Parece que, una vez más, Europa se ha jugado el tipo en una reunión de carácter crítico, cuyo resultado no nos deja mejor ni peor, sino todo lo contrario. La imagen que me viene a la cabeza, si se me permite el símil deportivo, es la de un equipo de baloncesto buscando el triple de la salvación en el último segundo, un último segundo que no hace más que repetirse durante días, semanas y meses mientras los espectadores observamos cómo el balón rebota una y otra vez contra el aro, al más puro estilo de "El Día de la Marmota". ¿Qué tocaba esta vez?
El pasado viernes nos enfrentábamos a una revisión de los actuales cánones fiscales de la Unión Europea. Sobre la mesa, aspectos tan dispares como los eurobonos, la imposición de sanciones automáticas frente al incumplimiento de los estándares fiscales de la Unión (nótese el uso del plural) o la implicación de entes privados en el rescate de los países que así lo requieran (el nombre de Grecia estaba sobre la mesa, pero es razonable pensar que de estas reuniones termine saliendo un "Manual de Estilo" del Euro que tenga aplicación en futuros y eventuales rescates).
Estas cuestiones no suponen una novedad, la búsqueda de una política fiscal común viene de largo y algunos se esfuerzan en señalarla como la panacea que acabaría con las estrecheces de la zona Euro. Desde luego, aquel que sea capaz de aunar en un solo paquete de medidas la solución a los problemas de Grecia, Estonia, España y Alemania (por ejemplo), tendrá la solución para muchas más cosas que la crisis del Euro.
Pero hagamos una aproximación a las medidas discutidas durante la cumbre. Alemania se ha llevado a casa parte de su lista de reyes al conseguir que se descartasen los eurobonospropuestos en su día por Durao Barroso. Esta es una solución que habría beneficiado a los países que están encontrando mayores dificultades para financiarse debido a la desconfianza por parte de los inversores en deuda soberana, lo que permitiría aliviar las tensiones de liquidez (los pagos que las administraciones han de enfrentar a corto plazo) y mejorar el coste de la deuda de los países más problemáticos.
El problema de esta medida es que hay mucha diferencia entre países en cuanto a sus necesidades fiscales, su capacidad de financiarse y de hacer frente a sus pagos. Hablamos de unos títulos cuyos deudores son países con suertes tan dispares como Alemania o Grecia. Y, como ya aprendimos gracias a la crisis
subprime y los bonos de titulización hipotecaria, poner a un buen pagador al lado de un mal pagador no convierte al segundo en el primero, por lo que estos bonos serían una flagrante demostración de nuestra incapacidad para aprender de los errores del pasado. Ello sin hablar de las diferencias en las necesidades de financiación.
Con respecto al empleo de sanciones automáticas ligadas al incumplimiento de unos parámetros fijos de déficit fiscal, sin entrar en las repercusiones de carácter político, hay que señalar que, como bien indica Martin Wolf en el Financial Times, el déficit fiscal no parece estar directamente relacionado con la capacidad de un país de mantener su economía en funcionamiento, por lo que una imposición de esta índole no tendría, en principio, efectos reales en la economía mas allá de promover políticas contractivas que enfriarían aun más los ya maltrechos sistemas productivos de los periféricos.
Por último, en cuanto a la participación de los bancos privados en los rescates como principales afectados por las condonaciones de deuda (lo cual ha sido rechazado en la cumbre, aunque se ha dejado una puerta abierta a la contribución de carácter voluntario a través del Fondo de Estabilidad Financiera), no termina de tener mucha lógicamas allá de saciar a un electorado sediento de sangre. Cambiemos Grecia por Ruiz-Mateos, y se vera más fácilmente que la idea de que los "estafados" atiendan a la financiación del estafador resulta, cuanto menos, algo descabellada.
El problema de la Unión es que descansa en un principio de solidaridad que parece no ser de aplicación cuando todos estamos con el agua al cuello. Por el momento necesitamos, como ya nos decían hace unas semanas, trabajar por nosotros mismos. Contención del gasto, endurecimiento de la vigilancia contra delitos fiscales y sustitución de un modelo productivo basado en un sector extremadamente cíclico son algunas de las claves para empezar a salir del hoyo.
¿Y qué nos dice esto a nosotros como hijos de Dios?
Dice el Predicador en Eclesiastés: "Y me dediqué de lleno a explorar e investigar con sabiduría todo cuanto se hace bajo el cielo. ¡Penosa tarea ha impuesto Dios al género humano para abrumarlo con ella! Y he observado todo cuanto se hace en esta vida, y todo ello es absurdo, ¡es correr tras el viento! Ni se puede enderezar lo torcido, ni se puede contar lo que falta."
La Palabra nos previene una y otra vez de poner en manos humanas nuestra salvación y la salida a nuestras tribulaciones. Al mismo tiempo que sabemos que la colaboración con las autoridades y el reconocimiento de su posición son fundamentales para el mantenimiento del Estado de Derecho, debemos recordar nuestro papel como fuerza de acción directa en favor de los más perjudicados por la actual coyuntura.
Que el Señor dé sabiduría a nuestros dirigentes para conseguir acciones específicas para paliar la actual situación económica, pero que nos dé a nosotros memoria por nuestro prójimo, ambición de una sociedad mejor y afán de testimonio a través del amor en acción.
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