Uno de los placeres de los que he disfrutado durante estas fechas navideñas ha sido, sin duda alguna, la buena música. Siempre me gustó aunque he tenido mis momentos con ella, unos de más intensidad y más búsqueda musical y otros de más sequía y de conformarme simplemente con los clásicos, que tampoco está nada mal. Es singular la relación que los seres vivos mantenemos con la música, particularmente los seres humanos. La música siempre nos mueve algo, más bien nos “remueve” ese algo, me atrevería a decir. Y mientras tanto, no sólo toca nuestras emociones y las agita (para bien o para mal) sino que, además, nos hace pensar. Cuando la música va acompañada de mensaje verbal tiene un poder añadido al que de por sí la melodía pueda tener.
En estos días mi reflexión venía de la fuente más insospechada: una banda sonora de la casi “todopoderosa” musicalmente Disney(ya se sabe lo que pasa cuando uno tiene niños, y es que sus bandas sonoras se convierten también en la música de fondo de la vida de uno, al menos durante un buen tiempo). La ambientación del relato mitológico de
Hércules viene acompañada de una buena cantidad de canciones al más puro estilo góspel y, desde luego, para los que somos unos enamorados de este tipo de música, es y será una delicia escucharla una y otra vez. Pero como comentaba, en esta ocasión lo que me movió a la reflexión no fue la música. Ni siquiera fue el mensaje en sí, sino la traducción misma de una de las canciones, ahora entenderán por qué.
La verdad es que el asunto del lenguaje es uno sobre el que vuelvo una y otra vez irremediablemente (no es la primera vez y seguramente no será la última que escribo sobre este tema en esta sección) porque, al fin y al cabo, lo que hablamos, lo que decimos como individuos, como grupos y como sociedades también es el reflejo de lo que pensamos, de nuestro trasfondo y principalmente también de nuestras creencias. Y tiene importancia, mucha importancia, no nos quepa duda.
Una de las canciones de la citada banda sonora tiene el título en inglés de The Gospel Truth (algo así como La verdad evangélica o la verdad del Evangelio). La asociación del título con el estilo musical no le asombra a nadie, asumo, pero sí me produjo asombro a mí que en la letra de la canción en castellano la traducción fuera algo “tan cierto como tú”, lo cual no tiene nada que ver, aunque rime y quede bien musicalmente.
Podrán ustedes pensar que me aburro muchísimo como para darle vueltas a algo aparentemente tan absurdo e intrascendente como esto. La cuestión puede parecer sin duda superficial para la mayoría. Pero como suele pasar en estas cosas, cuando uno empieza a pensar sobre algo, llega mucho más lejos en sus conclusiones de lo que aparentemente podría esperarse. Esta no ha sido la excepción y así ha ocurrido en mi caso.
La estructura en inglés tiene la connotación de que aquello de lo que se está hablando es “tan cierto como el Evangelio”. Es la expresión máxima, quizá, de convicción acerca de la veracidad de algo.
Y yo pensaba que en nuestro rico idioma, que es el español, como mucho, lo que tenemos como alternativa es algo que no pasa de un “esto o aquello va a misa”. Quizá es justamente ahí donde nos damos cuenta de nuestro trasfondo, tan distinto sin duda al anglosajón en lo que a relación con el Evangelio se refiere y eso no puede por menos que reflejarse en nuestro lenguaje como no podía ser de otra manera.
Decir en nuestro contexto español o hasta incluso hispanohablante, que algo es “tan cierto como el Evangelio”, perdónenme, es casi como no decir nada para la mayoría de las personas. Aunque he de reconocer que la estructura en inglés me encanta, me parece acertadísima y no deja de llevarme a pensar cada vez que la escucho. Porque,
por triste que sea esta realidad, para esa mayoría de la que hablamos, el Evangelio simplemente no es nada, ni tiene como virtud esencial valor alguno de verdad.
Tal y como el propio Evangelio expresa, su mensaje sique siendo “locura para los que no creen”, por lo que no debe sorprendernos esto tanto, aunque nos entristezca profundamente a los que creemos en su veracidad y trascendencia absolutas.
La contrapartida en castellano es bien clara y, por otra parte, siento decirlo, salimos perdiendo. Porque decir que algo es “tan cierto como tú”, francamente, no es ninguna garantía. Como mucho, mucho, puedo entender que se refiera a la existencia del individuo en cuestión, pero siendo criaturas efímeras y temporales como somos los seres humanos, tampoco eso es decir gran cosa. Esto es lo que nos pone, al final, en nuestro verdadero lugar y nos da el papel que nos corresponde: nosotros estamos aquí por un tiempo, brevísimo a la luz de la eternidad. Incluso, si me apuran, a veces lo es en la comparativa que podamos hacer respecto a otros de nuestra misma especie, porque hoy estamos aquí, pero mañana no estamos.
Así de duro, pero así de cierto también. Podemos no estar nosotros, ni lo que nos rodea, ni nuestra aparente estabilidad que, en el mejor de los casos, es como una brizna de hierba que el viento se puede llevar en cualquier momento. Necesitamos, por todo esto y más, anclarnos de nuevo en verdades absolutas, que las hay, existen. Que estemos sustentados en las que no se mueven, las que no mutan ni cambian y las que dan, desde todo punto de vista, un verdadero sentido de equilibrio y estabilidad a la vida.
Retomar en estas fechas y cada día del año de nuevo, entonces, el contacto con lo inmutable se convierte en un objetivo prioritario si verdaderamente queremos ir más allá y no conformarnos con lo que hasta aquí tuvimos o conocimos. Pensaba a raíz de esto en cuánto ánimo y fortaleza me da volver, especialmente ahora, a esas verdades y que sean ellas y no otras las que anhele por encima de lo demás.
Nos deseamos salud, dinero, amor… pero eso no son bienes ni valores inmutables.Precisamente nos los deseamos porque tienden a faltar y porque, en el mejor de los casos, si se tienen, es con fecha de caducidad muy en contra de nuestra voluntad. ¡Cuánto necesitamos estabilidad, tranquilidad, seguridad! Queremos salud porque con ella tenemos fuerzas y capacidades para afrontar la vida. Queremos dinero porque facilita el acceso a recursos. Queremos amor porque necesitamos cubrir la necesidad de sentirnos queridos. Pero… ¿quién puede garantizarnos cualquiera de ellos?
Verdaderamente nadie, si lo pensamos detenidamente. Dios tampoco nos garantiza estas cosas tal y como nosotros las pedimos o entendemos (¡menos mal!) pero sí nos da otros avales, otras garantías que tienen la maravillosa y divina virtud de ser, en sí, y además, serlo para siempre.
Por eso
no quiero dejar de pensar en ellas y también, por qué no, compartirlas con ustedes, que deciden dedicar unos minutos de este, su comienzo de año, a leer estas líneas. Las que yo he escogido en este caso son las que ahora tengo más presentes, pero no son las únicas ni mucho menos. Usted podrá pensar en otras muchas en las que gozarse y descansar. Hágalo, tómese su tiempo, conviértalas en el estandarte de su día a día y sépalas desde la calma y la tranquilidad que da saber que son, simplemente, sin depender de ninguna circunstancia que nos rodee o atenace.
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Tenemos un Dios en los cielos que nos ama profundamente a pesar de nuestras calamidades, de nuestras tiranías, de nuestras traiciones, de nuestras infidelidades, de nuestros claros y oscuros… de nuestro pecado, en definitiva.
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Ese Dios se ha dignado a mirarnos, aún sin ser nada, y ha mostrado su amor con nosotros de maneras que jamás podremos llegar a entender en profundidad, pero que ya disfrutamos aquí.
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La salvación con la que hemos sido alcanzados es fuente de gozo aún en la tribulación. No es un desparrame hilarante ni una euforia falta de contenido, sino que se basa en saber que quien está por nosotros es el Dios altísimo al control de cada una de nuestras circunstancias. Nada pasa sin Su control y nada nos podrá separar de Su amor.
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Mi vida aquí tiene principio y final, pero se me ha otorgado el regalo de la existencia y se me pide que haga un uso responsable, gozoso y agradecido de él.
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Con el regalo de la vida he recibido también dones que poner a Su servicio y con los que servir a otros. Mis deseos en este nuevo año no deben obviar este aspecto, sino potenciarlo y ponerlo más aún a Sus pies.
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Aunque no esté de moda creer en Sus promesas, nada de lo que se nos ofrece alrededor nos puede dar lo que tenemos ya en Él. Quizá lo que nos rodea se muestra más atractivo aquí, ese es parte del engaño, pero nada es comparable a Su belleza, así que ojalá no me distraiga.
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El Señor está conmigo donde quiera que yo vaya. Esto es una responsabilidad, sí, pero es principalmente un gran privilegio y consuelo del que quiero disfrutar a cada momento. No estoy sola. No ando sola. No vivo ni muero sola.
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Mientras yo duermo, Él vela mi sueño y nos protege a mí y a los míos. Conoce mi acostarme y mi levantarme, sabe mis necesidades antes de que yo las perciba, es consciente de la sequedad de mi desierto y, por toda respuesta ante ello, sé y puedo decir que hasta aquí me ayudó el Señor. ¿Por qué no lo iba a seguir haciendo si Él me lo ha prometido a mí directamente, como hija suya, igual que a cada uno de mis hermanos?
Gracia y paz en este 2012 y sucesivos. Disfruten estas y las demás verdades del Evangelio porque para nuestra fortuna no son tan ciertas como nosotros, sino tan ciertas como el Evangelio mismo y el Dios único y verdadero que las respalda.
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