Mi última nota para el espacio que Protestante Digital tan gentilmente me ha concedido, la escribí con motivo de la Navidad pasada.Para ser sincero, pensé que mis
fans, al notar mi ausencia de las páginas de la revista reclamarían o, a lo menos, preguntarían qué pasa con nuestro querido Escribidor. ¡Nada! Ni siquiera mi alter ego, el seudo gringo Westinghouse Echavarría hizo oír su voz. «¡Qué barbaridad!» me dije. «Y yo que creía que ya me había hecho algo así como un proveedor imprescindible de buena lectura!» En vista de la aplastante frustración de mi ego, no me queda otra alternativa que volver a las andadas. Lo hago, sin embargo, con parsimonia, como cuando un recién operado empieza a dar pasitos cortos y débiles por el cuarto de hospital o de la casa donde se recupera. (*)
El 27 de enero falleció en Irvine, California, el Hermano Pablo, ampliamente conocido en esta parte del mundo por sus campañas evangelísticas y sus programas radiales y televisivos «Un mensaje a la conciencia».
Hará unos cuantos años, Cire y yo estuvimos con él y Linda, su esposa, a las orillas del hermoso lago Villarrica, en el sur de Chile. Coincidimos en visitar a un colega pastor, José Mardones, quien, acompañado de su esposa Anita se recuperaba por esos entonces de una enfermedad allí, a la orilla del lago. Entre charla y charla,
Linda compartió con nosotros una anécdota de su vida que, traerla aquí, sin su permiso, no creo que le vaya a provocar un disgusto.
Nos contó que un día, cansada de permanecer sola en casa pues su esposo no paraba de viajar por el mundo para llevar a cabo sus campañas evangelísticas, decidió dejarlo. Buscó una maleta, puso adentro algunas piezas de ropa y se fue. «¡Esto se acabó!» dijo, «no aguanto más». Y salió con paso firme, después de haber cerrado la puerta de calle con un golpe seco. ¡Dio tres pasos y zas, se luxó un tobillo! La maleta saltó lejos y ella, doblada en dos, cayó medio de rodillas sobre el pavimento de entrada. En un segundo se dio cuenta que ese accidente no había sido casual, de modo que aprovechando la posición oró a Dios y le dijo: «Señor, perdóname por querer abandonar a mi esposo. Permíteme volver a la casa y te prometo que nunca más intentaré hacerlo». Como conclusión de su relato, nos dijo: «Dios tiene formas y formas de decirnos lo que debemos y lo que no debemos hacer».
El viernes recién pasado sin duda Linda estaba a su lado cuando el Hermano Pablo partió a encontrarse con su Señor al que sirvió con fidelidad ejemplar durante su larga y fructífera vida. Tenía 90 años.
Segunda anécdota: Por allá por 1975, acompañado por Nautilio Valverde, un recordado hermano costarricense con quien nos encontrábamos de gira por los Estados Unidos (yo en ese tiempo vivía en Costa Rica) llegamos a Costa Mesa, California, a visitar al Hermano Pablo. Allí estaba con él su colaborador Héctor Tamez. Con nosotros iba también nuestro amigo Alberto Mottesi. En el estacionamiento del edificio donde funcionaban las oficinas de «Un mensaje a la conciencia» estaba «parqueado» su automóvil recientemente adquirido. Curiosos, nos acercamos para admirarlo. Nos llamó la atención una ventanita (
sunroof) que tenía en el techo, justo sobre el asiento del chofer, algo casi desconocido para nosotros, guajiros centroamericanos, por aquel tiempo. Le preguntamos por ella y nos contestó: «Pedí que el auto trajera esta ventanita que mantengo siempre abierta porque quiero que cuando se produzca el arrebatamiento, yo salga raudo del auto a través de ella para ser de los primeros en llegar a reunirse con mi Señor».
Tercer caso. «El negro Bruchez». Por allá por 1960 llegó desde Buenos Aires a trabajar con nosotros a la editorial de la Alianza Cristiana y Misionera en Temuco donde yo comencé como corrector de pruebas. Era pastor, evangelista, escritor, poeta, gran contador de chistes y gran amigo; cantante no pues tenía una voz horrible. ¿Su nombre? Dardo Bruchez. Llegaba con su esposa Reina y con sus dos pequeñas hijas, Susana y Amalia. (En Temuco nació Alicia, la tercera.) Con el tiempo y por aquellos designios misteriosos de Dios, Dardo salió de Temuco para radicarse en San José, Costa Rica y luego, en California. Un día se encontraron el Hermano Pablo y Dardo y, a poco hablar, el primero supo que el segundo era un excelente escritor. A partir de entonces, Dardo Bruchez Machado se transformó en el escritor de los mensajes a la conciencia que el Hermano Pablo leía tan magistralmente ante los micrófonos.
Este episodio en la vida y ministerio de Pablo Finkenbinder es poco conocido, de ahí el subtítulo de «El negro Bruchez». Una explicación para quienes no entienden esto de «negro». Negro, para los españoles, es el
ghost writer para los estadounidenses y el «escritor fantasma» para los hispanoparlantes. Es decir, el que le escribe los mensajes, o los libretos, o el libro al que lo contrata para tal efecto. El mensaje, el libreto o el libro aparecerán, por lo general con el nombre del que alquiló los servicios del escribidor; así, Dardo Bruchez fue el negro del Hermano Pablo de la misma manera que yo lo fui, entre otros, del evangelista puertorriqueño Jorge Raschke y del pastor mexico-americano Daniel de León. ¿La gloria para quién es? Ambos ya están disfrutando de ella. Dardo se había ido antes, en febrero de 2003 y, por cierto, nos volvimos a encontrar con Pablo y Linda en el servicio memorial que se llevó a cabo para Dardo en San Diego hace ya unos años. En la gloria, seguramente teniendo como testigo al Hijo de Dios, estarán teniendo amenas charlas sobre el impacto que tuvieron y siguen teniendo en la tierra: «Un mensaje a la conciencia, en la voz del Hermano Pablo».
Estas notas, entre serias y risueñas, son un sincero homenaje a dos hombres de Dios que entendieron que el servicio a Cristo no termina sino hasta cuando dejamos esta tierra para radicarnos, para siempre, en la Canaán celestial.
(*) ¿Han leído el relato que escribí a raíz de mi cirugía de esófago en 2005? Si no lo han leído, prometo (aunque quizás más de alguno diga, horrorizado: «¡No, por favor! Nos basta con saber que su operación resultó todo un éxito») traerlo a colación la próxima semana, o por ahí. Se me ocurrió a raíz de los «pasitos cortos» de los convalescientes.
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