡que los cirios no enciendan mi mañana!,
¡que no entierren cerrados cementerios
las golondrinas que frecuentan mis huesos!,
¡frente a las hojas no pierda árbol,
frente a la orilla, océano,
frente al castillo, lámpara, frente a la tierra, cielo,
frente al color, cenizas!,
¡que de los ruidos venga mi rostro
limpio a sus palabras, de llantos,
de paciencias doradas, pastor secreto!,
¡oh amarillo que no pudiendo contenerse
navega en ecos de innumerables hebras!,
¡no permitas que una distancia consiga
no ser tocada por mí!
¡Niño que siempre juega porque no es culpable de nada!,
¡si quedara una hoja en tus bosques,
que no hubiera sido levantada por mí,
recuérdamelo antes de que lleguen las noches!.

POR EL SEÑOR Y LA POESÍA, UNOS MENSAJES CIFRADOS
Como respetuosa Dama que custodia el Secreto, Orfila Bardesio supo exiliarse del mundanal ruido o de las mortales contiendas. Orfila se destetó con la leche del Apocalipsis, con los zumos de Isaías o las parábolas de Jesús (y también de Dante, Blake, Rilke, Dostoievski o Baudelaire, tan próximos ella).El lenguaje de los Evangelios está rebosante de símbolos y metáforas. Quien sea creyente y haya leído la Biblia, sentirá la Poesía de esta Dama, se conmoverá tiernamente, pues aunque a veces no llegue a comprender por completo, sabrá que sus versos están preñados por la Palabra fundadora.

Pero en 1989, cincuenta años después de la publicación de su primer libro, la Dama quiso dar algunas pistas acerca de la exigencia de sus ejercicios poéticos. Y lo hizo en prosa: “Mis trabajos han sido siempre poéticos, y en general herméticos, a tal punto que amigos talentosos que frecuentan la Poesía, y también la realizan, me han dicho: ‘el sentido de sus poemas se me escapa completamente’. El derecho a ser claro, a tener una expresión decantada, como sucede con lo auténticamente popular, se gana con trabajo, igual que el derecho a ‘ignorar’ del sabio, con trabajo arduo y de años.Mi libro Poema llevó once años de lucha con las palabras; ninguno de mis libros llevó menos de diez años de trabajo sostenido, duro, empecinado, impiadoso. Cuando los componía, yo quería decir una cosa; pero luego, con los años, al volver a leerlos, me encontraba con que decían algo completamente distinto”.

Y lo hizo en verso, veinte años después, en 2009: “Cuando la fuerza del Viento/ mueve mi mano,/ escribo signos que no comprendo…/ Siempre digo una cosa/ que no comprendo/ hasta que el Dueño/ de las palabras/ quiera revelarlo (…). Ven conmigo/ aunque no entienda/ lo que quiero decir,/ acompáñame como a una ciega/ por un bosque intenso,/ como una mendiga extraña/ dueña de un tesoro que ignora./ Mientras protege al secreto/ mi torpeza,/ hasta que el velo/ sea levantado,/ háblame de cosas comunes”.

Así como los servicios secretos de países en guerra se afanaban por descifrar el código morse con los que el rival trasmitía sus mensajes, así también sucedía con los pocos que intentaban decodificar parte de los versos de Orfila. En otra muestra de benevolencia, ella quiso ahorrar algunos sudores interpretativos. Por tal motivación, en las palabras introductorias del libro La luz del ojo en el follaje, y bajo el rótulo de Referencias, va desgranando ciertas claves de su universo simbólico: “Así, por ejemplo, la flor o las flores –no siempre, casi siempre–, simbolizan el estado de integridad natural; las abejas nombran fuerzas tutelares; las estrellas, el don del amor; el ciervo, el ágil vencedor gozando de su unidad; el Viento, el espíritu; la muralla, la impiedad; la cabellera derramada, el estar alerta y generoso en el universo; el Jardín, el conjunto de seres que gozan de su estado natural; los musgos, lo que no se puede decir, o no se ha dicho, lo que está callado; el Amarillo Radiante, Dios; la llanura verde, la experiencia en su frescura; el cordero, el alma en inocencia; el mar, la Vida; el dormir o estar dormido, el no poder acceder al amor todavía; los muertos, los que murieron para la injusticia; los cementerios, el conjunto de esos vencedores; las cabras, los cuerpos que viven la sensualidad sin culpa…”.

BREVIARIO DE ESENCIALIDADES
Además de los libros ya citados, Orfila Bardesio es autora de los siguientes poemarios: Voy (1939), La muerte de la luna (1942), Poema (1946), Canción (1970), Juego (1972), La flor del llanto (1973) o El ciervo radiante (1984). También es de justicia destacar el libro Dieciséis odas y una canción(2005), publicado en formato electrónico, con introducción de Héctor Rosales, uno de los pocos divulgadores actuales de la obra bardesiana. Más adelante hablaremos de estas Odas dedicadas a Cristo. Mientras, vayamos espigando una muestra diferente de la poesía de Orfila, por lo general caracterizada por poema de largo aliento y extensión. Las extraigo de dos libros: UNO (Libro Tercero, 1971) y Juego (1972), absolutamente hermanados:

EL NACIMIENTO
Ya nadie, como el pez.
Ya hoja en el otoño.
Ya delgado, sin él.
—Sólo aire en el aire.—
Ya, él.

UNA FAMILIA
Está imanado por el cordero,
—por el padre, la madre, los hijos
y los amigos de los hijos del cordero,—
está imanado por pueblos de hierba,
—él, su padre, su madre,
sus hijos, y los hijos de sus hijos.—

LAS ESCALAS
Uno sube por el pez.
Otro sube por la vid
y otro por el sol.
Él sube por el silencio.

LA CORONA DEL QUE DANZA
Es por el modo de mirar mirando,
por el modo de sostener praderas en el pecho,
por haber separado el cristal del agua,
por estar confundido con robles vencedores,
por su olvido en el mar,
que el Aire lo nombró
Capitán del Azul.

EL DÍALOGO
Cuando labios, como hojas, caen dentro,
asoman golondrinas al rostro,
cruzan el aire,
dibujan en el cielo palabras
con su dueño,
ante una infancia de campesinos.

LA GRACIA DEL INVITADO
Danza justo en el coro,
celebra la existencia,
—como el universo,—
da el cuerpo a la sonrisa,
no a la muerte.

EL QUE SE DISTRAE CON UNA FLAUTA
Deja el cuerpo en el valle, a los ríos,
confía las llaves de sus puertas al aire,
—sus recuerdos andan
entre las cebras bajo la lluvia.—
Aparece a lo lejos un gran Rey.

LA TIERRA DEL PROFETA
Mientras navega un bosque intenso
entre sus palabras
y los oídos
el Cristal las recibe desnudas.

UNA PALABRA
En el fondo del mar
ilumina un silencio de peces
que mueve las piedras de la geometría
hacia formas sin muerte,
cuando una palabra se levanta.

LOS PASTORES
El rebaño juega
alrededor del Pastor.
Un pastor le da fuentes
que otro pastor levanta.

LA AGILIDAD DE LA PERMANENCIA
En la blancura que no sostiene temores,
los dibujos de las mariposas escriben
que el Fuego es fiel sus raíces
cuando mueve sus danzas.

LA PIEDAD
La saludan, la llaman, la conocen,
la escuchan, la recuerdan, la lloran:
la olvidan sobre la tierra
donde vacilan violetas.
Pero ella, como el mar a las olas,
deja el cuerpo en los tréboles mínimos.
Demoren solamente un instante en la orilla
sus manos, pudores del viento.

UN POEMA INELUDIBLE
Si se quiere merodear –al menos– por los vastos territorios poéticos de Orfila Bardesio, hay un poema que ella señaló como referente de su Decir. Tan es así que, en una primera redacción, se titulaba Retrato. Luego, al publicarlo en libro, pasó a denominarse Sueño, y está dedicado al magnifico poeta franco-uruguayoJules Supervielle, exiliado en Uruguay durante la segunda guerra mundial.

Invierto el orden natural; es decir, primero ofrecer la lectura del poema y luego la explicación de la Poeta. Por ello, quisiera que quienes se acerquen al texto ya lo hagan con la conocimiento de causa. Oigamos (quiero decir, miremos) lo que dice Orfila: “Así, por ejemplo, me encandilaba el sentido de los versos: ‘Mi estirpe es un jardín de hojas profundas – que bajaron o besarse la sombra con ternura’ designaban una comunidad auténticamente representativa de los valores (estirpe), cuyos integrantes tenían como ‘empresa en el escudo’ (al decir de Cervantes), el descender al conocimiento de sí mismo con misericordia, como dice San Agustín que se debe vivir lo contricción (‘que bajaron a besarse lo sombro con ternura’). Que esa comunidad de seres puros o purificados (‘el jardín’), aún no existía, porque ella se vuelve desde el futuro al pasado: ‘Mi antepasado, un elefante de escandalosa piedra - y de roca animal. -Mi antepasado fue un espacio ensordecido por el peso’ (en donde preponderaba la materia, o más concretamente pesaba el pecado). La entrega de los secretos de los versos no se sostenía en la curiosidad. Yo la atendía, porque venía cargada de una fuerza creadora futura cuya forma ignoraba. ‘Mis abuelos paternos fueron robles’ (los robles, los árboles fuertes de la tradición masculina desde las raíces de Abraham; algunos más cercanos, como el Rey David, el Profeta Isaías, el Profeta Daniel, los Evangelistas, Juan Apocalíptico, Pablo de Tarso, Agustín de Cartago, Francisco de Asís, que se integran en la figura del Gran Roble Emmanuel). ‘Mis abuelos maternos, dos manzanos’ (los árboles jóvenes que se cubren de flores en la Primavera, los de la tradición femenina; lo aldeano que en el pueblo de Siena nos enseñó a llorar; la sonrisa de la mañana que anduvo descalza por el pueblo llamado Lisieux, integradas en la figura de la Princesa visitada por el Arcángel Gabriel). Los versos alumbrados señalaban sintéticamente el suelo en donde mi cuerpo se apoyaría para levantarse, aunque yo en ese momento ignoraba por completo qué cosa era ese ‘mi cuerpo’ ni qué levantaría desde las tradiciones en mis ‘largos brazos’, como dice el poema”. Leamos, pues, el Poema:

SUEÑO
Mi estirpe es un jardín de hojas profundas
que bajaron a besarse en la sombra, con ternura.
Mis antepasados, un elefante
de escandalosa piedra y de roca animal.
-Mi antepasado fue un espacio
enardecido por el peso-.
Mis abuelos paternos fueron robles.
Mis abuelos maternos, dos manzanos.
Mi padre, el último eslabón de la cadena,
me alumbró de un trigal.
Yo dudé ser espiga o mujer.
Lloré de no poder ser mundo,
y me crecieron largos brazos.
Lloré de no poder acostarme
a ser todo, y el surco, generoso,
entró en mi cuerpo.

¡Hace tanto que vengo!
¡Hace tanto que vengo
que todavía no he nacido!
Mi luz es de una estrella
que no ha brillado aún
y mi día es ayer.
Cuando me llaman,
mi nombre tarda siglos en llegar.
Las cabras de mi nombre no me encuentran.
-De silencio es el nombre de todo-.
Busco las manos mías, para darlas.
Para poder andar en el presente
busco mis pies entre los siglos.
Mis pasos todavía no han llegado a mis piernas.
¡Naufrago en tantos ríos
para encontrar mis lágrimas!
Si a veces digo algo,
es sólo una noticia...
¡tanta distancia me separa de la boca,
tantas palabras, de la voz!
Mis ojos, detrás de mí, viajan
entre raíces y animales, apurados,
para que pueda ver cuando me muera.
Mi corazón demora.

Mi cuerpo tiene forma de paciencia
de caracol que espera ante una puerta.
Mi vida es un recuerdo
errante en la memoria de la tierra.
Mi pensamiento aguarda
despertar de su sueño en otro sueño.
Mientras tanto, alcanzadme las cosas
vibrantes del día, vosotros,
hojas de sueño diferentes.
-El día es una carta para mí-.
Vendrá la muerte enérgica
y cederá la puerta.


ENCUENTRO (CON CRISTO Y CON SUS VÁSTAGOS)
Cuando hace unos meses me decidí hacer una selección de notables poetas cristianos, el nombre de Orfila Bardesio volvió para ocupar un lugar señero de la lista. Pero entonces ya no podía contactar con ella, pues se había marchado a Pando o a Treinta y Tres, no lo sabían con certeza mis informantes. Buscando en la Red encontré el nombre de José Fernández Bardesio, quien, según una nota de la prensa montevideana, había acompañado a su madre en la presentación de La canción de la tierra, un 16 de marzo de 2009, en un acto organizado por la Biblioteca nacional de Uruguay.

Entonces, tras una búsqueda rápida, me salió una dirección electrónica en Colonia (Alemania) donde José Ignacio ejercita su música. Luego del primer contacto, él me remitió a su hermana Cecilia, arquitecta y en Montevideo. Abreviando: recibí libros, fotos escaneadas… Grato resulta comprobar el Amor de unos hijos hacia sus padres, pues también recibí unos libros de Julio Fernández, esposo de Orfila y padre de Gabriel, Pablo Esteban, Cecilia y José Ignacio.

Reuniendo poemas del bellísimo libro El ciervo radiante, también he querido reunir a ellos con su madre, con la Paloma gris, como la Dama quiso denominarse. Entiendo que es fruto de su humildad, de su discreción, de su apartamiento de los fogonazos epidérmicos: “Es gris la piedra de mi grito, de materia doméstica; no tiene el color llameante de las ágatas que encantan la vista y entusiasman a la imaginación; no describe el vuelo desplegado y lineal de una saeta en los espacios azules: arde en la entraña de las cosas oscuras, como las ollas en las cocinas de las viejas casas; se hunde en la Administración popular de las Tradiciones Grandes; nada más. No exhibe el pensamiento; solamente señala el valor del gesto; cuando se da lo recibido no se puede cerrar el puño”.

PALOMA GRIS
(A Orfila Bardesio)
Ah tú, tan pobre que no tienes
nada más que la vida;
y pobre tan pobre,
que ni la vida tienes;
ah tú, que de no tener
la vida, la tienes,
paloma gris,
cuando la luz es sangre.—

UBICACION DEL MILAGRO
(A mi hija Cecilia)
Si muriera la muerte en el momento
en que la vida la mata;
si no cayera sobre el sol la noche
cuando está rojo de substancia;
si la espuma fuera
pura alegría blanca
de sostener la ola su victoria
sobre irisados movimientos;
si una insólita nave
celebrara esta calma misteriosa,
verían los apóstoles
caminando a Jesús sobre las aguas.

EL DIVINO CIERVO
(A mi hijo Gabriel)
No hablo del ocaso, tan temido;
hablo del tigre cebado
cuando hunde los dientes
en el verde corazón de la gloria;
no pregunto por el mago exaltado
que en la noche de luna
sobre caballo blanco
sale a blandir
su espada de poder soñado;
sino por el guerrero de divina fuerza
que herido por el tigre se desangra
y con su misma sangre,
mientras él lo devora,
lo aniquila;
por el Ciervo Radiante
de topada enérgica
que vence a la muerte
con su propia muerte.
¡Para besar el bronce de sus patas!

EL AMOR ETERNO
(A mi hijo Pablo Esteban)
Si la sangre del divino guerrero
que corre en la garganta
de tigre de las sombras
lo incendia con su fuego;
si agoniza en sus fauces,
y con su muerte lo mata,
puede brillar el lirio sin ofensa
en la llanura y vencer el peligro
la ternura de un niño;
durar eternamente el instante
del amor eterno.

JOB
(A mi hijo José Ignacio en su guitarra)
Ah, si pudiera no morir el río
cuando la escama brilla
en cada ondulación de su serpiente;
si pudiera el leopardo contenerse
como columna mansa
al escultor que la levanta,
—antes que en fuego su animal ardiera;—
si pudiera la hoja protestar
al otoño que la dora;
si convocado el universo decidiera
retar la eternidad del movimiento a duelo,
y llevarlo a durar
más allá de la luz que lo consume,
no el sol, la cara de Javeh
amaneciendo en la colina se vería.

UN HASTA LUEGO
Orfila Bardesio Vive porque ahora “la luz es sangre”. Vive porque el Imán de las maravillas trae noticias resplandecientes de su Voz y de sus ojos que se mantienen abiertos en los nuestros. Vive porque su Poesía desafía al enterrador olvido.

Y por ahí la vislumbro, a orillas del río Olimar, en Treinta y tres. Por ahí escucho que al Ciervo le dice:

Tócame:
estamos empapados
por el asombro.
 

 


5
COMENTARIOS

    Si quieres comentar o

 
Respondiendo a

María Sifuentes
24/03/2012
12:28 h
5
 
Desde México doy gracias por los versos de Orfila Bardesio. No olvidaré su nombre ni la generosidad de quien la expuso a nuestros corazones.
 
Respondiendo a María Sifuentes

Manuel González Aragón
24/03/2012
01:04 h
4
 
Me ha conmovido esta poeta uruguaya. Quedo esperando la nueva entrega. Felicitaciones.
 
Respondiendo a Manuel González Aragón

Minerva Ollarce
23/03/2012
16:17 h
3
 
Una poesía que no desfallece la de Orfila Bardesio. Es toda nueva su palabra que alumbra a Cristo. Agradezco por haberla presentado a quienes la desconocíamos por completo.
 
Respondiendo a Minerva Ollarce

José Fernández Bardesio (Alemania)
19/03/2012
17:37 h
2
 
Querido Alfredo: Gracias, mil gracias por este excelente artículo; lo estamos compartiendo, conmovidos, con la familia. Se nota que has profundizado muchísimo en su poesía. Estás haciendo una acertada selección de sus poemas y eres un gran escritor y lector!
 
Respondiendo a José Fernández Bardesio (Alemania)

Juan Ángel
18/03/2012
22:26 h
1
 
Hay una tejido hecho de latitudes, de tiempos y de eternidad, una vez más, en una primera entrega, ante nosotros. Quisiera profundizar más, quizá poniendo de relieve este mananatial ecuménico o alguna observación poética, como, quizá, la del grano de mostaza muerto en NACIMIENTO: «Ya nadie, como el pez. | Ya hoja en el otoño. | Ya delgado, sin él. | ―Sólo en el aire.― | Ya, él». Sin embargo, ¡faltaba más!, no desaprovecho la oportunidad de agradecer el trabajo del poeta Alencart y la generosidad de la familia de Orfilia Bardesio.
 



 
 
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