La investigación histórica es un proceso inacabado. Quienes nos dedicamos a hurgar en el pasado, y como fruto de ese ejercicio nos atrevemos a publicar nuestros descubrimientos, debemos mantener siempre un sentido de vigilancia sobre el hallazgo de nuevos datos. En este sentido no podemos dar por cerrado el diálogo con los hechos históricos.
Hace tres meses la Editorial Cajica publicó un libro de mi autoría, James Thomson: un escocés distribuidor de la Biblia en México, 1827-1830. Por una de las cartas de Thomson supe que el colportor enviado de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera (SBBE) informaba a las oficinas en Londres acerca de un edicto que censuraba su labor. En misiva fechada en la ciudad de México el 30 de junio de 1828, el dedicado promotor de la Biblia escribió: “En mi carta de marzo último le confiaba mis temores de que las autoridades eclesiásticas de esta ciudad y diócesis dieran algunos pasos para obstaculizar o impedir la circulación de las Escrituras. Lamento tener que informarle que mis temores ahora se han verificado. Hace unos pocos días han publicado un edicto. Le envío a usted una copia del mismo y en el próximo vapor podré darle algunos informes de sus efectos”.
Las líneas anteriores proporcionan la pista que en los archivos de la SBBE se encuentra el edicto. El problema para un investigador independiente, como quien escribe este artículo, es que careciendo de apoyos institucionales que hiciesen factible un viaje para consultar los archivos de la SBBE, la alternativa de revisar el documento en ese lugar simple y sencillamente era una posibilidad cerrada. Quedaba entonces el camino de investigar la documentación citada en bibliotecas mexicanas. Hicimos el esfuerzo, y tras largas jornadas de pesquisas infructuosas debimos conformarnos con entregar el libro acerca de Thomson a la casa editora. Debimos resignarnos temporalmente a nada más mencionar en el libro la promulgación del edicto, y decir que el mismo prohibía a la feligresía católica comprar y/o leer los materiales bíblicos promocionados por Thomson.
Ocupado en otra investigación, también situada en el siglo XIX mexicano, encontré casi de manera serendípica el edicto prohibicionista del que Thomson ahondaba en una nueva carta a la SBBE, el 23 de julio del año antes citado: “Me atrevo a decir que usted lo considerará un documento bastante extraño, aunque los razonamientos que se encuentran en él no son nuevos sino más bien los que ha usado el mismo sector durante los últimos tres siglos”. Es decir, Thomson dejaba entrever que la acción en su contra formaba parte de la mentalidad construida por la Contrarreforma.
El 17 de junio de 1828 el “Dean y Cabildo de la Santa Iglesia Metropolitana de México” inicia afirmando que “velar, trabajar, desempeñar el cargo de Evangelista eran los deberes de aquel ministerio que el apóstol S. Pablo inculcaba como precisó a su discípulo Timoteo: obligaciones que, aunque recomendadas a su persona fueron dirigidas a cuantos en el transcurso de los tiempos tocase como Pastores al cuidado de la grey de Jesucristo. Tan gravísima obligación nos causa entre otros varios pesares el de que el hombre enemigo esté sembrando en el campo del Señor la cizaña de la mala doctrina con la multitud de biblias, que truncas [carentes de los libros deuterocanónicos, CMG], sin la debida aprobación y respectivas notas circulan”.
La motivación para apercibir a posibles adquirientes de la Biblia que afanosamente diseminaba James Thomson, fue “precaver y cortar el cáncer que envenena momentáneamente las almas de muchos incautos e ignorantes”. Argumentaba el documento clerical católico que la Biblia solamente debía leerse con las notas doctrinales aprobadas por Roma, de acuerdo a “la interpretación de la tradición que recibió de mayores sentidos y explicaciones de los padres y doctores, estando además muy alerta contra la seducción de aquellos maestros ignorantes y volubles, que han de tiempo en tiempo aparecido, y que con particulares interpretaciones adulteran las Escrituras con sentidos que no tienen, engañando a los simples con sus propios sueños y delirios”.
Los censores citan que ante las “herejías de Lutero” la Iglesia católica prohibió en el Concilio de Trento las traducciones de la Biblia a las “lenguas vulgares”. Recuerdan que los papas Clemente XII (6 de julio de 1758-2 de febrero de 1769) y Benedicto XIV (17 de agosto de 1740-3 de mayo de 1758) estuvieron de acuerdo en permitir “las versiones en lengua vulgar aprobadas por la Santa Sede o con anotaciones sacadas de los santos padres, o intérpretes devotos y católicos”.
Elogian la traducción católica realizada por el padre Felipe Scío de San Miguel, y la contraponen a las “ediciones de las sociedades bíblicas en las que se trasluce un siniestro empeño en propagarlas, por propagar el funesto principio de las sectas protestantes: a saber: que la única regla de fe es la Escritura entendida por cada uno según su propio juicio: principio diametralmente opuesto al definido en el santo Concilio de Trento en que establece ser la viva voz de la Iglesia a quien toca el juzgar del verdadero sentido e interpretación de las Escrituras”.
Es necesario aclarar que el texto de la Biblia distribuido por James Thomson fue el del padre Scío de San Miguel, pero sin incluir los libros deuterocanónicos veterotestamentarios. Además la Biblia de la SBBE no incluía las que el edicto consideraba “excelentes notas” doctrinales de Scío. Por lo tanto la promovida por Thomson fue una Biblia de traductor católico pero de canon protestante.
En consecuencia el edicto mandaba, de forma tajante, “que ninguna persona dentro del territorio de nuestra diócesis imprima, compre, venda, ni retenga, sin las debidas licencias, la Sagrada Biblia o libro alguno de ella en idioma vulgar, sin notas y explicaciones aprobadas”.También requería “que el primer día festivo
inter misarum solemnia, se lea este nuestro edicto en todas las iglesias de nuestra Diócesis: esperando que nuestros fieles diocesanos se prestarán dóciles a estas nuestras insinuaciones, como tan necesarias al bien general de sus almas, a las que amamos ardientemente en Nuestro Señor Jesucristo”.
A partir de la publicación del edicto, James Thomson atestiguó cómo otras diócesis del país lo reprodujeron e hicieron suya la prohibición. El colportor de la SBBE trabajo denodadamente por tres años en México. Por sus informes conocemos que a partir del edicto se le fueron cerrando puertas, pero de todas maneras a su paso dejó miles de biblias y porciones bíblicas que traerían frutos que otros cosecharon.
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