Puesto que los gobernantes “son servidores de Dios para nuestro bien”, es nuestro bien ayudarles a que gobiernen correctamente, y es nuestra responsabilidad para el bien común. (Doy por leído el
cap. 13:1-10 de la carta a los Romanos, donde centramos nuestras reflexiones sobre este asunto.)
Lo que Pablo indica: que toda persona se someta a las autoridades superiores, de pagar tributos, de la espada para castigar al que hace lo malo, etc., es una cuestión que se “lee” seguro con diferentes significados dependiendo de la situación “histórica” en la que se encuentre el lector. Para los propios creyentes de Roma no será igual leer eso en medio de una persecución, que al oír que el emperador ha instalado al cristianismo como religión oficial del Imperio; los sentimientos no serán los mismos sufriendo una tiranía sin libertades, o una guerra civil, que votando en unas elecciones democráticas libres. (Piénsese en la encrucijada ética de Dietrich Bonhoeffer.) Con la enorme multiplicación de situaciones sociopolíticas que tendrían que ser alumbradas con este capítulo, no puede pretenderse presentarlas en unos renglones. Ahora bien, tampoco se puede asumir sin más que esas situaciones sean las “lumbreras” que muestren el significado del texto.
Con ello
advertimos de entrada que el texto ha sido usado a menudo como “legitimador” o, al menos, como justificación de tiranías diversas (monárquicas o “republicanas”, dictatoriales o “democráticas”). Es chocante que se haya empleado también por “eclesiásticos” y “políticos” precisamente para excluir al cristiano del lugar que el propio texto le otorga: la relación responsable con el poder civil.
Efectivamente,
un buen paso para no pasarse en la significación del texto, es reconocerlo como una enseñanza de la relación del cristiano con el poder civil. Si lo leemos como una enseñanza de la relación entre el Estado y la “iglesia”, nos habremos salido del texto y estaremos ubicados en esa casa de teología prefabricada donde, por ejemplo, las palabras de Cristo de dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios, se han reconvertido en: “reparte el donativo entre la Iglesia y el Estado”. Como si Dios fuese “la iglesia”. Pablo enseña otra teología.
El comentario que compuso
Karl Barth sobre la carta a los Romanos (1918, luego ampliado en 1921), es imprescindible para conocer el pensamiento, la teología, del autor. [Para la de Pablo creo que no. Supongo que los que están a favor, o en contra, de la teología de Barth habrán leído esta obra y, por lo menos, la parte de su Dogmática sobre la Doctrina de la Palabra de Dios] Y puede servirnos para ver las expectativas que se aproximan a la explicación del cap. 13. Advierte con razón, que no se puede encontrar en su comentario al capítulo algo independiente del resto; si no se ha leído su explicación del conjunto, la parte queda fuera del campo de visión. También desanima a los que quieran encontrar en sus palabras una herramienta de Legitimidad o de Revolución respecto al orden político inmediato. Por eso lo enlaza con la propuesta del versículo final del capítulo anterior: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”. (Esto es algo muy común, querer que la Escritura “alumbre” el sitio que
ya ocupamos por nuestra cuenta e interés, para hacerlo “bíblico”.)
Lutero, cuyo comentario a Romanos es anterior al episodio de las tesis de 1517, propone en la explicación del cap. 13 su “circunstancia” de rechazo de la idea eclesiástica predominante, y reclama que
también los clérigos están bajo la autoridad civil. (Esta es la raíz del revuelo en torno a sus tesis.) Aunque Lutero se quitó el hábito de monje –casi una década después de clavar las tesis–, parece que nunca perdió el hábito de pensar en términos de orden religiosa, y nos deja delante de este importante texto sobre nuestra relación civil con un “en efecto: no hay manera más eficaz de vencer el mundo o de someterlo, que desdeñándolo”. Luego tuvo que explicar la función del la autoridad civil, con aciertos y contradicciones. [Una buena lectura.
Escritos Políticos de Martín Lutero, estudio preliminar y traducción de Joaquín Abellán, Tecnos, Madrid, 1986 (2008).]
Lenski, en su valioso comentario al Nuevo Testamento, mantiene para este capítulo la enseñanza de que “el cristiano vive en un mundo secular que está controlado por un gobierno secular”, por eso Pablo, que ya enseñó en el capítulo anterior cómo debe “vivir el cristiano entre cristianos”, ahora enseña cómo debe hacerlo “en el mundo secular”. Este discurso, que en la práctica opone “secular” a “eclesiástico”, es más destructivo que edificante. Es como construir una pared con una grieta irreparable desde su mismo comienzo, al final se cae tanto lo secular como lo eclesiástico. Es evidente que los comentarios sobre este capítulo son de gran utilidad para ver la situación de la Iglesia.
R. J. Rushdoony (1997) destaca la extensión en “pagar tributos” también a otros servidores sociales. Los “servidores de Dios”, los
liturgos, los que tienen que “ministrar”, realizar su
liturgia, lo podrán llevar cabo solo si pagamos los tributos para “culminar” su trabajo (=liturgia). Por eso estas palabras “incluyen, pero no están limitadas a las autoridades civiles; hacen referencia a los siervos o ministros de Dios en cada esfera. Es un error limitar la aplicación de Romanos 13:1-10 a las autoridades civiles. Dios tiene un orden en cada esfera de la vida, y tenemos que respetar ese orden y darle lo que es debido y apropiado. Dondequiera que haya una autoridad legítima, existe un legítimo deber para con ella de nuestra parte.” Me parece una exposición muy correcta y necesaria.
Calvino (1539) en su comentario a Romanos propone su método de “lúcida brevedad” como el idóneo del intérprete de un texto, y así explica este capítulo. [Para el pensamiento de Calvino sobre el Estado conviene, además de alguna correspondencia y de la Institución, leer también su comentario a Daniel (1561)] Dice que aunque no es el momento de hablar del cómo de los tributos, del aspecto práctico inmediato, deben, sin embargo, recordar las autoridades “que todo lo que reciben del pueblo es propiedad pública, del pueblo, y no un medio para satisfacer sus deseos y lujos personales”. El poder del magistrado viene de Dios, pero no como diríamos que viene una plaga o algún otro fenómeno destructivo, sino “para el gobierno justo y bueno del mundo”. Está claro que a veces los gobiernos suponen castigos y situaciones de juicio sobre los pueblos, pero por sí mismos no deben entenderse así.
“Aunque las autoridades injustas y dictatoriales no son gobiernos ordenados [por Dios], sin embargo, el derecho de gobierno es ordenado por Dios para el bienestar de la humanidad”. Es decir, el “desorden” en el gobierno no es de ordenación divina en cuanto a la naturaleza del Estado, si se produce entra dentro del orden providencial general. Lo mismo que cualquier creyente ayudaría al buen gobierno de su iglesia local, debe ayudar al buen gobierno por la autoridad civil.
Al revés también, lo mismo que el creyente tiene el deber de rebelarse contra la tiranía “religiosa” de una iglesia, tiene el deber de hacerlo contra una tiranía política. Pero en contra de esta posición se ha levantado precisamente el texto que nos ocupa. Se dice que Pablo manda que estemos sometidos a la autoridad civil, y en ese momento era una tiranía con Nerón. Creo que es un error grave personalizar la situación. Cuando se habla de la naturaleza de la autoridad de los padres, por ejemplo, no se personaliza en alguno en particular. Pablo enseña sobre la autoridad civil como tal, no sobre Nerón. Además, y eso es lo revolucionario de su enseñanza, reconoce que la autoridad como tal es ordenación de Dios, también la de otros gobernantes, que tenían, pues, la misma legalidad que César. Lo que era una ofensa para Roma, que solo reconocía la autoridad y poder que ella misma otorgaba: el único poder “legal” era el que estaba bajo su autoridad. El “significado” y naturaleza del gobierno civil lo da Dios. Ninguna autoridad tendría César si no fuese de Dios. Esto se presenta como choque frontal con la pretensiones de autoridad y poder “autónomos” de Roma en la carta a los Filipenses. Filipos era una ciudad imperial, romana. Que allí diga Pablo que “toda rodilla se doblará ante el Mesías”, y que “toda lengua confesará que Jesús el Mesías es el Señor”; que el “señor”, el dueño, el salvador, no es César, eso era pura revolución. La ética cívica (cristiana) frente a los judaizantes y frente a las pretensiones de jurisdicción de Roma que encierra las palabras: “nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador [título y expectación propios del César], al Señor Jesucristo”, supone toda una “Reforma” religiosa y civil. Enseñar, pues, que todos debemos someternos a los gobernantes civiles,
porque son servidores de Dios para nuestro bien, nada tiene que ver con un sometimiento “servil”.
Nuestro deber de soportar, sostener, el Estado, nos indica que la autoridad del gobierno civil no puede ser ilimitada y ajena al pueblo de quien depende. Es verdad que, por nuestra condición y miseria, nuestro barro, siempre tendremos que “soportarnos” (=sufrir) unos a otros en el sentido figurado de la palabra; si eso es propio de la comunidad cristiana, ¿cuánto más lo sería de la civil compartida?
Tendremos, pues, que “aguantar” al Estado en sus errores e injusticias, pero siempre con un límite. El Estado no es nuestro “amo terrenal”. El ciudadano no es siervo del Estado, sino que este existe para servir (libre, tampoco como esclavo) al ciudadano, del cual depende bajo el ordenamiento de Dios. Aquí también “cada uno llevará su propia carga”.
La autoridad “superior” no implica desigualdad. La autoridad como reflejo de superioridad es cainita, como lo es una igualdad que excluye la autoridad (=orden). En esta enseñanza del cap. 13 de Romanos encontramos el rechazo tanto de la esclavitud de la tiranía, como de la anarquía absoluta. Todos deben ser servidores de los demás: uno pagando tributos y respetando a la autoridad, la autoridad sirviendo para impedir el mal y alabar lo bueno.
En otros encuentros seguiremos, d. v., considerando cuestiones sobre el Estado. Por ejemplo, el Estado está para nuestro bien, no para “hacernos” buenos; el significado de “la espada”; la justa rebelión contra la tiranía, etcétera.
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