Nuestro Señor es el Dios de la diversidad y, en su soberanía, reparte entre sus hijos sus talentos como mejor le parece para el crecimiento de su pueblo.
En muchas ocasiones le he dado gracias precisamente por este hecho, por las distintas capacidades y sensibilidades de mis hermanas y hermanos,especialmente en aquellos aspectos que yo me veo tan incapaz de atender debido a mis limitaciones, mientras pienso para mis adentros: “
Menos mal, Señor, que tú lo cuidas todo y tienes una visión de conjunto…” .
Entre nuestros compañeros de peregrinaje encontramos los prácticos, los que poseen un don especial para las cuentas, o para multiplicar panes y peces si hace falta, los que contagian alegría a su alrededor y los que tienen un corazón amante y tierno para los que sufren, los que tienen vocación de eruditos, los que ofrecen sus manos y su cerebro para el trabajo, los que tienen hoteles de primera en pisos de 60 m2, los que cantan y los músicos, los
manitas, otros a los que la otra punta del mundo les parece cercana y no dudan en partir hacia donde haga falta…
Y en medio de todos estos y de muchos más, están los que sueñan para Dios pequeños y grandes sueños, porque el Señor les concede una visión especial de lo que puede hacerse para el avance de su Reino.
Estos soñadores
no siempre tienen buena prensa: puede que pasen por ilusos, ingenuos, o ya directamente por locos. En muchos casos son una verdadera molestia, con ideas y proyectos de apariencia descabellada e impracticable, porque hay quienes no ven el cómo, o la rentabilidad, o no tienen las ganas.
Los soñadores ven cómo les
arrugan la nariz cuando exponen lo que han vislumbrado, o les regalan
cara de infinito desprecio cuando expresan su sueño.
Si no vemos claro el sueño de un hermano nuestro, podríamos pensar que el Señor nos puede estar diciendo:
‘¿Qué a ti? Sígueme tú’[i]. “Preocúpate de tu llamado, de lo que yo quiero de ti, y déjame que yo me ocupe de mis otros hijos y de lo que les encomiendo”. O podríamos copiar la actitud de Gamaliel, cuando aconsejó al concilio:
‘Porque si esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios’[ii].
Cuántos propósitos
desatinados llegaron a buen puerto a pesar de nosotros y nuestras categóricas opiniones llenas de soberbia. Y aún aguardábamos su fracaso para alegrarnos mezquinamente y disfrutar diciendo: ‘
¿Lo ves, lo ves?’. Sin contar con que algunos de los malogrados proyectos lo fueron como consecuencia directa de nuestra acción (¿maledicencia en grado sumo? ¿dejar de ofrendar? ¿boicot desde frentes diversos?). En este último supuesto no se trataría de la voluntad de Dios, evidentemente, sino de haberle hecho el juego al Adversario, que siempre anda como león rugiente mirando a quién devorar.
¿Quién pensó en atender de manera personalizada
estudios bíblicos por correspondencia por
todo el mundo, y así llevar al conocimiento del Señor y a la salvación? ¡Si eso no se puede hacer!
¿Quién fue el loco que soñó que toda la obra social de una ciudad grande podría llevar un solo sello, para que todos los vecinos la asociaran con la iglesia? ¡Pero qué dices!
¿A quién se le ocurrió montar unas
olimpiadas evangélicas infantiles, convocando a
todas las iglesias, entusiasmando a los niños y a las familias, y ‘
a ver esos aplausos, que dan alas’? ¡Eso es imposible, y más hace veintiséis años!
¿Una
revista digital evangélica, de alcance mundial, con contenidos diversos, actuales, de calidad, críticos? ¡Venga ya! ¿Quién estará interesado?
¿Una compañía de teatro permanente? ¿Pero el teatro
es cristiano? ¿Y mimo también?
¿Un coro gospel? ¿Cantando en inglés? ¿Y
en catalán?
¿Que vais a atender qué? ¿A personas que han perdido familiares? Eso es que tienen poca fe…
Creo que de muestra valen estos pocos botones.
Nuestra historia, no sólo ésta más cercana que he pincelado, sino la de los últimos siglos, ha estado llena, ¡gracias a Dios!, de soñadores llenos del Espíritu del Señor, pero también de desalentadores vocacionales. Con repasar someramente las vidas de los misioneros, por ejemplo, volvemos a darnos cuenta de ello.
Quiero hacer notar, en este punto, que
la Historia, la que se escribe con mayúscula, la imaginan estos soñadores de Dios, y a veces la llevan a cabo solos, pero en muchas otras ocasiones, afortunadamente, apoyados por otros de los andantes del camino que comentábamos al principio. Y gracias a todos ellos, se producen esos puntos de inflexión que, vistos en perspectiva, con el paso de los años, dan la talla de los siervos del Señor que estuvieron entre nosotros.
Estamos en un momento en nuestro país donde parece difícil soñar, al menos en ciertos ámbitos. El tema está complicado respecto a la libertad religiosa, por ejemplo.
¿Y si saliéramos todos unidos a la calle, pacíficamente, y manifestáramos nuestro desacuerdo con estas injusticias y agravios que se están produciendo desde hace tanto tiempo en un Estado que quiere presumir no sé bien de qué a estas alturas? ¿Unidos? Imposible… ¡Para qué! No servirá de nada… Total, podemos reunirnos en las casas…
Los soñadores responden: ¡
Unidos! ¡Todos! Reclamando las libertades que Dios nos ha dado y dando testimonio de su Nombre. ¡Para nosotros y para nuestros hijos!
Considerad el caso de Yousef Nadarkhani. Entre otras muchas acciones, quizá los miles de correos electrónicos mandados a las embajadas iraníes de medio mundo han hecho algún efecto para, de momento, aplazar su ejecución.
Dicen que los que llevan a cabo tareas imposibles es porque, de hecho, no saben que lo son. Y nosotros contamos, además, con el Dios Todopoderoso para el que nada es imposible.
Si tú eres una soñadora de Dios, un soñador, no te asustes del gran mar que estorba tu camino, o de lo recias que parecen las murallas que hay que derribar, o de la multitud de los ejércitos enemigos, ni desfallezcas por haber estado pescando toda la noche sin resultado alguno. Sigue soñando, hasta que el Maestro te diga: ‘Ahora. Boga mar adentro y echa las redes para pescar…’. Yo sé lo que responderás: ‘A pesar de todo lo que tú ya conoces, Señor, en tu palabra echaré la red.’[iii]. Y todos sabemos de qué manera imposible acaba la historia, ¿verdad?
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