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Torres que caen, palacios que se alzan

Solemos preferir sucedáneos de la realidad que la realidad misma, también en lo referente a las personas.
EL ESPEJO AUTOR Lidia Martín Torralba 29 DE OCTUBRE DE 2011 22:00 h

Todos nos creamos primeras impresiones acerca de los demás. Conforme los vamos conociendo vamos reforzando, matizando, desbaratando o reorganizando la información para generar un retrato algo más “realista” acerca del individuo en cuestión o, al menos, eso creemos. Estos retratos, que bien lejos quedan de ser una fotografía veraz de la persona, nos sirven, sin embargo, para organizar nuestra conducta. Nos ayudan a anticipar consecuencias, a prever dificultades, a sortear obstáculos, a decidir qué riesgos son asumibles o no en el contacto con esa persona… aunque sean imperfectos y, a veces, creemos que no necesitamos más. Nos conformamos sólo con cómo nuestra mente nos dice que la persona es, al margen de cómo realmente sea. Mientras nos sirva esa imagen, no nos cuestionaremos nuestros sentidos, no buscaremos en la realidad para comprobar que estemos en lo cierto, llegando hasta el punto, incluso, de inventarnos al otro, aunque sea por simple comodidad para no tener que conocerlo.

Nos gusta pensar que los demás son lo que queremos que sean. Construimos torres alrededor de una ilusión, ídolos de barro que responden más a un deseo o a una carencia que a una realidad palpable.Nos imaginamos que la otra persona nunca nos decepcionará, que estará siempre a nuestro lado. Creemos ciegamente en ella, en todas sus promesas (que son imperfectas y sujetas al tiempo y las circunstancias, por desgracia). Gestionamos nuestra conducta alrededor de ello y, en algún momento, terminamos dándonos cuenta de que, en el fondo, nos hemos estado engañando, a veces con consecuencias nefastas.

Pensemos en el enamoramiento, por ejemplo. No es una trivialidad porque, de hecho, hoy por hoy la mayoría de las parejas se establecen sobre esto y no sobre otros valores más sólidos que, en el mejor de los casos que no es el más habitual, llegan mucho después. Tanto es así que, si no hay enamoramiento en una pareja, automáticamente muchos determinan que no existe amor y que, por tanto, se ha alcanzado la fecha de caducidad en esa relación. Pero el enamoramiento no es amor, no nos engañemos. No hay un conocimiento real de la otra persona. No cuesta ningún esfuerzo todo lo que se hace y lo que se busca es, esencialmente, cubrir la propia necesidad de ser amado, pero no tanto de un amor sacrificial hacia el otro. Se opta por seguir adelante con la relación o no en función de las primeras impresiones y, principalmente, en base a la imagen idealizada que nos hemos hecho de esa persona en condiciones poco realistas. Torres que terminarán cayendo, con todo el dolor que eso implica.

A medida que se van dando acontecimientos, cada cual va mostrando su verdadero yo, pero a las personas nos resulta difícil renunciar a la imagen que del otro nos hayamos podido hacer.Conforme va pasando el tiempo, sin embargo, se va acumulando evidencia suficiente como que ya no nos podamos negar a lo que tenemos delante. Las personas nos decepcionamos unas a otras. Ocurre en las amistades, en la pareja, en el trabajo, incluso en el ámbito de la familia, en que se supone que nos conocemos en la intimidad y a la perfección y nos queremos por encima de todo. Ahí las personas se encuentran en una encrucijada, independientemente del ámbito en el que se muevan: o renunciar a la imagen que tenían y, con ello, incluso a la persona en sí, o decidir que merece la pena desechar una imagen falsa y empezar a conocer verdaderamente al otro, abandonando la impresión, pero no la persona en sí misma. A esto último no estamos nada acostumbrados, francamente, en estos tiempos que nos ha tocado vivir. Tenemos más bien la tendencia y la costumbre de sustituir a las personas unas por otras como si de un pequeño electrodoméstico se tratara, sin más. No nos interesa verdaderamente conocernos y reparar nuestros diagnósticos erróneos. Preferimos nuestra propia versión del otro y esto es ciertamente triste, cuánto más si lo que une a las dos personas es un vínculo verdaderamente fuerte, estrecho.

Las personas no tienen la culpa de que los demás nos hagamos una imagen desmesurada acerca de ellos. Todos cambiamos, por lo que ese no es necesariamente el problema. Sólo lo es cuando el cambio responde a la renuncia de principios básicos, deseables, buenos en el sentido más amplio de la palabra. Cuando alguien falta a su palabra a pesar de que la comprometió, esto es un mal cambio, ya que falta a la verdad. Cuando la persona cambia en el sentido de que ya no responde a la imagen que nos habíamos creado de ella, sin embargo, el problema de percepción es nuestro y sólo nuestro. A veces se dan ambos fenómenos a la vez y no siempre sabemos discernir, por lo que terminamos achacando al otro que él cambió, que es mucho más fácil e indoloro (aunque no lo parezca), pero no que nosotros no supimos ver con claridad quién era en realidad.

Solemos preferir sucedáneos de la realidad que la realidad misma, también en lo referente a las personas y creemos que las cosas siempre estarán donde nos gusta que estén.Las circunstancias nos llevan, sin embargo, en una dirección en unas ocasiones y en otra bien diferente en otras. Así que el hecho de que los demás cambien, de que cada uno lo hagamos, no es diferencial. Pero es una realidad que normalmente eludimos, la de que las circunstancias nos hacen variar, pero que nosotros también somos cambiantes, para bien y para mal.

No es necesariamente malo que las personas cambiemos. Como en todo, depende de cuál sea la dirección, las razones, las motivaciones del cambio y también las consecuencias que se derivan de él. Que cambiemos significa que podemos ajustarnos a las modificaciones que también el entorno nos impone. Implica que podemos amoldarnos, flexibilizarnos y, por tanto, avanzar a pesar de los obstáculos que en la vida encontramos. Igualmente, nos da la oportunidad de poder andar por caminos nuevos y desaprender malos hábitos para aprender otros mejores.

Cuando una torre se nos cae, significa un duro golpe. No nos gusta toparnos con la realidad de un derrumbe de forma atronadora. Cuando las cosas suceden así, además, suele haber daños colaterales, porque nos acogemos a la torre como si de un clavo ardiendo se tratara hasta el momento mismo en que se viene abajo. Y entonces nos damos cuenta con lágrimas de nuestro error. Sucede y seguirá sucediendo mientras endiosemos a las personas con las que nos relacionamos y es que no terminamos de aprender. Pensamos que estas cosas pasan a los demás, pero nunca a nosotros mismos y cuando nos suceden, dado que tantas expectativas y esperanzas hemos depositado en el ídolo, se nos vienen abajo junto con él. En ese momento justamente, sin embargo, es cuando podemos tomar una de las decisiones más importantes de nuestras vidas: si echarnos a llorar sobre las ruinas de un edificio que nunca estuvo bien sustentado, o por el contrario decidir construir un palacio sobre una base realmente sólida, basada en el conocimiento real del otro y no en una falacia.

Mi reflexión hoy no es, por tanto, una crítica a la realidad de que las personas cambien, que es cierto y natural porque las circunstancias cambian. Todos cambiamos. Es al hecho de que seguimos creándonos una falsa imagen de los demás que nos ciega y nos inutiliza para conocerles realmente y para amarles como son. Las torres que nos hemos construido acerca de los demás, de las relaciones que nos unen a ellos, están distantes del mundo real verdaderamente. Son eso, construcciones de una realidad que no existe. Pero no nos damos cuenta de que es así hasta que se derrumban, y nuestros sueños con ellas. No hacemos algo diferente con Dios.Lo reducimos al tamaño de nuestro propio ídolo de bolsillo, nos enamoramos de lo que creemos que es, pero cuando no encaja en nuestro cliché, lo desestimamos y no nos molestamos en amarle y conocerle.

Me propongo hoy hacer una nueva lectura del mundo de nuestro alrededor.

Me sugieroestar dispuesta amar a quien tengo al lado con esfuerzo, con tesón por conocerle y por no sustituir la belleza de quien es por la podredumbre de una idea falsa de quien pudiera ser.

Me obligoa recordarme que, al igual que el otro tiene defectos, yo también los tengo y que habré de vivir con ellos, unos y otros, intentando que dañen lo menos posible.

Me fuerzoa ser fiel a la verdad de lo que veo, aunque a veces no me guste, y a la realidad de lo que se ve de mí, aunque a veces no guste.

Pondrélo que esté en mi mano por ser fiel a lo bueno, a lo justo, a lo amable, para ser bálsamo y no vinagre en las heridas.

que si busco consciente y sistemáticamente lo mejor del otro lo encontraré, porque existe, está, aunque con mi vista limitada no siempre sepa verlo. Y entonces, sólo entonces, sabré agarrarme a eso como a una realidad que puede cambiar, sí, de la misma forma que cambio yo con cada día que pasa.

Intentaréque los cambios no sean a peor, sino a mejor, que verdaderamente merezcan la pena y no sean un paso atrás en vez de hacia delante.

Renuncioa una versión pobre, simplista y edulcorada del otro para esforzarme en encontrar lo que realmente hay, con toda su complejidad, cierto, pero también con toda su riqueza.

Y principalmente manifiestomi amor y deseo por encontrar lo verdadero, y no conformarme con medias tintas ni cuentos de hadas que sólo terminan en ruinas.

Renuncio a mi torre. Quiero un palacio.
 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

maria
04/11/2011
09:29 h
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Vaya...realmente me ha hecho reflexionar mucho este articulo. Creo que hacemos esto muchas mas veces de las que pensamos.Sinceramente se me han caido muchas torres y si que duele.Gracias por el animo a seguir conociendo a esa persona a pesar de que haya cambiado o su imagen no refleje la q tenemos en la cabeza.GRacias
 



 
 
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