He visto el mar inmenso cuando golpea con furia las rocas de la costa aún aquí, en nuestro mar doméstico. He descubierto, en la arena fina de estas playas, caracolillos, algas, piedras de colores y cristales redondeados. He mirado el horizonte y he visto surgir, de entre la bruma, ese sol naranja de doble tamaño que nos regalas por las mañanas. Tus montañas, repartidas aquí y allá, con mil caras y matices, imponentes, majestuosas, haciendo en casa de muralla protectora, me recuerdan tu grandeza. Y en la noche he sabido que tus estrellas son sólo un puñado de tus infinitas maravillas.
Sé que si tú dices que tu pueblo pasó en seco el Mar Rojo, es que fue así. Porque tú puedes hacerlo. También sé que las murallas de Jericó cayeron por tu mano. Y que asististe a David contra el gigante. Y que escuchaste a Elías en el Carmelo, frente a los profetas de Baal, enviando fuego del cielo para el sacrificio.
Conozco de tu Providencia, y me asombro de cómo moviste los hilos de la Historia para colocar a Ester y Mardoqueo en el lugar justo en el momento oportuno, para salvar a los tuyos, aquellos pocos expatriados. Y de cómo preparaste el escenario para que, después de la partida de tu Hijo, tu mensaje de esperanza y salvación se extendiera rápidamente por todo el mundo, con una lengua ya dispuesta, con caminos y calzadas recién construidos…
Mirar atrás y reconocer tu mano es fácil. Me cuesta más, a veces, verte igual de grande en estos días, en mi ciudad, entre los que te ignoran y te niegan.Perdona mi osadía y mi flaqueza. ¿Eres hoy también el Dios que todo lo puedes? ¿Estás atento ahora a nuestras pequeñas cosas y a nuestros grandes problemas? ¿Dónde estás, Señor? ¿Por qué no hablas...?
Y entonces me dices que Tú siempre eres el mismo y que no cambias. Y que tu Palabra y tu Santo Espíritu, que los tenemos aquí, están acallados por nuestra soberbia y porque hemos sido confundidos por
infalibles estrategias humanas. Que siendo tuya la obra y sólo tuya, la hemos convertido en feudos particulares, y que buscamos nuestra gloria en lugar de la tuya eterna.
Y me dices que estás buscando mujeres y hombres conforme a tu corazón, pero que te es difícil encontrarlos, pues andamos en nuestras cosas, buscando
nuestras comodidades, persiguiendo
nuestros propios fines, haciendo política en todas las áreas para alcanzar
nuestras metas personales, peleando
nuestras inútiles batallas en el frente equivocado.
¿Que dónde están las personas íntegras y santas que con su confianza en ti y con tu poder real pueden llevar a cabo tus hermosos propósitos? ¡Ay, no sé, Señor!
Tú no sabes... o sí sabes: es que este mundo está lleno de gigantes que nos atemorizan y que nos pueden. Y nosotros nos sentimos indefensos, y desprotegidos y solos, y enanos... Hay gigantes en el trabajo: el jefe, un compañero; gigantes en la escuela: aquel grupo que se mete con nosotros, aquella profesora; en casa, en la familia, en la escalera, en el pueblo; nos asaltan miedos, ansiedades, terrores... Y consumen nuestras energías y acaban con nuestra fe.
Sí; sí recuerdo. Y sí: sé que es cierto, te lo he dicho antes. David y Goliat, el gigante. ¿David y
el enano, dices? ¡Claro! ¡Tú eres mayor que cualquier gigante, más fuerte, más poderoso! ¡Y es tuya la batalla! Pero...
pero yo no soy David.
No sólo he visto el aspecto imponente y abrumador de mi gigante: también le he mirado a los ojos y he visto su ferocidad, su desprecio y su odio. ¿Cómo? ¿Que no me preocupe? No sé qué es lo que quieres de mí, Señor. ¿Cinco piedras lisas y una honda? Nunca he sido una heroína, yo…
Claro, Tú sabes lo que estoy pensando. Y es verdad: Tú eres el Único. ¿Y quién si no Tú puede vencer al gigante? Ya sé que la batalla es tuya, Señor. Y por eso me apoyaré en Ti. Ayúdame a hacerlo. Te entrego todas mis armas, todas mis habilidades, y vengo a tu presencia, confiando en Ti. No me pondré la armadura de ningún otro. Y la victoria será toda para tu gloria.
Voy, pues, a por las cinco piedras lisas del arroyo y llevaré mi honda, mi honda de fe.
Si quieres comentar o