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Las falsas disculpas

El verdadero perdón no abunda.
EL ALMA DEL PAPEL AUTOR Noa Alarcón Melchor 10 DE FEBRERO DE 2012 23:00 h

Poco antes de Navidad se celebró un intercambio de presos israelíes y palestinos. No era una costumbre navideña, ni mucho menos, sino un hecho insólito en el pequeño y conflictivo país de Oriente Medio que intenta de algún modo abrir vías para un posible camino hacia la paz.

A tenor de esto, no hace muchos meses se publicaba la biografía de Mosab Hassan Yusef , hijo de uno de los cabecillas principales de la organización terrorista Hamás en Palestina, que durante años trabajó a su vez como espía para el servicio de inteligencia israelí, el Shin Bet. Su biografía se llama Hijo de Hamás y merece muchísimo la pena ser leída.

Su testimonio es tan impactante que después de leerlo uno no puede volver a ver las noticias sobre Oriente Medio con la misma pasividad (ni con las mismas ideas).

La clave de la vida de Mosab Hassan es que mientras servía de agente doble en el conflicto, una tarde, por aburrimiento, acudió a un curso bíblico cerca de Jerusalén y allí empezó a leer la Biblia, y conoció a Jesús y se quedó deslumbrado por su mensaje.

Todo esto en la clandestinidad, entre espionajes y contraespionajes, entre traiciones y encuentros secretos de madrugada, teléfonos pinchados, ataques suicidas. Cuanto más leía la Biblia y más iba conociendo al Dios que, como él mismo dice, “es el Padre de todos”, más se daba cuenta de que la espiral de violencia en Oriente Medio no tenía nada que ver con conflictos territoriales ni culturales. Es algo que proviene de las profundas raíces de la propia religión, del Islam que defiende que ésta es su guerra santa y del judaísmo que insiste en que esa tierra se la ha dado el mismo Dios. Para Mosab, el camino de la paz en Oriente Medio no pasa por acuerdos, ni guerras, ni forcejeos, ni por intercambio de presos, ni por ajustes de cuentas: el único camino es el perdón. Como dice Jesús, en las palabras que a este muchacho le llegaron al corazón, todo consiste en “amar al enemigo”, el único modo de poner orden en las montañas de muertos que este conflicto acumula, y a cuya compensación ninguno de los dos bandos quiere renunciar.

Si uno de los mayores implicados en el conflicto de Oriente Medio está convencido de que solo el amor y el perdón podrán traer la paz, quizá sería bueno preguntarnos si para nuestros propios conflictos de andar por casa no será esa también la solución: no sencilla, pero sí simple.

El verdadero perdón no abunda. El verdadero perdón que se ejerce, no se recibe, es algo que Dios otorga, un regalo a aquellos que están dispuestos a renunciar a su propia vindicación. El verdadero perdón se hace con amor, un amor que se expone y sufre el agravio. Y la mayor parte de las veces, cuando se perdona no se recibe arrepentimiento de vuelta. Pero sin perdón en el corazón del hombre, no hay descanso posible sobre la tierra.

El perdón que proviene de Dios, sin embargo, no significa justificar lo ocurrido. Si israelíes y palestinos se perdonaran entre sí, no podría significar que de repente se omitieran sus más de sesenta años de conflicto. No es un “bueno, ya no volvemos a hablar de ello”, es un “bueno, esto forma parte de nuestro pasado, pero no de nuestro futuro”. Significa mirar a la otra parte con otros ojos, sin esperar nada a cambio. Y no es fácil. Podemos entenderlo en lo ocurre hora en España con el alto el fuego de ETA. El hecho de que la organización haya tomado una determinación a favor de la resolución del conflicto no es suficiente para muchos. Ciertamente, siguen pendientes aquellos que tienen cuentas con la justicia, y eso debe ser así. Pero si hablamos de la actitud, el “yo no voy a perdonar” de algunos afectados, que les hemos escuchado pronunciar con orgullo en reportajes de televisión y entrevistas en los medios, no llevará a la paz. E igualmente, en nuestros casos personales, sentarse a esperar que vengan a pedir disculpas es muy arriesgado, porque quizá no lo hagan. El perdón no depende de la actitud del otro, sino de nuestra disposición a exponernos. Sabemos que hemos dado más de lo que hemos recibido, y hemos de aceptarlo; si no lo hacemos, no hemos perdonado de verdad. Quizá durante un tiempo pensemos que hacemos bien esperando justicia, pero lo cierto es que la justicia nunca llegará, porque el mundo no es justo. Y solo se puede vencer como lo hizo Jesús: amando y perdonando. Poniendo de nuestra parte es el único y verdadero modo de volver a establecer el equilibrio.

Siempre me quedo pensando en la escena de José apartándose para llorar en privado cuando ve a sus hermanos llegar a Egipto para pedir comida. José les había perdonado hacía mucho, a pesar de todo, pero sus hermanos ni siquiera parecían tomar en cuenta lo que habían hecho. ¿Lloró por eso José? Lo único que nos da una pista de los sentimientos de José en su peregrinaje por la esclavitud es el nombre que le puso a sus hijos. Al primero le llamó "Dios me hizo olvidar todo mi sufrimiento, y a toda la casa de mi padre", es decir, Manasés le recordaba que había olvidado aquel dolor, aunque no los sucesos. Eso se asemeja mucho al perdón: no olvidamos el hecho, sino cómo nos hizo sentir. A su segundo hijo lo llamó "Dios me hizo prosperar en la tierra de mi aflicción", y cada vez que miraba a Efraín era consciente de que Dios había utilizado aquel mal para el bien, no solo para su bien, sino par el de los demás. José sabía que no se iba a olvidar de dónde venía, de sus hermanos, y de lo que habían hecho. Formaba parte de su pasado, pero había tomado la decisión delante de Dios que no formara parte de su futuro.

Y aun así, José se tuvo que retirar de la presencia de sus hermanos porque no podía reprimir las lágrimas al verlos. ¿Por qué? El texto bíblico no lo explica, solo podemos ponerle nuestra interpretación. A mí me hace pensar en que el perdón no es algo que se hace en cierto momento, y después se olvida: es una actitud constante hacia aquellos que nos han agraviado. Es un esfuerzo continuo porque el dolor siempre está a punto de reverdecer, en cuanto te despistas, en cuanto bajas la guardia. Pasas una y otra vez por el agravio del dolor, y todas las veces decides perdonar.

Sí, ciertamente, la decisión de perdonar es completamente personal y unilateral, y hay que hacerlo antes de esperar recibir disculpas. Porque a veces, como le pasó a José, las circunstancias no acompañan. José no esperaba volver a ver a sus hermanos en la vida, no podía esperar sus disculpas para perdonarles. Y a veces, incluso cuando pareces que te piden perdón, hay cosas que se asemejan a una disculpa pero no lo son. Podría haber pasado que al encontrarse con José, sus hermanos le hubieran dicho: “Vaya, José, mira, no sabíamos que te fuera a afectar tanto que te vendiéramos como esclavo, lo hicimos sin mala intención”. A veces recibimos esas falsas disculpas, y nos las creemos. Y decimos, "bueno, no pasa nada", y seguimos adelante. Pero en ningún momento se ha ejercido el perdón. En tal caso, después de lo ocurrido, ¿podría José haberles dicho honestamente a sus hermanos "Bueno, puesto que lo hicisteis sin mala intención, no pasa nada por haberme vendido como esclavo y haberme dado por muerto frente a mi padre"? ¿O podrían los palestinos decir "Bueno, ya que ocupasteis las tierras de nuestros antepasados y nos expulsasteis de nuestro territorio con toda la fuerza bruta de vuestro ejército sin mala intención, sin saber que nos iba a molestar, os perdonamos"? ¿O podrían los israelíes decir a los palestinos "No pasa nada, entendemos que pensabais que era inofensivo hacer explotar una bomba en aquel autobús lleno de niños, no nos ofenderemos"? ¿O podría el hijo de un asesinado por ETA decir "Vale, está bien, no me enfadaré, entiendo que para vosotros el asesinato no tenía tanta importancia"? Si suena ridículo en estos casos, ¿por qué no debería sonar ridículo en nuestras vidas?

Nuestro perdón no depende de la otra parte, igual que el perdón de José no dependía de la actitud de sus hermanos. Al final todo resultó bien, y así desearíamos que sucediera en el resto de los conflictos. Pero debemos tener presente que perdonar nunca es el final, sino el principio de la solución.
 

 


3
COMENTARIOS

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Eddie
15/02/2012
14:44 h
3
 
'Pero debemos tener presente que perdonar nunca es el final, sino el principio de la solución'. Me gustó mucho esta frase. Gracias por un buen artículo. No sólo ha sido una lección para mi vida personal sino un motivo para conocer más y mejor el enfrentamiento entre israelíes y palestinos.
 
Respondiendo a Eddie

Uno que necesita perdonar
14/02/2012
23:06 h
2
 
Gracias Noa
 
Respondiendo a Uno que necesita perdonar

Rodrigo
14/02/2012
23:06 h
1
 
'la decisión de perdonar es completamente personal y unilateral'... con tan sólo aprender esa lección...
 



 
 
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