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Hoy es mi día de suerte

Este artículo, homenaje a Nicanor Parra, está dedicado a cuatro poetas de ALEC: Meriam Bendayán y Lidia Geldstein, de Perú; Ana Rando, de Málaga, España y Carolina Galán-Jackson, de Buffalo, Nueva York.
EL ESCRIBIDOR AUTOR Eugenio Orellana 02 DE DICIEMBRE DE 2011 23:00 h

Mi amigo Westinghouse se me estaba poniendo insoportable, molesto porque no he estado escribiendo un artículo por semana. «Como tú no eres el que escribe», le respondía yo, «resulta facilísimo exigir a otro que lo haga, ¿no es cierto?» «No es eso, don Eugenio», me decía. «Lo que pasa es que usted ya tiene sus seguidores que echan de menos sus luces». «¡Que luces y que ocho cuartos!» le respondía. «¿De dónde sacaste eso de que tengo mis seguidores? Parece que te equivocaste de pastilla, y en lugar de tomarte la del día te tomaste la de la noche y estás soñando despierto»(*). Westinghouse no dijo nada. Por unos segundos se quedó muy serio, pensando; luego, me dijo, a modo de pregunta con cierto énfasis exclamativo: «No me diga que le pasó lo que a Juan Rulfo». Yo, haciéndome el ignorante, le pregunté: «¿Qué le pasó a Juan Rulfo?» Su respuesta me demostró que mi amigo Westin no es tan ignorante como parece. «No, Westin. Nada de eso. Tranquilo pioji; a ti, que eres mi amigo fiel, te lo voy a confesar».

Westin, que hasta ese momento había permanecido de pie junto a una silla vacía esperando mi permiso para sentarse, me dirigió una mirada de semi angustia como queriendo decirme: «¡Por favor, don Eugenio, permítame que me siente!» Yo, para hacerlo sufrir un poco más, le hice una seña con la mano para que esperara, tomé el celular e hice una llamada. En realidad, hice como que llamaba porque no llamé a nadie. Lo que quería era prolongar mi dominio sobre él. Dicen que la venganza es el néctar de los dioses. Y ahí se quedó Westin, esperando que yo me apiadara de él. Mientras tanto, yo mantenía una animada charla conmigo mismo: «¿Dónde estás?»... «Oh, ya veo»... «¿Y desde qué hora que estás esperando que te atiendan?»... «¡No puede ser! ¿Qué se ha imaginado ese infeliz? Pásale el teléfono que quiero decirle cuatro»... «¿Que no? ¡Pásaselo! ¡Gente así no puede seguir maltratando a los demás haciéndoles esperar hasta que les dé la real gana!» Mientras yo decía eso, observaba a Westin quien, con cara más de angustia que de resignación, parecía hacer esfuerzos para entender mis palabras. «¿Por lo menos te ofrecieron una silla?» proseguí. «¿Que están todas ocupadas? ¡No puede ser!»... «¿Por qué no te vas y vuelves otro día?»... «¿Que qué? ¿Que ya pagaste y si te vas tendrás que volver a pagar?»... «¡Ladrones! ¡Por eso el mundo está como está!»... «Y dime ¿quién quedó cuidando a los niños?»... «¿Tu mamá? ¿Mi querida suegra? Ella que los deja hacer lo que se les antoja y que cuando llegamos a casa encontramos todo patas para arriba?»... «Está bien. No hablaré más. Tú sabes que la quiero...» La conversación siguió por otros quince minutos. Me volví, entonces, a Westin y le dije: «Toma asiento, mi hermano. Y relájate». Con un gran suspiro, mi amigo se dejó caer sobre la silla. Yo sonreí.

Deslicé, entonces, suavemente el celular sobre el escritorio, me paré y me puse a mirar por la ventana. Me entretuve viendo cómo las hojas de los árboles que rodean el edificio, algunas color café, otras color rojo y aun otras color verde, se desprendían de las ramas y caían al suelo haciendo piruetas y planeamientos generados por la brisa que soplaba. Así estuve un buen rato. Los ojos puestos en las hojas y la mente puesta en Westin. «Que siga esperando», me dije. ¿No han hecho eso y mucho más ellos con nosotros?»

Me volví lentamente y le pregunté: «¿De qué estábamos hablando, mi querido Westin?» Westinghouse inclinó la cabeza y de pronto lo veo arrastrándose por el piso, moviendo la cola y mirándome con unos ojos tan lastimosos que casi me hicieron llorar. Estiré la mano y empecé a acariciarle el lomo. Westin se dejó hacer, se estiró cuan largo era sobre el piso y se volvió para yacer de espalda, dejando sus cuatro patas en el aire. ¡Pobre Westin! «¡Levántate!» le ordené.

«Estaba a punto de explicarme» empezó a decirme «por qué no estaba escribiendo un artículo cada semana». «¡Oh, sí! Ya recuerdo».
«Mira muchacho», empecé a decirle. «La explicación que tendría que darte puede resultar demasiado larga de modo que prefiero dejarla para una próxima ocasión...» «Está bien» me interrumpió, «pero que no se le transforme en costumbre eso de ir dejando cosas para una próxima ocasión». Hice como que no lo había oído y proseguí.

«Hoy es mi día de suerte, Westin. Y te voy a decir por qué. Anoche dormí de un tirón; desperté animoso y dispuesto a conquistar el mundo. La hernia hiatal que es mi compañera inseparable, durmió tan tranquila como yo. Ninguna molestia. Sueños apacibles. Mente controlada. Mientras desayunaba...» «¿Qué desayunó?» «Lo de siempre: una taza de café negro y dos tostadas con mantequilla». «Está bien, ¿qué más?» «¿Qué más desayuné? Nada más, eso fue...» «No. Me refiero a por qué otra cosa siente que hoy es su día de suerte». «Oh, sí. Mientras tomaba mi desayuno, me puse a hojear el diario. Un atavismo que arrastro desde los años sesentaitantos del siglo pasado, ¿comprendes? ¿Y sabes con qué me encontré?» «¿Con qué?» «¡Nada menos con que a mi amigo Nicanor Parra, a sus 97 años, le han otorgado el Premio Cervantes!» «¿Amigo suyo?» «Por supuesto. No lo he visto nunca pero es mi amigo. ¿O no son amigos de quienes aman la poesía todos los poetas del mundo? Nicanor Parra es mi amigo. Doblemente. Triplemente. Novenamente. Milvecesmente». Westin: «¡!» «Nicanor, el antipoeta, irreverente y provocador, como dice hoy El País en su primera página. Nicanor, el poeta quitado de bulla, huidizo de cámaras y de luces. Como su hermana Violeta. Arte popular a ultranza; de una sensibilidad tan típica de los Parra: Violeta, Nicanor, Ángel, Isabel, Nano. Todos gente de pueblo. Todos, labrados a golpe de cincel y martillo. Todos, cantores a la vida aunque Violeta haya decidido quitársela. Nicanor, aquel poeta que se rió cuando la Universidad de Concepción lo patrocinó como candidato al Nobel de Literatura y que, aun riendo, se refirió a la Universidad de Chile, que antes había hecho otro tanto como aquella que «no pisaría por segunda vez el palito» y al Nobel como algo «que no le hace mal a nadie».

Nacido en San Fabián de Alico, tierra en la que enseñó durante un tiempo nuestra Melsy Navarrete; donde los cerezos frutales adornan las calles y ofrecen su dulce fruto a quienes quieran tomarlo; donde se respira el más puro aire del campo chileno; San Fabián de Alico, que todavía nos falta por conocer. Tierra generosa con gente que sabe brindar hospitalidad al visitante. Allí nació este Nicanor llevando con él, por el resto de sus días, ese grato aroma de tierra fértil que habría de irse plasmando en sus poemas y antipoemas.

Si quieres disfrutar de su Cueca Larga, de sus Versos de Salón, de sus Artefactos, de sus Hojas de Parra, anda a la Internet y allí encontrarás lo que quieras de él. Mientras tanto, me permito transcribir aquí su Defensa de Violeta Parra:

Defensa de Violeta Parra

Dulce vecina de la verde selva
Huésped eterno del abril florido
Grande enemiga de la zarzamora
Violeta Parra.

Jardinera
locera
costurera
Bailarina del agua transparente
Árbol lleno de pájaros cantores
Violeta Parra.

Has recorrido toda la comarca
Desenterrando cántaros de greda
Y liberando pájaros cautivos
entre las ramas.

Preocupada siempre de los otros
Cuando no del sobrino
de la tía
Cuándo vas a acordarte de ti misma
Viola piadosa.

Tu dolor es un círculo infinito
Que no comienza ni termina nunca
Pero tú te sobrepones a todo
Viola admirable.

Cuando se trata de bailar la cueca
De tu guitarra no se libra nadie
Hasta los muertos salen a bailar
Cueca valseada.

Cueca de la Batalla de Maipú
Cueca del hundimiento del Angamos
Cueca del terremoto de Chillán
Todas las cosas.

Ni bandurria
ni tenca
ni zorzal
Ni codorniza libre ni cautiva

solamente tú
tres veces tú
ave del paraíso terrernal.

Charagüilla
gaviota de agua dulce
Todos los adjetivos se hacen pocos
Todos los sustantivos se hacen pocos
Para nombrarte.

Poesía
pintura
agricultura
Todo lo haces a las mil maravillas
Sin el menor esfuerzo
Como quien se bebe un vaso de vino.

Pero los secretarios no te quieren
y te cierran la puerta de tu casa
y te declaran la guerra a muerte
Viola doliente.

Porque tú no te vistes de payaso
Porque tú no te compras ni te vendes
Porque hablas la lengua de la tierra
Viola chilensis.

¡Porque tú los aclaras en el acto!

Cómo van a quererte
me pregunto
Cuando son unos tristes funcionarios
Grises como las piedras del desierto
¿No te parece?

En cambio tú
Violeta de los Andes
Flor de la cordillera de la costa
Eres un manantial inagotable
De vida humana.

Tu corazón se abre cuando quiere
Tu voluntad se cierra cuando quiere
Y tu salud navega cuando quiere
Aguas arriba.

Basta que tú los llames por sus nombres
Para que los colores y las formas
Se levanten y anden como Lázaro
En cuerpo y alma.

¡Nadie puede quejarse cuando tú
Cantas a media voz o cuando gritas
Como si estuvieran degollando
Viola volcánica!

Lo que tiene que hacer el auditor
es guardar un silencio religioso
porque tu canto sabe adónde va
perfectamente.

Rayos son los que salen de tu voz
Hacia los cuatro puntos cardinales
Vendimiadora ardiente de ojos negros
Violeta Parra.

Se te acusa de esto y de lo otro
Yo te conozco y digo quién eres
¡Oh cordillerillo disfrazado de lobo!
Violeta Parra.

Yo te conozco bien
hermana vieja
Norte y sur del país atormentado
Valparaíso hundido para arriba
¡Isla de Pascua!

Sacristana cuyaca de Andacollo
Tejedora a palillo y a bolillo
Arregladora vieja de angelitos
Violeta Parra.

Los veteranos del Setentainueve
Lloran cuando te oyen sollozar
En el abismo de la noche oscura
¡Lámpara a sangre!

Cocinera
niñera
lavandera
Niña de mano
todos los oficios
Todos los arreboles del crepúsculo
Viola funebris.

Yo no sé qué decir a esta hora
La cabeza me da vueltas y vueltas
Como si hubiera bebido cicuta
Hermana mía.

Dónde voy a encontrar otra Violeta
Aunque recorra campos y ciudades
O me quede sentado en el jardín
Como un inválido.

Para verte mejor cierro los ojos
Y retrocedo a los días felices
¿Sabes lo que estoy viendo?
Tu delantal estampado de maqui.

Tu delantal estampado de maqui
¡Río Cautín!
¡Lautaro!
¡Villa Alegre!
¡Año mil novecientos veintisiete
Violeta Parra!

Pero yo no confío en las palabras
¿Por qué no te levantas de la tumba
a cantar
a bailar
a navegar
en tu guitarra?

Cántame una canción inolvidable
Una canción que no termine nunca
una canción más
una canción
es lo que pido.

Qué te cuesta mujer árbol florido
Álzate en cuerpo y alma del sepulcro
Y haz estallar las piedras con tu voz
Violeta Parra.

Esto es lo que quería decirte
Continúa tejiendo tus alambres
Tus ponchos araucanos
Tus cantaritos de Quinchamalí

Continúa puliendo noche y día
Tus tolomiros de madera sagrada
Sin aflicción
Sin lágrimas inútiles

O si quieres con lágrimas ardientes
Y recuerda que eres
Un cordillerillo disfrazado de lobo.


(*) Frase que, según la prensa de hoy, viernes 3 de diciembre de 2011, le habría dicho Diego Armando Maradona a Pelé, al afirmar éste que Neymar es el mejor jugador del mundo.
 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Pablo Quezada Soto. Antiantropólogo.
06/12/2011
14:39 h
1
 
Parra no es poeta ni anti-poeta, es un huaso de Chillán que, pasado el Paso Nivel, que en aquellos tiempos sería a puro nivel, desengancha al animal del arado y lo manda a cortar hojas de parra. No tiene idea cómo se las ingenia el burro, pero languidece a la hora de evaluar sus maquinaciones. El burro puede más y Parra se exilia encantado.
 



 
 
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