La primavera es vida, muchos expresan. Es color, variedad, sueños, libertad, deseos, esperanza, cambios y cuántas más acepciones querramos darle.
Pero
hay una primavera que se frustró. La vida nueva que se esperaba para muchos se transformó en muerte, en dolor, en tristeza, en frustración…una vez más. El brote deseado llegó solo a mostrarse. Parió del tronco pero se secó sólo al nacer. La vida nueva que se esperaba se abortó. ¡ qué triste !
Esta primavera era vista por muchos, yo incluido, como el amanecer de una gloriosa libertad de oportunidad. El más precioso amanecer; la más gloriosa libertad; la oportuna oportunidad.
No quiero seguir dando vueltas a la noria.
Me refiero a la primavera árabe que nace precisamente como el clamor de muchos Juanes Bautistas que claman en el desierto del Sahara Occidental un día 09 de Octubre del 2010 y 38 personas dan su vida en sacrificio por un grito de libertad. Fue una libertad abortada, una primavera sin brotes.
Este clamor de libertad produce un eco que se escucha pocos días después. Desde El Aiun – Sahara occidental- a Túnez. Un 17 de diciembre del 2010 un joven llamado Mohamed se sacrifica poniendo un país en pie de guerra logrando la caída de un tirano corrupto que gobernó por 23 años consecutivos. Le siguieron 233 personas que pagaron con sus vidas ese clamor de libertad.
La característica del eco es la repetición, clara, espaciada pero con pérdida de intensidad de un grito inicial.
Le siguieron Argelia un 28/12/2010. Líbano un 12/01/2011. Jordania un 14/01/2011. Mauritania un 17/01/2011. Sudán otro 17/01/2011. Omán otro 17/01/2011. Arabia Saudí un 21/01/2011. Egipto un 25/01/2011 con 846 jóvenes que buscando su libertad ofrendaron su vidas, logrando la caída y posterior juicio al farón de turno. Siria un 26/01/2011, con 5000 ofrendantes vitales y Yemen un 27/01/2011 con otros 1870 que prefirieron la muerte a su presente existencia.
Sería necio si hubiese pensado que esta llamada primavera árabe perseguía la búsqueda de libertad para decidir lo trascendente según cada propio criterio. No. Los objetivos eran más terrenales. Mas al alcance la de la mano y de los deseos. Más oportunidades de trabajo, de vida más digna, de futuro mas seguro, de libertad para escoger los gobiernos y gobernantes. De democracia, que en definitiva incluye estos objetivos mas terrenales. Pero también, de la mano de estos, surgiría esa libertad de decisiones trascendentes.
El pensamiento era, nuevos gobiernos, nuevas libertades, incluida la libertad de conciencia; de decidir cada uno su propio camino interior; su libertad de escoger una nueva fe.
Cambios hubo en verdad. Algunos gobiernos cayeron y otros se erigieron. Otros con astucia utilizaron la técnica del “gatopardismo”, donde todo se promete cambiar para que nada cambie. Las libertades también cambiaron. Donde había “alguna libertad”, los que surgieron, nuevos fundamentalistas, borraron todo vestigio de tenue libertad.
A mi criterio y esperanza presente, esa primavera que sería la evidencia de nuevos frutos, se malogró.
Podríamos quedarnos aquí, como la expresión de un sueño, de un deseo sincero y una realidad evidente. Pero necesito rascar la superficie comenzando por la mía propia. Se hace necesario golpear las puertas de las conciencias de un pueblo adormecido que no se alcanza a creer el llamado divino que ha recibido. Es necesario que el Juan Bautista llamado “pueblo de Dios” comience a clamar; a levantar una voz que sacuda el Trono celestial - disculpando las conciencias susceptibles – clamar con tal intensidad que ese clamor le mueva la silla a Dios; que ruega con el clamor de un John Knox que ante un pueblo cuyo destino eterno era la condenación, clamaba diciendo: “Dios, dame Escocia o muero”.
Pensándolo bien, tal vez no es el mundo árabe el que necesita una nueva primavera, sino el llamado pueblo de Dios. Sí, soy yo, primero y no dicho con falsa modestia; la necesitamos aquellos que llamándonos Pueblo de Dios, poco o nada nos importa que nuestro vecino, amigo o pariente se pierda buscando su propio ombligo. Si poco o nada nos importa nuestro “cercano”, cuánto menos nos va a importar el “moro” al que rechazamos.
En verdad como pueblo de Dios, somos un pueblo hipócrita. No te enojes. Antes me dije que yo mismo soy hipócrita. Tú no, yo. Pero hay otros como yo que comprenden su propia realidad. A aquellos que como yo poco-no digo nada, solo poco- nos interesa Dios y el deseo de su corazón.
Para mí, para aquellos que son como yo, nos decimos: necesitamos una nueva primavera como un nuevo Pentecostés. Una primavera que rompa la estructura de un viejo tronco para que surja un nuevo brote. Del brote una nueva flor, que exhale ese perfume característico de vida plena y luego produzca el fruto que portará la semilla para ver nacer nuevas plantas. Tal vez así, al 30, al 60 o al 100 por ciento.
Una nueva primavera, es todo lo que necesito/mos.
Olvidaba decir que para que haya frutos, es necesario que primero la semilla muera en tierra.
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