Es intención de esta nota informar sobre el origen de símbolos que forman parte de nuestra vida y que poco o nada tienen que ver con los propósitos de Dios.
No se puede negar la lucha que los cristianos tenemos día a día, por aquello que omitimos hacer -a sabiendas de que eso es lo que Dios desea que hagamos- y todo lo otro que hacemos a pesar de que Dios no nos pidió que lo hiciéramos. Existe el riesgo de celebrar cualquier día de guardar del almanaque, sin saber por qué lo hacemos. Esas fechas son muy apreciadas por la industria y el comercio pues mueven tentadoras sumas de dinero, por lo que resultaría poco menos que imposible cambiarlas o cancelarlas; pero, ello no implica dejar de analizar qué hay detrás de ellas en la Historia.
Lo realmente peligroso en esto es asumir posiciones extremas sólo frente a cuestiones visibles, mientras continuamos siendo indulgentes en muchas otras que nos llenarían de vergüenza si los demás se enterasen, aunque sepamos que no escapan al conocimiento divino.
Sin embargo, no es intención de esta nota el entrar a analizar las razones que esgrimimos para justificar nuestra conducta en cada caso, sino la de informar sobre el origen de símbolos que forman parte de nuestra vida y que poco o nada tienen que ver con los propósitos de Dios. También, la de alentarnos a revisar nuestras creencias a la luz de la Palabra y de la Historia.
¿POR QUÉ UN ÁRBOL ES SÍMBOLO DE LA NAVIDAD? Antiquísimas civilizaciones consideraban al árbol como el símbolo ideal de la vida. La importancia de la fertilidad representada en la firmeza y erección de los troncos de los árboles, era una característica de muchas de las culturas paganas registradas por la historia secular. Unos 2600 años antes de Cristo, los babilonios, por ejemplo, asociaban todo lo vertical con el dios Falo; por ese motivo tenían muchas esculturas de piedra con la forma del miembro reproductor masculino.
Una serie de representaciones encontradas en excavaciones arqueológicas, demuestran que hubo muchas culturas que idolatraban a los árboles.
Había en Babilonia una reina de nombre Semíramis, a quien llamaban “Reina del Cielo”, que afirmaba haber visto que de un tronco muerto nacía un árbol verde. Se creyó que el tronco era Nimrod, su fallecido esposo (al que se menciona en la Biblia en Génesis 10:8-12) y que el árbol verde era un hijo concebido por ella, cuando aún era virgen. Por eso al niño Tamuz lo identificaron como a una encarnación de Nimrod.
Semíramis, con el tiempo, fue adoptando distintos nombres: Astarot, Diana, Isis, Astarte; y se la siguió adorando –siempre- como “Reina del Cielo”. Su hijo Tamuz pasó a ser Baal y Ra; pronto, esa adoración de la diosa madre con su hijo se extendió a los confines de la tierra (China, India, Japón, entre otras culturas). El Imperio Romano la adoptó e incorporó en la Iglesia Católica Romana, dando lugar a la adoración de la Virgen y el Niño, a partir del siglo V. Este tema da mucha tela para cortar, y lo haríamos en otro momento.
Desde allá y entonces hasta Sigmund Freud con su Teoría Psicoanálitica hay cientos de historias sobre el árbol, que pasan por los druidas y sus rituales bajo los robles, y que San Bonifacio (680-750) intenta reconducir al cortar un pino y asociarlo al nacimiento de Jesús para evangelizar a los paganos.
El árbol se incorpora por ser invierno el 25 de diciembre (fecha impuesta para la Navidad, como ya explicamos en la nota anterior) y esta tradición pasó de Alemania (1605) a Finlandia (1800), a Inglaterra (1829), a EE.UU poco después y a España (1870) según la Biografía de José Osorio y Silva.
Los adornos que se le colocan al árbol tienen su significado, según sea la historia. No es pérdida de tiempo entrar en Google y leer de qué trata esto de “armar el arbolito” que tanto atrae a los niños y a no pocos adultos.
¿DE DÓNDE SALE PAPÁ NOEL? Papá Noel, Santa Claus, Santa, San Nicolás, Colacho, Viejo Pascuero, Father Christmas, Pere Noel, Babbo Natale, Pare Nadal, son algunos nombres con los cuales se conoce universalmente al personaje que simboliza la Navidad y trae regalos “a los niños que se portan bien”.
Se cuenta que hubo un obispo cristiano de origen griego llamado Nicolás, que vivió en el siglo IV en Anatolia, en los valles de Licia (en la actual Turquía). Era una persona rica que decidió ayudar a quienes necesitaban ropa, alimento, educación, por lo que fue venerada en la Edad Media. Sus restos se conservan en la basílica de San Nicolás, Bari, Italia.
Producto de esa veneración se fueron añadiendo a su historia elementos locales, según los países, que lo presentaron como conduciendo un trineo tirado por uno o más renos, los que le llevaban surcando los cielos en su reparto de regalos, lo que explica por qué es que podía cumplir con todos en una sola noche. Al principio se lo vestía de verde, como Nicolás. Pero, a partir de 1931 la hoy poderosa Coca Cola lo adoptó como ícono de su empresa y popularizó los colores rojo y blanco que lo identifican con ella.
REFLEXIONES NAVIDEÑAS Desde que nacemos nos incorporamos automáticamente a costumbres generacionales ya establecidas; y, si no existiesen, las crearíamos. Por eso, asociamos las fechas tradicionales con recuerdos de familia y los dorados momentos de nuestra niñez. Eso ocurre con la Navidad.
La Navidad requiere un riguroso autoexamen de nuestra parte, para dejar de seguir ofendiendo a Dios, el creador que nos hizo a su imagen y nos dio la capacidad de pensar. Ese examen surge de una lectura seria de la Biblia, la Palabra Revelada por Dios.
A lo largo del Antiguo Testamento leemos acerca de un Dios que no acepta compartir nuestra adoración a Él con sustitutos creados por el hombre. Dios recuerda al pueblo de Israel que es mejor obedecer a Sus mandatos y estatutos que seguir los dictados del propio y engañoso corazón. Pero, ese pueblo contumaz se dejaba invadir por las tradiciones y costumbres de los pueblos vecinos y de las tierras que Dios le permitía conquistar. Una de esas reiteradas desobediencias por las que Dios les amonestó y castigó vez tras vez, fue su inclinación a construir altares a Baal en las partes altas y boscosas. Nosotros no somos diferentes a los israelitas; cuando dejamos de obedecer a Dios caemos fácilmente en los mismos pecados.
Ocurre que la idolatría no es patrimonio de los paganos; el corazón del hombre es idólatra por naturaleza. Nos hacemos un ídolo de todo: la mujer o el hombre que amamos; nuestros hijos, el pastor de nuestra iglesia, el equipo de fútbol del que somos fanáticos, cantantes de moda, trabajo, dinero, nosotros mismos.
El síndrome del Edén, cuando Adán y Eva caen en pecado, es la desobediencia. Uno desobedece a alguien cuando obedece a otro (o a sí mismo). Dios nos manda obedecerle por nuestro propio bien; porque nos ama, al punto de habernos enviado a su Hijo Jesucristo para perdonarnos. Pero, Él quiere que le obedezcamos al 100%. No le basta con mi diezmo, cumplir con el programa de la iglesia, oración, ayuno, lectura de Su Palabra, altar familiar, honestidad, generosidad; Él desea mi corazón, mi mente y mi voluntad. Cristo vino a redimirnos íntegramente; por lo tanto desea que nos rindamos íntegramente a Él.
Si no deseamos ser y hacer como todos los demás, nuestros principios deben ser coherentes con Su Palabra. El acto de apartar de nosotros prácticas culturales que invocan a Dios y a Jesucristo en vano, debe estar acompañado por los diarios actos de apartar de nosotros los pecados ocultos en nuestro interior. Y para esa tarea nadie está capacitado. Es el Espíritu de Dios el que lo hace.
El Evangelio es el poder de Dios que puede salvar a todo el que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá. (Romanos 1:16-17)
Que ese enorme poder (dunamis, dinamita) haga explosión también en esta Navidad y nos cambie la vida a muchos para que adoremos a Dios en espíritu y verdad. Será, entonces sí, ¡una Feliz Navidad!
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