El simbolismo que entraña llegar al último día de un año para asomarse a los umbrales del que le sigue no ha dejado nunca de ser trabajado por los poetas según su orientación personal o la manera en que abordan el transcurrir del tiempo. En esta ocasión, de cara al inicio de 2012, nos ocuparemos de Enrique Díez Canedo (España-México, 1879-1944), poeta algo olvidado (al menos por la farándula literaria), autor de la “Oración de los débiles al comenzar el año”.
Quien esto escribe descubrió el texto de Díez-Canedo gracias a la tercera edición, revisada y aumentada, de
Dios en la poesía actual. Selección de poemas españoles e hispanoamericanos, de Ernestina de Champourcin (1905-1999), publicada por la Biblioteca de Autores Cristianos en 1976, poeta esposa del también escritor Juan José Domenchina (secretario personal de Manuel Azaña), ambos exiliados en México durante una época a causa de sus simpatías republicanas. Ella regresó a España en 1972. Entre sus libros figuran:
En silencio (1926)
, Cántico inútil (1936),
Hai-kais espirituales (1967) y
Del vacío y sus dones (1993). La Fundación Banco Santander publicó su
Poesía esencial en
2008.
“Nació en Badajoz (1879) y murió en México (1944). Su reputación como crítico literario fue extraordinaria, hasta el punto de que algunos olvidan su obra poética”.Así presenta De Champourcin a Díez-Canedo, para luego mencionar sus libros:
Versos de las horas (1906),
La visita del sol (1907),
La sombra del ensueño (1910),
Algunos versos (1924),
El desterrado (1940),
Epigramas americanos (1945) y
Oración de los débiles al comenzar el año (1950). Luego de perder a sus padres estudió derecho en Madrid y fue profesor de literatura francesa. Hizo amistad con Azaña y comenzó a colaborar en algunos periódicos. Fue crítico de poesía, teatral y de arte para muchas revistas. Publicó los primeros poemas de León Felipe en la revista
España y ayudó a Juan Ramón para que aparecieran textos suyos en
El Sol. Tradujo autores ingleses, franceses, catalanes y alemanes y dirigió la revista
Madrid, ya en plena guerra civil y participó en el Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. Publicó
La poesía francesa moderna (1913, 1945)
, junto con Fernando Fortún. Sus
Conversaciones literarias (1964, tres series)
, los artículos reunidos en
Desde el exilio (1939-1944) y
Estudios de poesía española contemporánea (1965, fruto de un curso dictado en Filipinas), entre otros libros, lo muestran como un seguidor atento de la literatura española. En 1935 ingresó a la Real Academia de la Lengua Española.
Luis Sáez Delgado escribe lo siguiente sobre su exilio: “En 1938, fatigado y entristecido, emprende el viaje a América y se instala en México como profesor; allí, transterrado tanto como exiliado su nombre está unido a la que fue Casa de España y pronto, con la dirección de Alfonso Reyes, la más prestigiosa institución académica del país, el Colegio de México”.
[1] José María Fernández Gutiérrez ha hecho un magnífico recuento de su trabajo literario.
[2] Angelina Muñiz resume así su aportación al ámbito editorial: “Otra labor que debe mencionarse fue su impulso a la industria del libro mexicano, tarea que habría de ser heredada por su hijo Joaquín, primero en la editorial del Fondo de Cultura Económica y luego en su propia editorial, Joaquín Mortiz, clásica por haber lanzado a los que ahora son principales escritores en México”.
[3]
De Champourcin ubica a este poeta en la sección inicial (“El modernismo”) entre Ramón Cabanillas y Juan Ramón Jiménez, aunque se refiere a los autores incluidos no como un grupo, “dadas sus fuertes e inconfundibles personalidades”. Acaso su “Oración” manifieste algo del dolor que le causaba no haber podido regresar a su país y las experiencias vividas.
Fernández Gutiérrez explica que con él, Díez-Canedo obtuvo en 1903 el segundo lugar en un concurso convocado por
El Liberal, y que forma parte de
La sombra del ensueño (1910). Apareció nuevamente en México en 1950.
Sobre el énfasis religioso de su poesía, escribe Muñiz-Huberman: “Los temas con contenido ético-religioso, bien sea en la manifestación divina de las formas de la naturaleza con un subyacente panteísmo, o bien en la manifestación humana y sus connotaciones espirituales. En este último aspecto la idea del exilio, bíblico y real, tomará una proporción central en sus últimos poemas”.
Señor, el año empieza. Como siempre
postrados a tus pies, la luz del día
queremos esperar. Cuando los rayos
del sol levante por el cielo extiendan
rosados matutinos esplendores,
descienda con su luz en nuestra frente
tu bendición, Señor. Eres la fuerza
que tenemos los débiles, nosotros.
Y, porque débiles de cuerpo,
mil veces mi espíritu flaquea
y hasta de tu sostén —¡perdón, oh Padre!—
llegamos a dudar.
Empieza el año.
¡Cuántos vimos venir! ¡Cuántos anhelos
de que al pasar las invernales horas,
las horas del dolor, en la sedante
calma de florecida primavera
pudiéramos curar nuestras heridas
para entrar, animosos y serenos,
en el seno fecundo del estío,
fortaleza del cuerpo y paz del alma!
¡Y cómo, con las hojas otoñales,
vencidos nuestros ánimos cayeron!
¡Y cómo, nuevamente nos hallamos
en el hielo invernal, hielo de muerte!
Pero Tú, nuestra fuerza, que respondes
a nuestra voz doliente que te llama,
siempre nos consolaste. Y en el fondo
de la noche pensamos en el día.
Pensamos en el día de victoria
que tiene que venir... ¿quién sabe cuándo?
Tal vez cuando la noche más oscura
pese sobre la tierra, cuando reinen
vientos de tempestad y olas de crimen,
nazca el día risueño que esperamos,
como en Belén el Redentor del mundo,
rubio niño nacido en el siniestro
corazón de diciembre. ¡Y cómo entonces,
unidos los pastores y los reyes,
le vendrán a rendir parias y ofrendas!
Señor, empieza el año. Tú que sabes,
al ver del árbol las escuetas ramas
ateridas y tristes, cuántas hojas
las vestirán en la estación propicia;
Tú, que al ver arrojadas las simientes
en los surcos abiertos por la reja,
puedes contar los diminutos granos
que mecerán más tarde las espigas;
Tú, que ves cada día las arenas
que del peñasco ingente desarraigan
los besos furibundos de las olas,
ves igualmente lo que está escondido
del año que comienza en el arcano.
¿Qué nos aguarda en él? ¿Cómo en los otros
que ya pasaron, la opresión del fuerte
sentirán nuestros hombros? ¿Serviremos
para que suban los que más osados
se apoyan en nosotros, y consiguen
lo que nosotros, fundamento suyo,
jamás conseguiremos? ¿En la nada
se agitarán nuestros inermes brazos?
¿O tal vez, más que nunca miserables,
perecerá —¡Señor, no lo permitas!—
nuestra esperanza en ti?
Si a tu palabra
de la nada formáronse universos;
si fue tu voluntad razón bastante
para que el sol, rasgando las tinieblas,
a todo diera luz, calor y vida,
puedes con tu palabra salvadora,
trocar la faz del mundo.
Padre nuestro
que en los cielos estás: haz a los hombres
iguales: que ninguno se avergüence
de los demás; que todos al que gime
den consuelo; que todos al que sufre
del hambre la tortura, le regalen
en rica mesa de manteles blancos,
con blanco pan y generoso vino;
que todos, en su hogar, el fuego aviven
para que a su calor los fríos miembros
del caminante vuelvan a la vida;
que no luchen jamás; que nunca emerjan
entre las áureas mieses de la historia,
sangrientas amapolas, las batallas;
que no profanen la extensión augusta
del mar inmenso las armadas naves;
y reinando la paz, que todos tengan,
como cifra de amor, por Ti bendita,
una mujer, un campo y una casa.
Y haz, Señor, que descienda sobre el mundo
la luz de la Verdad; luz prodigiosa
que trueca en alegría los pesares
y en risa desatada el triste llanto.
Luz, Señor, que ilumine las campiñas
y las ciudades; que a los hombres todos
en sus destellos mágicos envuelva
y en las almas unidas desarrolle
los mismos sentimientos, y equilibre
para todos las fuerzas corporales.
Luz inmortal, Señor, luz de los cielos,
fuente de amor, y causa de la vida.
[2]Cf. J.M. Fernández Gutiérrez, “Enrique Díez-Canedo, creador y crítico literario. Bibliografía”, en
Cauce,
núm. 26, http://cvc.cervantes.es/literatura/cauce/pdf/cauce26/cauce26_06.pdf. Además, del mismo autor: “Enrique Díez-Canedo: el poeta y su circunstancia”, en
Cauce, Universidad de Sevilla, núm. 22-23, 1999-2000, pp. 67-103,
http://cvc.cervantes.es/literatura/cauce/pdf/cauce22-23/cauce22-23_06.pdf.
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