Tu nombre

Si de repente
invoco tu nombre,
no es por miedo
a unas llamas
que consuman mi frente.

No es por azufre
ni por sangre
que surge tu nombre
como un grito ardoroso
de mi boca.

Tampoco son –creo-
vanas coronas ni laureles
los que me animan
a decir en palabras
tu nombre inalcanzable.

Si te llamo y recorro
calles enteras de mí misma
buscándote en el alba,
no es por rencor, odio
o venganza. No te reconozco
habitando donde el hombre
levantó murallas
por no darte la mano.

Si te espero y reclamo
de tu nombre
sobre mis pobres dominios,
es porque vive en mí una sed
de toda tu presencia,
que me hace distinta,
que me recompone el amor
que perdí en mil batallas,
que me restaura las ganas
de abrazarme a la vida,
que me trae huracanes sólidos
de sed de justicia,
y me levanta hacia arriba.

Tu nombre me da forma,
obra en mi silueta maravillas
de artista.

Reclamo auroras y ocasos
donde tu nombre esté presente
en lo más hondo del lodo
que me habita,
y en ese fango oscuro
tu nombre,
más intenso brille
trayendo a la luz
los milagrosos tesoros
descubiertos por tu soplo fresco
penetrando mis pupilas.

No quiero tener hambre
sino de las cinco letras
de tu nombre.
No quiero tener. Sólo tu nombre
me baste
para andar, Señor,
llevando en mi espalda
la cruz de tus alas
que un día dieron
el encaje perfecto
a este puzzle incompleto,
vacío sin ti
y próximo al abismo.