En nuestra anterior, y primera nota de esta serie, analizamos –muy brevemente- el valor que tiene la sangre desde el punto de vista científico y en la vida diaria. En ésta
intentaremos abordar la importancia que primitivamente se le daba a la sangre y, particularmente, en el Antiguo Testamento.Los lectores comprenderán que, por razones de espacio, estas son notas cortas con las cuales sólo se intenta despertar el interés de profundizarlas.
Podemos afirmar que no hay historia de la Humanidad o de las Civilizaciones en las que no leamos de sacrificios de animales y seres humanos. La actividad de matar ha sido a lo largo de su historia una de las que más ocupado ha tenido al hombre, quien se justificó para hacerlo en: para aplacar la ira de los dioses, para sobrevivir, para dominar o por defensa propia.
Desde aquellos rituales tribales hasta las actuales súper tecnificadas acciones destructivas perpetradas militarmente por los poderosos de la tierra, el tema del derramamiento de sangre es un lugar común en el planeta, aunque tenga poco atractivo para muchos; y tiene solo dos maneras globales de enfocarlo: desde la óptica humana o desde la divina; desde la cosmovisión pagana o desde la cosmovisión que Dios nos revela en las Sagradas Escrituras.
COSMOVISIÓN PAGANA
Gracias a numerosos hallazgos arqueológicos se ha confirmado que
era algo común sacrificar animales o humanos en pueblos como los cananeos, fenicios, celtas, germanos, eslavos, escitas, griegos, africanos, asiáticos, polinesios y amerindios.
El vínculo más fuerte entre miembros de la misma tribu o entre pueblos hermanados era aquél que se sellaba con ritos de sangre. Los clanes sostenían su unidad y colaboraban entre sí a base de juramentos y pactos de sangre. El que los incumpliese bien podía darse por muerto. Con lossacrificios paganos y los ritos religiosos se buscaba apaciguar mágicamente la ira de los dioses, y escapar al temor de su propia maldad nacida de sus pasiones incontroladas. Sólo así podían impedir que la bestia interior diera rienda suelta a sus pasiones criminales.
Las religiones primitivas no se basaban en una ética de amor sino de temor y crueldad, que los paganos transferían a los dioses por ellos creados para así librarse de su propia agresividad y capacidad destructivas. Con esta rudimentaria proyección psicológica se convencían de que, cuanto más grande fuese el sacrificio a los dioses, mayor poder mágico obtendrían.
Los clásicos griegos y los historiadores romanos nos muestran que la civilización occidental no fue ajena a esa primitiva tendencia. Apolodoro, Catilina, Tácito, Herodoto, y otros, cuentan cuán cercanos a los hechos de sangre estaban las ciencias, la historia, el arte y la política.
De manera impensada y para nada casual, el mundo pagano nos provee de un estereotipo de la visión que sobre la sangre deberíamos tener todos los cristianos.
LA COSMOVISIÓN BÍBLICA
ADÁN Y EVA TRAS LA TENTACIÓN Y DESOBEDIENCIA.
El relato del primer libro de la Biblia nos revela que Dios –el Creador de todo- es el primero en derramar sangre. “Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió.” (Génesis 3:21). Antes que ello, Adán y Eva -a causa de su desobediencia- habían descubierto su desnudez y la habían cubierto con delantales de hojas de higuera cosidas. (vs.7).
No se nos dice de qué animales se valió Dios para hacerle túnicas de pieles, pero
se entiende que las pieles provenían de animales que tuvieron que ser sacrificados.
Este es un cuadro que impacta. La criatura humana creada a imagen y semejanza divina ha caído en desgracia por causa de su desobediencia; hombre y mujer ahora se sienten confundidos y avergonzados a causa de perder su inocencia; y tienen miedo. Ahora son conscientes porque conocen el bien y el mal; y conocen lo que es cargar con la culpa: un sentimiento nuevo, real y doloroso. La memoria les hace añorar su integridad original ahora que se tutean con la inmoralidad.
El relato nos muestra que Dios no es cruel sino compasivo con ellos y los arropa para que salgan mejor pertrechados a enfrentarse en adelante con la dura vida que les espera.
ABEL Y CAÍN
La segunda persona que derrama sangre en la Historia es Abel. Su hermano mayor, Caín, había decidido ofrendar a Dios el fruto de la tierra, mientras que el segundo hijo de la primera pareja humana mató el mejor cordero del rebaño que cuidaba para ofrecérselo a Dios.
Abel derramó sangre animal, tal vez recordando lo que sus padres habrían contado de cuando Dios los había vestido con pieles antes de expulsarles del Edén para trabajar la tierra. Dios se agrada de la ofrenda de Abel, no así de la de Caín. Y el final de la historia es conocido.
La tercera persona que derrama sangre en el relato bíblico es Caín. Y la sangre es la de Abel, su hermano. (Génesis 4:8-15). Es el primer crimen. Y es fratricidio.
Los dos primeros actos son con animales y están ligados al amor del Creador por sus criaturas y a la agradecida reverencia de una de ellas por su Creador.
El último acto es con un ser humano y está ligado a la valoración de las propias obras por encima de lo conveniente, a competir sin límites con los demás, a la inmadurez que genera irrefrenable envidia, al orgullo herido que deriva en premeditar la venganza, a la pasión incontenida que enceguece el entendimiento, al odio criminal que empuja a la violencia sin retorno. Todo un proceso que revela la naturaleza totalmente depravada por el pecado.
EL SACRIFICIO DE SANGRE DE NOÉ.
La Biblia afirma que la degeneración humana pronto se multiplicó:
“Y vio Dios que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Y se arrepintió Dios de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón. Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho.”
Pero
encontró a alguien que aún era un varón justo, Noé. Y dio una nueva oportunidad al hombre para renovar su Creación tras el diluvio. La nueva etapa de la vida sobre la tierra comienza con un sacrificio:
Y edificó Noé un altar al Señor, y tomó de todo animal limpio y de toda ave limpia, y ofreció holocausto en el altar. Y percibió Dios olor grato;”Génesis 6:20-21. Dios se agradó de la obediencia de Noé, al punto que le ordena que pueble la tierra, tal como lo había hecho al principio con Adán y Eva (Génesis 8:17b); y en los versículos 21 y 22promete algo que nunca debiéramos olvidar: “
No volveré más a maldecir la tierra por causa del hombre (…) Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche.”
Esta es una nota de esperanza allá en los albores de una nueva etapa en la vida del hombre en el planeta, digna de ser leída –una y otra vez- para comprender la importancia que tiene nuestro compromiso como mayordomos del Señor de señores y Rey de reyes en este tiempo de Gracia.
Y en el eterno propósito divino estaba prefijada la condición de lo que habría de ser perdurable: Abel y Noé nos van marcando un camino hacia Jesucristo y su obra en la cruz.
“sin derramamiento de sangre no hay remisión” de pecados
(Mateo 26:28; Hebreos 9:15; 22; 10:18).
Toda sostenibilidad es posible porque Dios es el Sustentador de su creación
mientras la tierra permanezca; es decir, hasta que Él decida introducir cielos nuevos y tierra nueva.
(2ª Pedro 3:13).
El 29 de enero concluiremos esta serie con “La sangre: agente de cambio sostenible”.
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