Sembradoras, Anuario del grupo de mujeres de la Iglesia Evangélica en Paseo de la Estación, León. Noviembre 2011, 54 páginas.
Treinta y tres mujeres del Antiguo Testamento, desde Eva a Ester, y veintiuna del Nuevo, desde la Virgen María a Febe, dan testimonio de la extraordinaria importancia que tiene la mujer en la obra que Dios nos ha encomendado.
La misma importancia que todavía hoy, a veinte siglos de la muerte y resurrección de Cristo, se le sigue negando. Casi todos los intérpretes de Génesis 3:18 – “no es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él”, hacen una lectura eminentemente masculina del texto: Yo soy el varón, el macho, el que tengo el poder, los privilegios y lo que haya que tener. Y Dios ha querido que yo tenga una ayuda. Tengo muchas cosas que hacer y necesito a alguien que me ayude, como una especie de muleta, de bastón o de apoyo.
No es eso, no. Los hebreos, sabios en el Antiguo Testamento, explican el texto así: “Le haré para el hombre un enfrente”. El enfrente significa el otro con el que establecer la comunicación y el diálogo. Esa es la relación de una pareja que quiere funcionar. La mujer es el enfrente del varón, pero el varón es el enfrente de la mujer. Uno es el enfrente del otro. La Biblia no es un libro represor ni favorece la discriminación por motivos de sexos. Al contrario. La Biblia aboga por una canalización adecuada en la pareja en el contexto de igualdad, la comprensión y el amor entre el hombre y la mujer.
A lo largo de siglos y con el pretexto de explicar la historia de los hombres, representantes del género humano y los del sexo masculino en particular se han limitado a éstos, los hombres: maridos, hermanos, hijos y padres. Hijas, mujeres, hermanas y madres han quedado embarcadas silenciosamente, como pasajeros clandestinos; existen sólo de modo secundario.
Bienvenidos sean estos tiempos en los que la mujer ha sacudido la carga de la discriminación sexual y lidera grandes empresas en todo el mundo. Trabaja con dedicación e inteligencia. Entre estas mujeres están las que se congregan en la Iglesia evangélica que se reúne en el número 32 de la calle Paseo de la Estación, en Salamanca. Entre otras tantas iniciativas publican cada año un anuario en forma de revista que editan con el título de SEMBRADORAS. Directora del proyecto es la hispano peruana Jacqueline Alencar Polanco. En la literatura de esta cristiana consagrada ocupa un lugar importante su belleza y los sentimientos que inspira. Con algo de timidez, pero con firmeza intelectual, Jacqueline bucea con sus escritos en la marea de la intrincada conciencia humana y nos dice no cómo somos o cómo nos vemos, sino cómo nos ve Dios. De carácter retraído y ensimismado, sensible y delicada, Jacqueline -¿hace bien o mal?- se refugia en el poeta que tiene por esposo y no abunda en la escritura tanto como sus admiradores quisiéramos.
En este número de SEMBRADORAS Jacqueline Alencar firma la página editorial, una entrevista a Rebeca Manley sobre la importancia de la obra misionera y un comentario a la epístola de Santiago escrito por Samuel Escobar y Eduardo Delás.
Además de la directora aquí
escriben otras mujeres. María Gloria Sánchez y Beatriz Garrido publican en página 2 bellos poemas. AIRE titula María Gloria y CUANDO LLEGUE EL OTOÑO SERENO DE MI VIDA, lo hace Beatriz.
Verónica Rossato comparte con los lectores las nada fáciles experiencias de su estancia en el Sahara, en tanto que
Catalina Redman se une al tema general, la misión y las misiones y, en un largo trabajo autobiográfico narra las circunstancias de su llamamiento y la obra realizada en unión de su esposo Pablo Wickham.
Margarita Burt reflexiona sobre la historia de Rut.
Marisa Guardiola profundiza en temas de la época: La dependencia, el sufrimiento, el autocuidado, el estrés y nos ilustra sobre la manera de cuidar a otros. Breve poema de
Esther M. Allison e inmediatamente una crónica de
Pilar López sobre el retiro de mujeres celebrado en Castilla y León.
Me ha emocionado la buena crítica que
Eva López hace al libro de Antonia Conesa titulado EXPERIENCIAS QUE GLORIFICAN A DIOS. Durante tres años, el tiempo que estudió Conesa en un instituto femenino de Tánger, la tuve como miembro de la congregación en la que yo ejercía como pastor, la Iglesia Bíblica de Tánger. Entonces tenía una voz muy bonita y con frecuencia le pedía que cerrara mis predicaciones con un solo, que toda la congregación agradecía.
A la delgada directora de SEMBRADORAS se le ha ido en este número la mano con el sexo opuesto. Nada menos que
siete hombres escriben artículos: Samuel Escobar (dos contribuciones),
Jesús Londoño, René Padilla, Amable Morales, Pablo Wickham, Bernard Coster y Harold Segura. ¿Va a seguir en esta línea en próximos números? ¿Allá usted, señora, pero entonces tendrá que rotular la revista SEMBRADORAS Y SEMBRADORES.
Como siempre, los dibujos de
Miguel Elías que ilustran los diferentes trabajos valen un potosí. Si una revista secular tuviera que pagar estas pinturas tendría que desembolsar muchos euros. Los dibujos de éste hombre tienen un alto valor artístico y crematístico. De natural sencillo y generoso, a SEMBRADORAS no cobra ni un centavo. No lo hace por amor a Dios, lo hace por su identificación con los objetivos cristianos de la revista.
De la sección poética, siempre bien representada en SEMBRADORAS, ofrezco aquí el bellísimo y profundo poema de
Isabel Pavón titulado RUEGO A DIOS POR MIS MANOS.
Ruego a Dios por mis manos,
por los diez dedos de mis manos.
Ruego también
por la palma de mis manos.
Ruego por mis manos
ya que no alcanzan
la distancia adecuada hacia la luz.
Ruego a Dios por mis manos,
para que se abran siempre sin miedo.
Ruego por la condición de mis manos.
Ruego para que mis manos
lloren por sus poros
al palpar la iniquidad.
Ruego a Dios por mis manos,
para que sólo guarden la memoria
de cada día.
Ruego para que no flaqueen sus dedos
al prestar ayuda al hermano.
Ruego por mis manos
para que logren sanar
acariciando.
Ruego a Dios que fortalezca mis manos
al sostener la justicia
sin quebrarse.
Ruego por mis manos,
para que, al servir, jamás se enfunden
en guantes de sucias manos.
Ruego a Dios por mis manos
pues hace tiempo que no sienten,
que como acero se enfrían,
se endurecen.
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