La dificultad de hablar hoy de política es que se nos ha dado un lenguaje determinado para la misma, y se asume que no se puede reflexionar con otro diferente. Nuestra “política”, de momento, consiste en no aceptar ese planteamiento.
Para derribar (¡hay que hacerlo!) una clase dominante internacional, un imperio, con su lenguaje elitista, sus leyes creadas como medio de poder (un derecho canónico peculiar), su ética, su economía, su poder militar y financiero, su “jerarquía sacerdotal”, sus ritos y “sacramentos”, su autoridad, se debe tener dispuesta la palabra libre. Toda cadena física sobre el ser humano tiene como medio previo siempre la cadena de una palabra, de un discurso. Ambas son inseparables, no se puede romper una sin la otra.
La Reforma supuso un cambio social porque trajo la Palabra como liberación de las palabras opresoras. La premisa de toda libertad es la libertad de conciencia o religiosa.Tenía previsto un artículo sobre la representación política en el que les proponía las distintas modalidades y su importancia práctica. El historiador H. G. Koenigsberger ha tratado esta cuestión, y existen estudios importantes sobre la misma; especialmente el modelo de representación que se establece en Ginebra durante la vida de Calvino, lo tenía como muestra (también con la idea de colocar al reformador en un contexto político que hacía inviable que fuese el dictador que a veces han pintado), pero nosotros estamos en España, con nuestros “representantes soberanos” (expresión que puede encerrar simplemente la existencia de un Estado totalitario), y no es legítimo hablar “en general”. Tenemos que entendernos para poder comunicarnos. Caminamos aquí, con nuestro pasado, y en nuestro presente.
En la España cuya identidad nacional ha sido la Contrarreforma, lo peor para el pueblo siempre será la libertad de conciencia y religiosa. Hoy ya no estamos en esa Contrarreforma (eso dicen), pero esa inquisición genética que durante siglos se metió en el tuétano social, hoy tiene que ser descubierta y señalada. Tenemos libertad de conciencia como un derecho fundamental, eso está bien, pero ¿tenemos libertad de conciencia política?
Eso, me temo, sigue siendo para muchos “jerarcas” el gran mal del pueblo, que se le debe evitar a toda costa. La libertad de conciencia es
pluralidad, pero se nos dice que con la pluralidad no se puede gobernar con eficacia, que no habrá
unidad –¿les suena esto?, ¿se acuerdan de las críticas de la iglesia vaticana a la falta de unidad de las iglesias protestantes?–. La Reforma, con la libertad de la Palabra, trajo pluralidad. Por eso
el modelo político normal que surge de sus aplicaciones es el federalismo. (Es verdad que también se da un “vaticanismo” protestante que tiene como su gran enemigo a la libertad de conciencia, a la pluralidad.)
[Para este año, d. v., estaba previsto un segundo congreso internacional sobre la Reforma Protestante Española, que tendría como tema central la recuperación por el mundo judeoconverso de la Palabra y la justificación por la obra de Cristo, hecha una vez para siempre, y esto como campo donde “nuestra” Reforma nace y se desarrolla. Para el 2013 quedaba otro con el tema central del federalismo en la Reforma. Seguramente lo cambiaremos; para este año, tal vez a principio de noviembre, trataremos el federalismo. Las circunstancias de ruina política lo requieren. Se debe hablar, proponer, oír, en libertad.]
Tenemos que aportar y trabajar, cada uno con lo mejor que pueda (esto es ética protestante). En este campo de la responsabilidad ética nadie está en el “paro”. Además, nos han dicho que somos el “pueblo soberano” (¿qué será eso?), que tenemos que elegir a nuestros representantes. Vale, ya lo hemos hecho, ¿qué somos ahora?, me parece que nos hemos quedado en “población”. Además, una población que ha entregado su carnet de identidad y ha firmado papeles a sus representantes para que dispongan de su pasado, su presente y su futuro. ¿No es esto lo que se hace en el sistema político actual cuando se eligen a los representantes? Esa estructura jerárquica nos da absoluciones, nos mete en el purgatorio, nos da indulgencias, nos pone penitencias, y nos dice que no podemos vivir sin ella.
¡Es necesaria la Reforma Protestante hoy contra los sistemas religiosos/políticos!
Por supuesto que debemos anunciar el Evangelio de la Redención, y proclamarlo como algo personal; sabemos que el corazón humano no se arregla con obras humanas. Claro que esto es así, pero también el creyente como ciudadano, como sujeto específico en una situación concreta, tiene deberes sociales. En esos deberes está el procurar el bien para todos. Eso es política. En esos deberes está el no ocultar la vista ante la injusticia, en no dejar paso al ladrón para que corra, etcétera.
Por conocer el Evangelio, el cristiano conoce que no debe salir por fiador del extraño, y otras cuestiones prácticas que la Escritura le enseña. Conoce que el corazón humano es de natural perverso, por eso procurará establecer una convivencia cívica sabiendo que eso esta ahí. Será alguien que busque la paz, sabiendo que nuestro corazón es corrupto. Es decir, el cristiano será alguien que actúe en la sociedad sin pretender establecer un reino idílico humano, porque sabe que el único Reino que quedará es el de Cristo, pero eso no le impide, antes bien le impone, disponer una sociedad lo mejor posible para “este tiempo”. El anuncio del Reino de Cristo, que él mismo establece, no impide al cristiano curar la herida, o dar alimento, o frenar la violencia contra el prójimo.
No aceptemos jerarquías sacerdotales políticas. No admitamos que sea normal que nos mientan los que siempre
dicen la verdad. No recibamos sin reacción que la verdad de los políticos no tenga historia; que hoy digan una cosa y mañana la contraria y sigan siendo honestos y dignos. Que reaccionemos contra el fraude de programas falseados (esto es igual para la derecha o la izquierda), como reaccionaríamos contra quien nos vende un producto cambiado. No aceptemos ser masa amasada, amansada
. Que nuestra conciencia sea libre. No admitamos que los que nos roban, o los que con sus leyes legalizan que se liquide a nuestros paisanos (aunque no hayan nacido) sean, además, nuestros representantes. Nadie les concedió esa representación. Es verdad que así se presentan, como ocurrió en tiempos de la Reforma con las pretensiones de la jerarquía eclesiástica.
La Reforma es ya imparable. Los ídolos caerán (religiosos y políticos). El pueblo verá la luz. Aunque también nos encontraremos con los que querrán y “votarán” como sus representantes a los que “profetizan mentira, y a los sacerdotes que dirigen por esas manos”. Para estos ya el fin ha llegado.
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