Hay épocas en la vida de los hombres y los pueblos que la existencia se torna más dura de lo normal. El siglo XVI español fue uno de esos tiempos recios. Después de un comienzo de siglo brillante, con la formación de un imperio potente y una cultura de primera línea, la Inquisición y la mente mezquina de una parte de la población peninsular convirtieron aquella época en “tiempos recios”.
Ignacio Tellechea lo expresó muy bien en su libro sobre la Inquisición y los heterodoxos españoles, cuando utilizó la
famosa frase de Santa Teresa para calificar a una época histórica compleja y en muchos casos decepcionante como “tiempos recios”.
Mientras que el imperio crecía en ultramar y Europa se doblegaba a los tercios españoles, en el interior del reino, la pobreza y la ignorancia se cebaban con una población temerosa de la Inquisición y dispuesta a someterse al poder con tal de no quedarse fuera del sistema.
La política matrimonial de los Reyes Católicos había dado fecundos dividendos, pero los castellanos, que comenzaban a dominar el Nuevo Continente, demostraban su codicia y su sadismo sobre una población indígena en esta de shock.
La unidad religiosa en la Península había supuesto la deportación de decenas de miles de judíos y una lenta asimilación de los moriscos, obligados a convertirse o correr la misma suerte que los hebreos.
La sociedad que se había abierto a Erasmo, que había creado la Universidad de Alcalá y dado figuras literarias universales, comenzaba una lenta y agónica decadencia que habría de dudar varios siglos.
El fanático casticismo español, racista y retrógrado, convertía a España en el país más atrasado de Europa y uno de los más violentos y pobres del Occidente.
Luis Viveslo intuyó desde su exilio, él que era hijo de judíos al contemplar la barbarie española exclamó:
Tiempos difíciles los nuestros, en que no podemos ni hablar ni callar sin peligro.
En la segunda mitad del siglo XVI, hasta
el arzobispo Carranza, primado de España, tuvo que apelar a Roma para escapar de las zarpas de la Inquisición. España se llenó de hogueras, se impidió a los estudiantes salir a estudiar a Europa y se premió la ortodoxia por encima de la excelencia.
En esas anduvo el país durante el siglo XVII y XVIII, enfrentándose a todo aquel que quería dar nuevos aires a una sociedad caduca y retrógrada. Así llegamos a un siglo XIX mojigato y atrasado, repleto de guerras civiles y golpes de estado.
Todo comenzó por buscar la uniformidad, por premiar la sangre y no el esfuerzo, la nobleza y no el trabajo. Entre los fantasmas que amenazaban a aquella España cerrada en sí misma, estaba
Lutero, el hereje que lo deshizo todo con sus libros.
El cordón sanitario contra sus ideas perduró durante siglos. Se vacunó a la sociedad contra los protestantes, pero al mismo tiempo se le inoculó el agnosticismo y el escepticismo más extremo.
¿Vivimos tiempos recios? Hard Times, que dijo Dickens en su famoso libro. Para enfrentar aquellos se levantaron gentes como Bartolomé de las Casas, Teresa de Jesús, Fray Luis de León, Antonio del Corro, Francisco de Enzinas y Casiodoro de Reina. ¿Quién se alzará hoy por nosotros? ¿A quién enviará Dios? Resuenan las palabras de Dios ante Isaías: ¿Quién irá por nosotros?
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