Hace unas semanas, por razones que el Señor sólo conoce y que va mostrando poco a poco, como suele hacer, según Sus tiempos y no los nuestros, llegó a mis manos un material ciertamente interesante (nada novedoso, por cierto, ya que tiene algún que otro siglo de historia) y que me hacía reflexionar sobre nuestro sufrimiento y nuestras pruebas de una manera refrescante, al menos para mí. Sólo he leído las cuatro primeras reflexiones (vuelvo a ellas una y otra vez, como intentando exprimirlas al máximo y siempre encuentro algo nuevo, así que me cuesta avanzar) pero su contenido es tan rico que no me resisto a compartirlo casi de forma literal, con la ilusión de que para otros sea de tanto provecho como me está siendo a mí. Sé que, quien me puso en las manos este material, estaría más que conforme con que esto sea así.
Lo verdaderamente llamativo del enfoque del autor (ya que el tema para nada es nuevo tampoco) es que tiene una mezcla entre certeza radical sin tapujos y profundo entendimiento y empatía del dolor ajeno y, seguramente, también propio. Nadie escribe así sobre el sufrimiento si no ha sufrido mucho. Nadie habla así del Señor en la prueba, si no lo conoce profundamente. Y su mensaje es, probablemente, de los menos edulcorados que he escuchado sobre este tema. Nada de medias tintas. Sólo entrega y rendición al Señor y esto es algo a lo que no estamos acostumbrados ni en nuestros propios círculos evangélicos.
Aprovecho estas líneas, sin más adornos, para compartir algunas de las reflexiones de este autor francés, Fenelon(s.XVII), que me hacen pensar sobre lo que nos acontece ante el dolor. No hay demasiado que añadir porque, como digo, es absolutamente elocuente y claro en sus planteamientos. Sólo en algún punto me permito abundar un poco más, como hablándome a mí misma acerca de cosas que debo recordar.
Estas son algunas de las joyas que me apropio y que te ofrezco, como otra persona antes me las ofreció a mí. (Gracias, por cierto, por tu acto de generosidad. El Señor te ha usado y he sido bendecida con ello).
·Necesitamos las pruebas por las que estamos pasando, por eso el Señor las permite.
·Nosotros, para aprender las mismas lecciones, hubiéramos escogido sin duda otro recorrido, pero a través de él no llegaríamos al mismo punto. En vez de demoler nuestra voluntad en ciertos aspectos, probablemente la hubiéramos fortalecido, haciendo justo lo contrario de lo que el Señor quiere. Él quebranta y rompe para volver a construir sobre cimientos sanos.
· Se puede estar cierto en lo que el Señor hace en las pruebas, aunque no alcancemos a verlo.
·Pero lo más duro del sufrimiento es que no sabemos “cuán grande será o cuánto durará” y nos veremos en la “tentación de querer imponer límites a nuestro sufrir”.
· Queremos ver el camino resuelto antes de confiar, pero Dios nos pide justo lo contrario: nos pide fe en medio de la prueba, nos capacita produciendo esa fe a través de la prueba.
· La proporción de la prueba es en función de la ayuda que el Señor quiere prestarnos. Así las grandes pruebas son, probablemente, aquellas en las que Él derrama mayor bendición sobre nosotros.
·Se puede ser feliz a pesar del sufrimiento y en medio de él, pero también gracias a él. Es en el sufrimiento donde nuestros sentidos se acentúan para captar con mayor claridad lo que el Señor quiere mostrarnos.
·Muchas veces nos revolvemos ante el sufrimiento, en el fondo, porque hay cosas a las que nos agarramos y no queremos soltarlas. Si muriéramos a nuestra naturaleza por completo, o si no estuviéramos tan anclados a las cosas de este mundo, no agrandaríamos aún más nuestro sufrimiento. Pero claro, las cosas nos duelen porque nos apegamos a ellas y, porque nos duelen, sufrimos.
· La prueba va “directamente dirigida a aquello que estamos dispuestos a entregar con mayor desgana”. Lo que no cuesta, no duele; lo que no amamos, no duele al perderse.
·Si el Señor quisiera que permaneciéramos como estamos, así sería. Pero Él persigue la destrucción de nuestra vieja naturaleza para construir una nueva.
·No agudicemos nuestro sufrimiento por no tener el tiempo suficiente como para “sentarnos en mansedumbre delante de Dios”.
·No nos resistamos a lo que el Señor trae a nuestra vida, aunque haya que sufrir si es necesario. “A largo plazo, es mucho más duro vivir el dolor de resistir la cruz que la propia cruz”.
·Someterse en paz y sencillez a la voluntad de Dios significa cargar con los propios sufrimientos sin luchas. “Nada acorta nuestro dolor tanto como el espíritu de nula resistencia al Señor”.
·“¡Que el Señor nos libre de caer en un estado interior en el que la cruz no obre en nosotros! Dios ama al dador alegre (1ª Corintios 9:7) ¿Imagínate cuánto debe amar a aquellos que se abandonan a sí mismos a Su voluntad con aliento y por entero, a pesar de que el resultado sea su crucifixión!”
·¿Qué tememos ante la prueba? “¿Tememos que Él no sea capaz de darnos Su fuerza cuando nos quite la nuestra? ¿Por qué se la lleva? Sólo con el fin de que Él sea nuestro sustento. Dios tiene la intención de llevar a cabo Su obra en nosotros cortando todo recurso humano. Quiere que veamos que, lo que se ha propuesto en nuestro interior, sólo Él lo puede hacer”.
·Cuando nos encontramos en la sequedad de la prueba y tantos “grifos” se cierran, “no ha de preocuparnos no poder beber del grifo, ya que estamos siendo guiados a beber del manantial que siempre mana”.
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