HE AQUÍ UN POETA GENUINO
El mayor lujo de un seguidor de Cristo es no tener Nada, ni siquiera una Voz alta o grandilocuente. Pero poder elemental siempre serán sus plegarias, su pertenencia al fortificado castillo de la mística o su sereno entusiasmo que nunca le apartará de la cintura del Traspasado. También una humildad sin decorados, una sencillez que abrume a cualquier pomposo, un ejemplo al seguir todo lo ejemplar del Maestro. Pienso así cuando selecciono la obra del español Luis Guillermo Alonso (San Vicente de la Sonsierra, La Rioja, 1939), y me encuentro con textos de este calado:
Pájaro en soledad más alto sube.
Más forzará las alas
en superar la pena en que se hunde.
Pájaro en soledad alto se instala.
Nadie sepa que lleva abierta llaga.
Pájaro en soledad trinos esmera.
Óiganlo los demás, muda la vega.
Desde tan alto,
pájaro en soledad ya sólo es canto.
SOBRE UN ‘DESCUBRIMIENTO’
Así como en 1492, cuando Colón pisó suelo americano, ya por allí había imperios, guerreros, astrónomos, arquitectos y poetas; así también, cuando en 2009 pisé suelo vallisoletano para leer poemas del entonces inédito libro
Cartografía de las Revelaciones, comprobé que en el salón de actos había mucho público. Al término se me acercó, desde el fondo del recinto, un hombre discreto, de cabellos y barba blanca, diciéndome estar conmovido por la lectura. Antes de despedirse pidió datos de mis libros editados, pues quería adquirirlos. También quiso anotar alguna dirección postal para enviarme un libro suyo. Pocos días después recibí
“Si aún queda algo de voz” y, después otro, además de algunos textos inéditos con el ruego de expresarle mi sincero parecer. Bastó leer algunos versos para saber que en dichas páginas había diamantes:
Sepa mi fe encontrar el fuego santo
en tu arcilla de Adán de amanecida.
(…)
Una espada de fuego rasga el velo
de razones manchadas que te humillan.
¡Deja tu alma apocada en blanda mano.
En depósito entrega tu respiro.
Y descansa, hasta que halles
dulce sombra de Dios, cálido nido!
¿Cómo ser mezquino con un poeta-poeta que hasta entonces había estado en los últimos lugares cuando debería estar en los primeros? Leyendo sus creaciones tuve certeza de su genuino vuelo por la médula más profunda de la lírica sagrada. Desconocido para la inmensa mayoría de quienes moran o merodean el mundo poético hispano, debo reclamar buena parte del mérito de este ‘descubrimiento’ de Luis Guillermo Alonso. Aunque, la verdad sea dicha, me sucedió algo parecido como a Colón. Otro poeta, éste sí de renombre, ya había escrito:
“Luis Guillermo Alonso, poeta, con la poesía se alcanza todo, hasta a Dios. Con ella, tú le has dado caza”. Es una frase de Francisco Pino, extraída de una carta dirigida al autor en comento.
VERSIÓN DE LA NAVIDAD
Alguien que dice “A los pies de la cruz no basta un cáliz”, bien puede escribir poemas que alaben lo humano y lo divino de Jesús sin caer en cursiladas o melopeas que, a buen seguro, hastían los oídos del Señor.
La poesía cristiana, sea católica o protestante, sufre (en elevado porcentaje) de una verborragia que torna anémicos los versos de ingentes cosechas. Pero quien espera y destila, quien lentamente talla sus palabras, quien busca el trasfondo del reino, sabe que sus gotas se distinguen en cualquier océano. Eso lo sabe Luis Guillermo Alonso:
“La primera y más pura de todas las palabras/ fue la voz. Y bastaba.// Se ha perdido la voz,/ ahogada en el tropel de las palabras,/ hojarasca de incendio”.Anotemos tres poemas suyos sobre la llegada y primeros días de Jesús:
Campanas no, cencerros.
Son pastores.
No vienen de los cielos. Han pegotes
de estiércol sus albarcas.
En sus ojos no hay estrellas,
no hay flores.
Sólo hay horas
de tedio acumuladas.
En sus voces no hay versos,
no hay salmodias.
Hay nombres de lechales
y de vacas paridas
de miradas muy lentas y perdidas.
Lo ignoran. Esta noche,
a falta de otros huéspedes más nobles,
tendrán que hacer de escolta como ángeles.
Campanas no, cencerros.
Son pastores.
***
Aterido José, ¡cuánta carencia
detrás de tanto frío aquella noche!
María está habitada ya vacía
con su nacido en brazos.
Ahí la ves primeriza,
instinto de mujer, a lo divino.
El niño es pura lucha contra el frío,
que lidera la vida.
Tú quisiste otra cosa para un hijo
y a tu pobre mujer.
Olvidado tu cuerpo de aquel frío,
otro sientes mayor, padre aterido.
En tu espalda no hay más
que cruda sombra.
***
Besa los límites, Señor
de mis amigos.
De quienes más me quieren y más quiero,
besa los límites.
Besa los límites,
Dios de los orígenes.
Tú que te hiciste pobre, niño y desvalido,
besa los límites.
Tú que te hiciste puro temblor de frío.
Dios incapaz de propia subsistencia,
mirada suplicante a madre pobre,
besa los límites.
Tú que bien sabes
qué es no llegar a dar cuanto precisa
aquel a quien se quiere,
besa los límites.
De quienes más me quieren y más quiero,
besa los límites.
SACERDOTE DE LA PALABRA
Luis Guillermo Alonso es jesuita y vive en comunidad, en la ciudad de Valladolid.
Valiosa poesía es la suya para todo aquel que se diga (y sea) cristiano. Él ofrenda sus ‘criaturas’ a Cristo: “Sólo a ti que me sabes,/ si algo queda de voz, te la dedico”. Por eso lo invité a participar en el XIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, celebrado en Salamanca en octubre de 2010. Por eso hice una antología suya, que apareció en el volumen general del encuentro, titulado
“La hora Sagrada”.
Hago aquí una digresión,que viene bien para cualquier caso similar. Cuando hace unos meses, P+D publicó la noticia del XIV Encuentro, dedicado al poeta argentino Hugo Mujica, alguna evangélica de esas tierras tan entrañables escribió que le parecía mal que se resaltara tal hecho en un medio protestante, porque Mujica era un sacerdote católico. No suelo responder a tales pruebas de enceguecido fanatismo. Hubiese bastado, quien sabe, decir que era un encuentro organizado con dinero público y citar una frase de Mujica que buen número de evangélicos no suscribirían, especialmente quienes están embarcados en el Evangelio de la Prosperidad, o en connubio o en silencio cómplice con injusticias y explotaciones a tantos prójimos:
“
La Iglesiadebería vender todo no sólo para darlo a los pobres, sino para ser
pobre”. No es novedoso Hugo, lo sé, porque hace una paráfrasis de lo expresado por Jesús. Pero sí es valiente, pues siendo sacerdote, cuestiona el boato de la iglesia de Roma. No todos los hombres son iguales; tampoco los católicos o los evangélicos.
Lo que debe hurgarse no es la epidermis, sino la dermis: ahí se verá si pervive algo del cristianismo que Cristo enseñó pero que pocos seguidores llevan a la práctica.
Volvamos a la poesía, volvamos a Luis Guillermo Alonso, quien (en verso y desde los Evangelios) también cuestiona jerarquías, abalorios y atavíos ostentosos: “Para lavar los pies de quien aspira a ser tu seguidor/ te estorban los ropones./ En el altar solemne de la cruz fue tu casulla/ vestir de desnudez tu ser más puro”. Leamos otros tres textos de este humilde y grandísimo poeta:
Siempre es volverse atrás mi yo, mi idioma,
querer recuperar lo ya aprendido
en años de dormir mi larga noche.
Pero me dices: No. Deja ese canto.
Aprende a balbucir. Deja tu noche.
Y vuelves a arrojar la nueva rama
sobre la llama de mi hoguera insomne.
Y vuelves a pedirme que la aspire.
Y vuelves a decir:
Pájaro en soledad, sal de tu noche.
***
Ven y del tuyo pleno al silencio mío
del que me siento ausente.
Cierra los ojos, mírame. Ven y en silencio viértete.
Yo sentiré estrenándose este atávico abismo
que, de no ser por ti, no se habitara.
Porque son sólo sombras
las que por mí cruzando dieron frío.
Así supe de mí, porque, aterido,
sospeché que mi carne te esperaba.
Ven y del tuyo pleno vuelve al silencio mío
del que siento ausente.
Cierro los ojos. Fío. Ven y en silencio viértete.
***
He escogido el silencio
en que la carne a solas se desnuda.
¡Cómo calla la muerte. En su pobreza
Cómo canta la vida!
Todo se me resbala. Todo es feliz laguna
donde mis pies acaban.
Por luz me basta
la unción serena que da la luna.
No añoro espejos, pared ni sombras
para decirme mío.
Soy, recogido, un canto de pobreza.
Y una riqueza, la única
que pueda complacerte
a ti que hiciste el aire de la noche.
Eso me basta. En ti se alza mi paz,
en ti se funda.
He escogido el silencio
en que la carne a solas se desnuda.
FRATERNIDAD
Cierto es lo que escribe Luis Guillermo Alonso:
“Detrás de siempre hay más/ y no se sabe”. Hay un enigma apenas mensurable, algo que no se alcanza ni a inventar. Pero también existe una fraternidad más cercana, derivada de la fe cristina y de la fe poética. Doble religación espiritual la que me une al riojano. El 23 de diciembre pasado me envió una tarjeta que reproducía el óleo
“La sagrada familia con ángeles” de nuestro admirado Rembrandt, pintado en 1645. Al dorso una nota suya, manuscrita: “Comprobando la sabiduría con la vida, y a la inversa. Genial Rembrandt situándolo todo en Nazaret, no en Belén”. Y más abajo: “Querido Alfredo, hermano. Tu musa o tu ángel ¿dónde y con qué mensaje te sobrevuela? ¿La mano de José te ayuda? Que paséis días de gozosa paz. Desde Valladolid un abrazo sin que se cuele la niebla”. Ante esta muestra de fraternidad cabe preguntarse: ¿Quién es más hermano en la fe, el que está obligado a considerarte así por motivos de denominación, o quien se comporta como tal, despejado de envidias o animadversiones?
EL CRISTO EN LA CRUZ
Poemas de rotundas imágenes y sílabas que sangran ofrece el poeta riojano cuando se arrejunta al Señor y le dice: “No es ya tu majestad, filo del rayo,/ lo que adoro,/ sino tu humanidad caliente, que me abraza/ y me vuelve a la vida”. Aquí un nuevo tríptico para gozo de quienes aman a Cristo de inmensidad a inmensidad:
En ti descoyuntado
y contrahecho,
aprendo y puedo,
Dios vulnerable humano,
encontrar asombrado
mi cabal apostura.
Ese cielo me aturde, tan sereno.
los santos de altar son de granito,
como el ara que temo, si tropiezo.
Tú, sin embargo, no. Débil y tierno,
tu carne vulnerable lleva heridas
y tu alma lleva heridas
y tu espíritu vértigos.
valen más tus llagas que el granito
del ara, dios y templo
y vuelos por los cielos infinitos.
***
Mientras quienes te miren no pregunten:
¿y sólo era eso?,
no te habrás desnudado a tu ser puro.
Es la intemperielo que abre la puerta
del sentido.
El desnudo, en su frío.
Ese enterarse de sí mismo súbito
cuando, fuera de sí, ya todo es nadie.
Quiso pasarlo Dios, quedarse a solas.
Sentirse sin más tacto que sus hambres,
sabiendo qué es el hombre cuando parte...
Sólo nos puede amar un dios desnudo
a través de su carne.
***
Doble palo una cruz. Doble tortura.
Haber amado al barro sin censuras
que le excluyan a nadie ¡cuánto cuesta!
Patíbulo de cruz, que se te acuse
de horizontal y laxo.
Y lo que no portabas te esperaba
al final del trayecto.
El poste vertical, del que dejarte.
más que izado. en suspenso. Desacepto
de los jueces de Dios, frente al sarcasmo:
— "¡Toma, éste.
El que invocaba a Dios como a su padre,
a falta de respuesta, llama a Elías!
¿Esperará su carro?"
Doble palo, la cruz. Carne abatida.
Alzarse era asfixiarse, preguntando
a un silencio cerrado, inalterable.
Quedar sin Dios amor, habiendo amado.
Unir palo con palo, suma prueba.
EL VUELO
Vamos terminando este ‘bautizo’. Nadie, hasta ahora, había mostrado de forma algo amplia la obra y palabra de este profesor de estética y dibujante que en 1948 inició sus 21 años de formación intelectual y quien, tras pasar por Bruselas, en 1970 se reencontró con su vocación estética, las bellas artes y la poesía, cuando llegó destinado a Valladolid. Sus libros de poesía son:
El silencio del árbol (1999),
Si aún queda algo de voz (2001);
El hombre perdido (2005) y
El Colgado (2010).
De la estirpe directa de Juan de Yepes, poéticamente hablando, a él dedica estos versos, que ahora yo se los redirijo hacia su bondadoso corazón: “…Si a tu reja/ no llega ya el impulso de tus alas,/ abre tu pecho herido, jilguerillo de Dios,/ rompe la noche,/ libra urgente fuego,/ deja volar tu llama…”. Y si en otro texto dice: “Vuela un ave en tu busca;/ su destino, tu nido./ Nadie sigue su vuelo/ ni conoce su pío./ En el páramo yerto,/ invierno frío”, sé que siempre tendrá el cobijo de nuestro Amado galileo y, también, el calor amazónico que sabré hacerle llegar, transfusión a transfusión.
No otra cosa haría por este prójimo que ya el 22 de diciembre de 2009 me escribía, de puño y letra: “Poeta del silencio, amigo mío. No logrará la nieve apagar tu respiro ni sofocar tu llama. La senda de tu fuego ¿dónde pasa?
Lo pequeño y lo débil te recuerda como el silencio al canto. Dime si vives./ En el andén del 2010 sigo de espera”.
Luis Guillermo Alonso sigue esperando la segunda venida, como buen cristiano. Lo recalca en su último libro publicado:
“A espera de tu luz me reconozco...// No invoco otra virtud que esta paciencia”. Mi aplauso y homenaje, en vida.
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